Perú: Cómplices de los violadores

Ronald Gamarra

Nuestro país es uno de los más agresivos y brutales del mundo hacia las mujeres, las niñas y los niños. Particularmente bajo la forma de violencia sexual, en la cual los índices de victimización son abrumadores y no cesan de incrementarse de forma exponencial año tras año. Se trata de miles de víctimas nuevas cada calendario, una realidad indignante e inaceptable que debería movilizar a fondo a la nación para cambiar radicalmente este desastre. La agresión hacia las mujeres llega al feminicidio, convertido en una realidad tan cotidiana que ya casi no es noticia periodística, a menos que incluya algún detalle especialmente morboso o si los reporteros amarillos le inventen uno. Decenas y decenas de mujeres –luego de una vida de golpes y maltratos– son asesinadas cada año en nuestro país, y lo son principalmente por sus propias parejas: esposos, enamorados, convivientes. Y los casos no hacen sino crecer en número y brutalidad.

Los violadores forman la segunda población penitenciaria más grande del país, con más de 10 mil internos. Esto no es normal, pocos países en el mundo tienen una proporción de violadores tan grande como la que tenemos aquí. No es una exageración, pues, decir como se ha dicho varias veces con indignación, que estamos en un país de violadores. Esta afirmación, que en algunos solo causa una “indignación patriótica”, en realidad es un llamado desesperado a hacerse cargo del problema y resolverlo en serio.

Contrariamente a lo que se imagina comúnmente, gran número de los violadores procede del propio entorno familiar de la víctima. Por eso es necesario concluir que la cifra de los casos no denunciados es mucho mayor al registro estadístico. Los abusos en el seno familiar suelen durar muchos años y quedar impunes cuanto más cercano es el parentesco del violador con la víctima y mayor la dependencia emocional y económica de esta. Esa es nuestra realidad y hay que afrontarla.

Se trata de un problema arraigado y estructural que exige soluciones acordes. Y es evidente que la cárcel, que en nuestro país puede terminar en cadena perpetua, aunque los procedimientos legales dificulten mucho llegar a imponer sanciones, no es disuasión suficiente para los violadores. “Alternativas” como la castración química, propuesta recientemente por el inepto presidente de la república, son solamente un saludo a la bandera, una muestra de demagogia que, está demostrado, no conlleva solución real.

La clave del problema es la educación. El machismo tiene raíces hondas y extirparlo solo es posible a mediano y largo plazo mediante una estrategia educativa que forme desde la niñez mujeres debidamente informadas y formadas en el conocimiento de sus derechos, su cuerpo y su sexualidad, y hombres conscientes y respetuosos de las mujeres.

No hay otra vía. Es ineludible aplicar en nuestro país, en la educación pública y en todos los ámbitos de la sociedad, empezando por la familia, el enfoque de género, que produzca la conciencia de derechos de las mujeres y el respeto hacia ellas, y la educación sexual integral, que gradualmente introduzca a mujeres y varones en el conocimiento de su propio cuerpo y su sexualidad, lejos de la información deformada y retorcida que suelen recibir, sobre todo los varones, a través de amigos mal informados, adultos nada santos o las redes sociales e internet.

Esto es lo que ha funcionado y se aplica en los países más avanzados, donde las mujeres gozan de un estatus de respeto que está a años luz de nuestra triste realidad, y es recomendado en consecuencia por las Naciones Unidas y sus agencias especializadas, y forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en cuanto a las metas que los Estados deben alcanzar para garantizar los derechos y la seguridad de las mujeres y la niñez.

En un país como el Perú actual, con una realidad tan violenta con respecto a las mujeres, las niñas y los niños, es un crimen arremeter como se está haciendo en el antro ese llamado Congreso contra el enfoque de género y la educación sexual integral. Peor aún, es un acto de abierta complicidad con los violadores porque a ellos favorece que las mujeres, las niñas y los niños ignoren sus derechos y las cuestiones básicas sobre el propio cuerpo y la sexualidad. Porque mantener a las mujeres y la niñez desinformados es ofrecer más víctimas a los violadores.

No puede ser que una caterva de fanáticos fundamentalistas que inventan sus propias leyendas paranoides impongan sus creencias majaderas y retrógradas sobre el derecho a la educación y la información. No, señores y señoras congresistas, imponer por la fuerza, como pretenden hacer, el cuento de que a los bebés los trae la cigüeña no va a preservar la inocencia de ninguna niña, niño o adolescente; al contrario, va a entregarlos, atados de pies y manos, a la información deformada que circula por doquier y, probablemente, a las zarpas de un violador. Con la ayuda de ustedes, su fobia y sus creencias medievales. Y ahora, parece que también con las del nuevo Tribunal Constitucional, elegido por el Congreso a la medida de su desvarío y oscurantismo.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°586, del 13/05/2022      p21

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