Perú: De terruqueo, odios, y otras desventuras

Rafael Salgado

Esta semana se cumplieron 42 años desde el inicio formal de un periodo que aún no sabemos nombrar. “Terrorismo”, gritan muchos. “Conflicto armado interno”, reflexionan otros. “Guerra interna”, intentan posicionar algunos. Han pasado más de 20 años desde que formalmente terminara ese periodo, y sin embargo muchas cosas nos hacen pensar que quizás el conflicto aún no termina, sino que más bien ha tomado otras formas, definitivamente más sutiles, pero no necesariamente menos devastadoras*.

Una de esas formas tan presentes en la sociedad peruana es el ‘terruqueo’. Lo sé, lo vivo casi cotidianamente. Finalmente soy hijo de Rafael Salgado Castilla, quien por ser militante del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) fue torturado y asesinado por miembros de la Policía Nacional cuando yo tenía 9 años. Soy peruano, y en el Perú el estigma se hereda. Desde que en el 2003 su caso se hiciera público en el informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), decidí comenzar a contar mi historia, a contar lo vivido y sus consecuencias. Al mismo tiempo que mi historia se hacía más conocida, más terruqueo iba recibiendo.

Cuando en el 2017 denuncié vía redes sociales que el director de mi colegio, Juan Borea Odría, me había usado para su placer cuando era solo un niño, los primeros mensajes que recibí me terruquearon. Decían que lo que debería pasar era que debían investigarme a mí por mis nexos con el terrorismo, por ser posiblemente un terrorista.

Hace un par de meses creé un perfil público en Facebook, y lo que más he recibido fueron mensajes de odio: el mejor terrorista es el que está muerto; tu padre está bien como abono; padre tuco; muerto terruco, MRTA terroristas, terrorista Calla, ¡CALLA! Pues claro, para esas personas ¿Cómo el hijo de un terrorista, aun siendo torturado y asesinado, podría exigir justicia?

Pero el terruqueo no solo está dirigido a quienes fueron militantes de Sendero Luminoso o el MRTA y hacia sus familias. Por ejemplo, hace unas semanas se supo de la filtración de “informes secretos” elaborados por la dirección de inteligencia del Ministerio del Interior del Perú, documentos en los cuales se daba cuenta de la vigilancia a diversas organizaciones y personas bajo la sospecha de ser una amenaza de terrorismo. En los documentos figuran desde organizaciones de izquierda, defensores ambientales, hasta organismos del Estado peruano como el Lugar de la Memoria (LUM), el Ministerio de Justicia o la Defensoría del Pueblo. Una muestra de cómo el tan conocido terruqueo es una estrategia institucionalizada.

Lo cierto es que la práctica del terruqueo, que se afianza a partir de los años 90, muestra como en el Perú cualquier persona, organización o institución que cuestione el sistema neoliberal, que hable de la necesidad de mínimamente hacer reformas o que vaya más allá buscando la transformación de dicha realidad puede ser asociada al terrorismo, y al serlo sus opiniones e ideas son deslegitimadas. No tienen valor.

El terruqueo no solo deslegitima sino que históricamente ha justificado, en el nombre de la pacificación, violaciones de derechos humanos, detenciones arbitrarias, torturas y asesinatos. Es decir que legitima el uso de la violencia contra quien es estigmatizado. Y debido a esto y a la impunidad frente a todas esas violaciones, donde el terruqueo adquiere toda su potencia.

El terruqueo es efectivo y eficaz porque justamente existe un grupo de personas, los ex militantes del SL y el MRTA, por los que muy pocas personas se animan a alzar la voz para defender sus derechos. No importa que hayan sido violados, torturados, asesinados, desaparecidos, encarcelados inhumanamente. No importa, una persona que es considerada terrorista, no tiene derechos y puede ser violentada, en el Perú de hoy.

Es efectivo también porque luego de finalizado el conflicto se han seguido encarcelando a exintegrantes del MRTA y de SL, y también a quienes se considera que son parte, como si estas organizaciones siguieran existiendo. Pasó en el 2008 con integrantes de la Coordinadora Continental Bolivariana acusados de ser del MRTA. Pasó en el 2014 en el denominado ‘Operativo Perseo’, donde el Estado encarceló a miembros del MOVADEF por supuestamente estar afiliados a una organización terrorista. Pasó en el 2020 con el ‘Operativo Olimpo’ donde encarcelaron a personas acusadas de ser fachada del SL. ¿Qué dice de nuestra sociedad que frente a todos estos casos? Muy pocas personas se han pronunciado públicamente, y menos aún han hecho algo para su liberación.

Es por eso por lo que el terruqueo no solo deslegitima, también divide e inmoviliza. Nos divide porque muchas personas y organizaciones prefieren evitar cualquier relación o trabajo con quienes son asociadas al terrorismo. Es inmovilizante, puesto que constantemente nos recuerdan las cosas que les pasaron a quienes fueron denominados terroristas durante la guerra: torturas, asesinatos, desapariciones, carcelerías, exilios, y que, en una gran mayoría de casos, todo ha quedado impune. ¿Quién quisiera que le pase lo mismo que a los terroristas?

El terruqueo entonces, al generar estigma, división, inmovilización y miedo, genera silencio. Por un lado, silenciando cualquier reclamo frente a las violaciones de derechos humanos de aquellos que son considerados como terroristas, y también silenciando historias, sobre todo de aquellas personas que fueron militantes del MRTA y SL, y las de sus familiares. Esas historias son incómodas, hablan de los horrores del terrorismo de Estado, hablan de que la guerra interna – el conflicto armado interno o el periodo del terrorismo – fue mucho más complejo de lo que quieren ver, habla de una diversidad de actores y de sus interacciones que no se restringe a terroristas, pacificadores y víctimas.

Estas historias no solo hablan del dolor y las tragedias vividas durante los años 80 y 90, hablan también de las resistencias y luchas de organizaciones sociales en las ciudades, de las luchas de las madres y los comedores populares y los vasos de leches, de los frentes de defensa territoriales, de los pueblos andinos y amazónicos que se enfrentaron a todo tipo de violencias.

Por eso cuento mi historia, por más incómoda que sea para ciertos sectores de la sociedad peruana. Cuento, pues, a pesar de los ataques, de los insultos, del odio que recibo, porque es una forma de luchar contra el terruqueo. Cuento, porque estoy seguro de que sin conocer historias como la mía, no podremos comprender toda la complejidad de lo ocurrido durante el conflicto armado interno. Cuento, para generar brechas en la verdad oficial, para crear puentes, para promover espacios de diálogo entre diversas memorias, apostando en que la memoria es una lucha que nos une en la construcción de un país sin impunidad, justo y en paz.

*Goya Wilson – Rafael Salgado (2013) De nuestros silencios y otros demonios: diálogo entre dos memorias del conflicto peruano. http://hijosdeperu.org/blogs/13/de-nuestros-silencios-y-otros-demonios-dialogo-entre-dos-mem

Rafael Salgado. Educador popular, ingeniero químico ambiental y padre de dos hijos. Vive y trabaja actualmente en Bélgica. A los 9 años perdió a su padre, torturado y asesinado por la policía peruana por ser miembro del MRTA. Luego de que la historia de su padre se hiciera pública en el informe final de la CVR decidió contar su historia y sus reflexiones para contribuir a la construcción de una sociedad sin impunidad y en paz.

https://wayka.pe/de-terruqueo-odios-y-otras-desventuras-por-rafael-salgado/

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