Banda ancha

César Hildebrandt

Desde hace años hemos soste­nido que el fujimorismo no es un partido político sino una organización criminal apenas encubierta.

Al fujimorismo no le interesa el capitalismo popular ni el liberalismo internacional y ni siquiera el populismo de apetito electorero: lo que le importa es la captura del aparato público para hacer uso malévolo de sus recursos. El Estado es para el fujimorismo un botín. La democracia es para ellos una incomodi­dad. La división de poderes, una frontera borrable. El pueblo, una chusma que ama el desenfreno de los fuertes. ¿La ética? Una teoría de los débiles. ¿La decencia? Un espejismo puritano. ¿La política? Un antiguo ejercicio de caza en el Serengueti.

No hay una pulgada cuadrada de sa­nidad en el fujimorismo. No hay institución que no hayan manchado. Ensuciaron el poder ejecutivo cuando lo dominaron. Cerraron el Congreso cuando no pudieron hocicarlo. Cambiaron la Constitución para construir ese mundo en el que los Boloña, primero, y los Joy Way, después, pare­cieron héroes del retomo al redil de las recetas imperiales (siempre las mismas). Reabrieron el Congreso con las Chávez y las Salgado (y los Marcenaro y los Siura) y la triste comparsa “democrática” que se prestó a la farsa.

Mancharon al ejército de Bolognesi y de Cáceres, a la marina de Miguel Grau, a la policía de Mariano Santos, a la fuerza aérea de José Quiñones. En andrajos de­jaron el Tribunal Constitucional cuando este se opuso a la segunda e ilegal reelec­ción. Sentina fue el poder judicial al que Fujimori acudió alguna vez para negar su firma y hasta la propia huella digital con la que había suscrito un acuerdo financiero con su triste mujer. Podre humeante fue el Ministerio Público de la señora Colán y del señor Aljovín. Basura fue la ONPE de los planillones inventados para el año 2000.

Todo empezó cuando un hombre salido de los extramuros prometió que no ejecutaría el programa económico reparador que Vargas Llosa había considerado im­prescindible. Pero lo que el escritor habría hecho siguiendo las pautas de la Thatcher, a la que no se le habría ocurrido cerrar las cámaras del Reino Unido aun si el IRA hubiera estado a las puertas de Londres, Fujimori lo hizo desde el abuso y el exceso.

Gracias a él -y a los empresarios beduinos que lo apoyaron desde sus caravanas sin patria ni ley- la desigualdad se extendió y se convirtió en un dato de la naturale­za. Gracias a Fujimori la necesaria priva­tización de las empresas públicas tuvo el tono escandaloso de las corruptelas y los descaros del remate dirigido a favorecer a auténticos truhanes del oportunismo. Gracias a Fujimori el desmontaje de un Es­tado obeso e ineficiente se hizo sin respeto algu­no por los trabajadores cesantes y creando esta dictadura de lo privado que ahondó el colapso de la educación pública, fuente de casi todos los males actuales. Gracias a Fujimori la esperada derrota de las hordas terroristas se vio en­suciada con crímenes injustificables que crearon la leyenda del victimismo senderista.

Todo empezó con un mafioso mandán­dole decir a su triste mujer que no podía asistir a una conferencia de prensa donde debía hablar de su programa político por­que se había intoxicado con un plato de ba­calao. Después llegarían -cómo olvidarlo- las vírgenes que lloraban (ocurrencia del loco Luza), la clausura del Congreso, la far­sa del CCD, la salita del SIN, la denuncia de la triste mujer sobre los robos de las dona­ciones japonesas, la creación de los Colina, las amnistías de náusea, los contratos-ley declarados sacrosantos, la guerra perdida del Cenepa, las compras militares que hi­cieron ricos a los ge­nerales y almirantes metidos en la ciénaga, la prensa chicha de los hermanos Wolfenson, la televisión comprada al peso, la radio en hot pants coordinan­do con alias Asesor de Seguridad (¿verdad, Manuel?), el narco­tráfico de alias Vatica­no autorizado desde el SIN, el Congreso del colon sigmoide en el que hasta Espichán podía insultar a la oposición, la reelección fraudulenta, la compra de congresistas para armar una “nueva mayoría”, el video de Beto Kouri haciendo de puta cara en la sala de todos los revolcones, la indemnización de quince millones de dólares para el secuaz Monte­sinos, el allanamiento con ganzúa y fiscal trucho de la casa donde estaban los videos que podían incriminar a Fujimori, el viaje a Brunéi en un avión presidencial -donde antes se había encontrado 167 kilos de co­caína- que se cargó de maletas, el desvío a Tokio, la renuncia por fax a la presidencia, el final de la farsa.

Todo empezó con una mentira. Y todo podría estar terminando con esta supuración general de maletines en RPP, aportantes fantasmas inducidos u obliga­dos a firmar, testigos amena­zados, expedientes judiciales hallados en la casa de un viejo militante de la mugre, delatores repentinos, fugas en cadena, dis­tancias por si acaso. La tarea encomiable de José Domingo Pérez ha sido la de encontrar los planos del edificio. El fiscal ha recons­truido la trama criminal del fujimorismo en su versión supuestamente moderna. No hablamos de episodios personales, de anéc­dotas aisladas, de oscuridades con nombre propio. Hablamos, otra vez, de lo mismo: una banda delictiva con propósitos depre­dadores que está insertada en la política y que intoxica al país desde hace 28 años. El Perú ha cometido muchos errores, pero no se merece este cautiverio. El Perú de los Wari y los Tiahuanaco, de los Chavín y el Tahuantinsuyo, de Garcilaso, de González Prada, de Arguedas, de Blanca Varela, de Basadre y Porras, no puede seguir atado al prontuario de estas sabandijas.

Todo lo que dijo “la jefa” sobre la re­conciliación nacional, por supuesto, es farsa. Lo mismo hizo en Harvard hace más de dos años y sólo el idiotismo se lo creyó.

Es la primera vez en los últimos años que la bestia del fujimorismo está jaquea­da. ¿Puede haber diálogo político con este tipo de gente, como proponen algunos? Esperamos, en todo caso, que el presiden­te Vizcarra tome una decisión prudente e higiénica. ¿Cuál puede ser la agenda de una conversación con gente que le pre­gunta a la heredera de la podredumbre cómo aplaudir, a quién saludar, a quién joder, a quién aplastar? ¿Se puede hablar del futuro del país con una pandilla que blinda al Fiscal que les ha garantizado, al final, la impunidad? ¿Quiere el presidente Vizcarra arriesgarse y hacer un tour por las alcantarillas? Que le pregunte a Kuczynski en qué termina eso.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 418, 25/10/2018  p12

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