Perú, más luces que sombras

Rodrigo Montoya Rojas

De nada sirve el verbal espíritu navideño frente a la ostentación y multiplicación de los privilegios.

“¡Nochebuena!, feliz Navidad y próspero Año Nuevo”, nos deseamos unos a otros. Se supone que es la fiesta de la familia y del amor. Es hermosa cuando la familia está realmente unida y es tristísima si se recuerda que entre el chocolate para los niños pobres y la ostentación de los ricos (el uno por ciento de la población) y sus grandes regalos.

Cuenta la leyenda cristiana que todo comenzó hace 2,016 años, cuando la virgen María trajo al mundo a un niño, en un pesebre, cuyo padre era Dios convertido en espíritu, un pajarito con alas.

Por un milagro, María habría sido madre siendo virgen. Si ella era esposa del carpintero José de Nazaret ya no era virgen y a José le habría tocado el drama de ser padre de un hijo que no era suyo.

Por más humilde que haya sido el carpintero, compartía seguramente una cama con su esposa y no tiene sentido imaginar que ella haya dado a luz en un pesebre, palabra fina para nombrar un corral.

Se cuenta también que para celebrar el nacimiento del hijo de Dios o del niño Dios, que además de ser hijo se convertiría en Dios, se presentaron muchos animalitos llenos de felicidad y que tres reyes magos llegaron guiados por estrellas con pequeños regalos: oro, incienso y mirra.

En este apretado resumen se condensa la enorme contradicción entre la realidad y el mito. Todo mito es una ficción creada a partir de muchos fragmentos dispersos de realidades que van cambiando con el tiempo.

Convertir en fiesta el nacimiento de Jesús fue una necesidad muy tardía de la Iglesia en su histórico y vigente desafío de evangelizar el mundo, que en buen romance quiere decir conquistar todas las almas del planeta para creer en Cristo el “único y verdadero Dios”. En veinte siglos, los cristianos son algo más de mil millones; pocos, si sabemos que en el planeta Tierra vivimos siete mil trecientos millones de personas.

Con la metáfora del pesebre, la Iglesia presenta a un niño Jesús pobre. Desde ese fondo lejano brotan las primeras raíces de la Teología de la liberación del padre Gustavo Gutiérrez, entendida como una opción preferencial por los pobres. Si se toma en cuenta los vínculos profundos de las jerarquías de la Iglesia con los ricos, deriva -sin duda- su opción preferencial por los ricos.

Como la vida y la muerte son parte de un mismo proceso, la ficción de la muerte de Jesús, su resurrección, su subida al cielo y su pronto regreso a la tierra han forjado en decenas de siglos la esperanza de ganar el cielo. Bien y mal, pecado y perdón, cielo e infierno, son componentes del gran mito cristiano, a partir del imaginario encuentro carnal entre Adán y Eva, el llamado pecado original de “nuestros primeros padres”, que nunca existieron. Darwin y la antropología lo demostraron hace más de 150 años.

Papá Noel, el gordito de barba blanca que entra a las casas por las chimeneas, cargado de regalos para los niños, es una ficción tardía que tal vez no tiene 200 años. Su magia llegó a nuestros suelos junto con el pavo de Navidad y la Coca Cola.

Como hay ricos y pobres desde hace varios millares de años, la Navidad es una ocasión para mostrar que unos padres pueden colmar de regalos a sus hijos y otros no.

Con el correr de los tiempos, la competencia sin límites que es el motor del capitalismo ha convertido el antiguo chocolate de Navidad una cena en la que la ostentación es siempre mayor. No conocemos de batalla alguna de la Iglesia contra esta ostentación, salvo las buenas palabras que se pierden con el más pequeño de los vientos.

Algo menos de un tercio de los hijos en los llamados pueblos jóvenes no tienen un padre; sus madres son madres y padres. No contamos con estadísticas que nos digan cuántas de las familias existentes en el país están realmente rotas aunque en noches como la de hoy parezcan unidas.

Ahora que hay estadísticas para todo lo que tiene que ver con el crecimiento de la economía y parcelas aledañas, no tenemos ninguna que nos informe sobre el sufrimiento, depresión, intento de suicidio y suicidios reales que ocurren alrededor de la Navidad.

Si a lo anterior se le agrega la tristeza de los hijos que se fueron a buscar el sueño gringo y no pueden volver por indocumentados y, también, la pena de los padres de no verlos en decenas de años, las lindas palabras sobre la unidad de la familia, causan alegría, sí, pero también una enorme tristeza.

La Navidad y Año Nuevo son ocasiones maravillosas para que miles de cristianos pirómanos enseñen a los niños a reventar cohetes sin el más mínimo respeto por el sueño y la vida de personas mayores y de los animales.

Son también un momento ideal para que los gobernantes y sus opositores promulguen leyes y decretos mientras los aparentemente ciudadanos de la democracia están invadidos por el espíritu navideño.

Acabamos de tener tres ejemplos preciosos:

Uno, el Sr. Cipriani, cardenal y primado de la Iglesia, ha ofrecido un nuevo favor al fujimorismo al evitar que la señora Keiko vaya a Palacio de Gobierno y reafirme de ese modo su poder, aparente y real.

Dos, por casualidad nos enteramos que a las canastas de Navidad para congresistas de 930 soles, hay que agregarle 1,500 más, fuera de los quince mil, su sueldo por Navidad. Para el resto de asalariados del sector público solo 300 soles y ni un solo centavo para los llamados informales.

Tres, fracasó, felizmente, el intento de compra de computadoras para los congresistas y todos sus empleados con los clásicos sobreprecios a través de una empresa con sede fantasma en un pueblo joven de Trujillo.

Nos alegra mucho ver a un niño feliz con un regalo y debiéramos sentir tristeza y cólera con las “chocolatadas para los niños pobres”. De nada sirve el verbal espíritu navideño frente a la ostentación y multiplicación de los privilegios.

Esperar que la Iglesia vuelva a su antigua y sencilla cena sería pedirle peros al olmo. Con más emprendedores buscadores de riqueza, la Navidad seguirá siendo un espejo de mayor ostentación y desigualdad.

http://diariouno.pe/columna/mas-luces-que-sombras/

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