Odebrecht y la podredumbre

Claudia Cisneros

Lava Jato es el síntoma de un sistema colapsado: el sistema político. Políticos de derecha y políticos de izquierda, da igual. La corrupción y la angurria del poder por el dinero y del dinero por el poder no tiene otra ideología que la de la ambición deshonesta. Actualmente, la política es el medio por excelencia elegido por quienes, renunciando a una forma honesta de vida, ven en ella el vehículo para hacerse de dinero sucio y corrompido. Gente que va deshumanizándose mientras deshumaniza la política. Es el reino donde “la plata llega sola”.

Todos usan su posición de privilegio, la que los ciudadanos les hemos confiado para tomar las mejores decisiones en nombre nuestro, para amasar fortunas a costa de mirar al otro lado, concesionar a quien no deben y brindar privilegios ilegales en desmedro de lo mejor para el país. Y así, roban al pueblo buenas obras, buenos contratos que garanticen empresas y ejecuciones impecables al servicio del país, ponen en riesgo infraestructuras y la integridad de la gente, roban al fisco, le roban el alma a la nación degradando el cargo y encargo para el que fueron electos o nombrados, degradando la institucionalidad y la democracia, diseminan los peores valores, y son parte activa de la delincuencia de saco y corbata. Se creen intocables, invencibles, indetectables, invulnerables. Y amasan, y asienten, y piden o exigen, y parten y reparten como si fueran dueños de lo que reparten, y se dicen a sí mismos que como son educados, como tienen más ceros en sus cuentas, como tienen un tal estatus, ellos no son ladrones. Pero son más ladrones que el simple ladrón. Porque le roban a un país sus posibilidades y futuro.

La política como construcción cultural en su origen servía el propósito de tener un cuerpo dedicado a la buena gobernanza del colectivo, a mantener su orden, a velar por el bien común por encima del individual. No sin problemas, claro, porque siempre ha habido corruptos. Pero lo de este siglo, lo que develan investigaciones tras investigaciones en los últimos años, es cómo el delito se ha profesionalizado, se ha refinado y complejizado en un entramado tejido entre las redes del poder político y económico para autosostenerse y autoprotegerse; y es irónico que los delincuentes políticos usen, para desplegar sus delitos, los mismos medios que la civilización construyó para protegerse de ellos: contratos, adendas, contralores, fiscalizadores, jueces, fiscales, periodistas. Han sabido “invertir” en el tejido social para perpetrar, con casi lograda impunidad, sus sucias adquisiciones.

Hace unos meses escribí acerca de últimas investigaciones en neurociencia que explican por qué un corrupto se va volviendo más corrupto cada vez que cede a la tentación. La explicación es tan sencilla como tenebrosa. Ante los primeros actos de transgresión de los valores propios y que la sociedad tiene como referentes, el cerebro reacciona generando malestar en quien los ha transgredido. Pero cuando se repite una y otra vez, a la larga el cerebro pierde capacidad de remordimiento y se va adecuando a los malos hábitos. A mayor repetición del acto delictivo, menor capacidad de sentirse atribulado o interpelado. Eventualmente desaparece cualquier reacción moral y sus actos corruptos no le generarán conflicto y entonces puede delinquir sin remordimiento porque la vía moral ha quedado atrofiada. De ahí que sea tan importante la repetición social de la virtud. Aristóteles lo sabía: el hábito. Luchar una y otra vez contra aquello que puede ser muy tentador para cualquiera, pero que sabemos que no es correcto, es la única manera de garantizarnos salud ética.

Cierro esta columna lamentando el cargamontón que vienen recibiendo varios periodistas injustamente por el financiamiento de Odebrecht a los premios del *Ipys. No porque no haya una crítica severa que hacer por haber seguido recibiendo financiamiento cuando ya se tenían indicios razonables de la corrupción en Brasil, sino porque es una pena que el responsable de esa decisión, Ricardo Uceda, no cargue con ella él solo y le salpique a gente honesta que ni siquiera tuvo acceso al contrato, montos ni cuentas sino hasta que ha reventado el tema en medios. Después de la nefasta era Fujimori-Montesinos, y de los dos gobiernos de Alan García plagados de denuncias de corrupción, Odebrecht es el tercer gran cataclismo ético-social de nuestra época.

http://larepublica.pe/impresa/opinion/843770-odebrecht-y-la-podredumbre

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