Vacancia de facto

César Hildebrandt

Yo quiero respetar la institución de la presidencia de la república, pero tengo un problema. No sé dónde está el presidente. No sé qué hace el presidente, aparte de estar en in­auguraciones banales y mandar fo­tos de viajes sin ninguna trascendencia. No en­tiendo cómo encarna su papel constitucional el señor presidente constitucional de la república.

Lo que sí veo es su ausencia. Palacio parece una casa espectral y presumo que por las no­ches las puertas chirrían y hay broncos sonidos en los sótanos. Manchas blancas, sabanones blanquísimos.

¿Dónde está el presidente? ¿En qué miedo galopa inversamente? ¿Qué secretos de Odebrecht lo atan al silencio? ¿Qué rabo de paja lo amordaza? ¿Por qué, con todo respeto, da la impresión de estar próximo al baño?

No es que extrañe la hiperactividad de García ni las ceremonias seudoantropológicas de Tole­do ni la palidez de los Humala. No es que sienta nostalgia por la demagogia siempre retransmi­tida del presidente condenado a 25 años de pri­sión. Nada de eso.

Pero en medio del clima que vivimos, de las incertidumbres que nos persiguen, del lodo vasto que compromete a la clase política entera, de la democracia puesta en peligro por obra del fujimorismo, de la desconfianza generalizada que puede comprometer la marcha de la econo­mía, ¿no sería prudente tener a un presidente ejerciendo su papel, su liderazgo, su mandato orientador, su arbitraje social?

Pedro Pablo Kuczynski, por más esfuerzos que haga por parecerlo, no es ningún tonto. ¿Este repliegue suyo puede ser obra de algún consejero que lo ha convencido de que, en su caso, y dadas sus metidas de pata, la lejanía de los medios es lo mejor que podría sucederle? Si ese fuera el caso, menudo asesor sería ese.

Creo, sin embargo, que la virtual desaparición presidencial de la escena política se debe a dos razones. La primera es que PPK ha aceptado su papel secundario, el que le ha impuesto el fuji­morismo matón desde el Congreso. La segunda es que PPK no tiene nada más que decimos. Su historia terminó el día en que, gracias al voto del antifujimorismo, llegó a la presidencia. Es como si el veterano Kuczynski, exhausto, se dijera que ya cumplió su tarea. Y que todo lo demás debe­rá fluir inercialmente: el piloto automático de la economía, el reacomodo de las instituciones a la luz de la nueva correlación de las fuerzas políticas, la relación subordinada con la mayoría congresal que desconoce insolentemente su autoridad.

Y a todo esto se añade, otra vez, el miedo. Un miedo que paraliza, que se lleva la calma y la voz. Un miedo que viene del Brasil cada vez que la banda de Odebrecht abre la boca o amenaza con abrirla aún más.

Tenemos entonces un presidente jaqueado por una oposición golpista cuyo ADN nació el 5 de abril de 1992. Y tenemos un presidente en estado de respiración asistida por las revelaciones ya formuladas y las que pueden venir allen­de los bosques amazónicos del este.

Es decir, tenemos una caricatura de presi­dente, un presidente en trance de minusvalía, un semipresidente, un cuasifantasma. Tenemos una historia de zombis.

Y si no tenemos presidente y sí, en cambio, una primera ministra apristona y en el fondo profujimorista, más un Congreso mañoso en manos de los herederos del fujimontesinismo y aliados del aprismo, entendido este como lega­do de Carlos Langberg, si todo esto es así, digo, es que estamos a la deriva. No, qué error. No a la deriva. Ya sabemos dónde vamos. Es que el golpe parlamentario ya se ha producido. Es que gobiernan los que perdieron las elecciones, los que quieren volver a ganarlas el 2021. Es que el Perú es una zarzuela mal escrita y peor cantada. Es que no tenemos remedio.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” Nº 375 01/12/2017, p.12

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