Perú: Podridos

César Hildebrandt

Jorge Basadre habló de los podridos, los congelados y los incendiados. Lo cito:

“Los Podridos han prostituido y prostituyen palabras, conceptos hechos e instituciones al servicio de sus medros, de sus granjerías, de sus instintos y de sus apasionamientos. Los Congelados se han encerrado dentro de ellos mismos, no miran sino a quienes son sus iguales y a quienes son sus dependientes, considerando que nada más existe. Los Incendiados se han quemado sin iluminar, se agitan sin construir. Los Podridos han hecho y hacen todo lo posible para que este país sea una charca, los Congelados lo ven como un páramo y los Incendiados quisieran prender explosivos y verter venenos para que surja una gigantesca fogata”.

Esta taxonomía de la decrepitud moral del Perú es, por supuesto, discutible. Quizá falten categorías –los Tibios, por ejemplo, aquellos que han hecho de la cobardía una amable rutina vividora– y resulta difícil imaginar en qué rubro podemos poner a personajes trágicos como Alan García, que fue incendiado, congelado y podrido –y no necesariamente en ese orden–. El mismo e ilustre Basadre, el mayor historiador de la república, ¿no fue ministro de Manuel Prado Ugarteche, el hijo del traidor Mariano Ignacio Prado Ochoa?

La pudrición, además, no es una decisión sólo personal. Es una especie de destino nacional, la consecuencia de una maquinaria montada para domar, moler y segar. En resumen, si el Perú puede matarte por dentro, lo hará. Y tendrá la eficacia de un cirujano para hacerlo.

Conocí a gente que en su juventud se entregó entera a una causa que valía la pena y que terminó, papada en ristre, contratada por los enemigos de esa causa. Si los conversos formaran un partido político en el Perú, es probable que ganaran las elecciones de modo abrumador.

¿Qué convirtió al Vargas Llosa centro-liberal, que criticaba tanto a Cuba como a la derecha ultramontana de Lima y Madrid, en el cuasi trumpista defensor de todos los excesos del neoliberalismo? No se lo he preguntado y temo que nadie lo hará, pero ensayo una respuesta triste: fue la máquina roedora, el ingenio moledor de patente peruana. Si a Pichula Cuéllar lo emasculó un perro, a los rebeldes de este reino los castran químicamente. El desaire y el ninguneo funcionan aquí como los gulags de Beria.

¿Qué empujó al purísimo Haya de la Torre de los 20 y los 30 a terminar comiéndose un cebiche al lado de Beltrán, Ravines y Odría? Digamos que era dable que aquel marxista original derivara en un socialista moderado después de enterarse de la pesadilla estalinista, ¿pero hacer migas con el general que había mandado matar al sindicalista y compañerísimo Negreiros? Eso sólo tenía una explicación: Haya fue desbravado por las telarañas del poder, las letras de “El Comercio”, los rones de la conciliación y el chachachá del merecumbé. Ramiro Prialé, que tenía pinta de vocero de la Matancera, lo dijo claramente: “Conversar no es pactar”. Tenía razón: no era pactar, era rendirse.

Mi generación escuchaba con la boca abierta a Pablo Macera, que era el Sartre sanmarquino, el discípulo de la furia ilustrada, el historiador que le daba la palabra a los vencidos. ¿Por qué terminó de congresista fujimorista mendigando una pensión de la ley 20530? ¡La máquina otra vez! ¡El maltrato como “terapia” regeneradora! ¡El desprecio que mina, quiebra y deshace!

Pongámonos actuales. ¿Cómo es que un profesor chotano que quería cambiar el país terminó enredado con Zamir Villaverde y Bruno Pacheco?

He leído la transcripción de la conversación entre ambos y he llegado a la conclusión funesta de que lo que entró a palacio en julio pasado es lo más parecido a una pandilla de cogoteros. No es posible estar limpio si permites que en tus cercanías estén forajidos como Villaverde y Pacheco. No es posible reclamar inocencia si Pacheco fue tu hombre de confianza y Villaverde el protector consentido de tus sobrinos. Y si el Congreso no actúa es porque los Luna, los niños populistas, la mugre acuñadora, el fujimorismo zoster y los etcéteras de Perú Libre comparten ADN y prontuario.

Mantenerse en sus trece en el Perú es un síntoma de locura. Te sentirás solo, te preguntarás si no será bueno ceder, te atormentarás pensando en todos los sacrificios que cumpliste y exigiste, te expondrás a todas las canalladas que pudiste imaginar. Pero la locura de seguir siendo es la única que puede sostener tu lucidez. La que te mantiene vivo. La que te hace mirar, comprometido pero de lejos, el cementerio de ilusiones en que se ha convertido tu país.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°588, del 27/05/2022 p

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