Dos traiciones

César Hildebrandt

Lenín Moreno ha repudiado la decencia. Es imposible competir en indignidad con este valido de Correa que lo primero que hizo, al sucederlo después de haberlo servido, fue traicionarlo y echarle los perros de la prensa y la judicatura al servicio de la vieja derecha.

Pero a Moreno le inquietaba la leyenda, lo excitaba no haber llegado a la cima, no haber escalado el monte excrementicio que se había propuesto vencer a cualquier costo. Como que le faltaba una hazaña mayor. Y esta ha sido abrir su embajada en Londres para que la policía británica entre y saque en vilo a Julián Assange, su odiado y oficialmente protegido huésped.

Todas las leyes del derecho internacional se han violado. La vieja tradición del asilo ha sido burlada por un miserable que vive hundido en los vapores de su más que explicable resentimiento.

De Julián Assange puede decirse mucho en contra. Que es un narcisista, que es un mujeriego, que padeció del espejismo de la omnipotencia cuando Wikileaks adquirió el tamaño colosal que llegó a tener. Pero eso es basura periodística, sobras biográficas alentadas por la derecha mundial que nos gobierna y ciega. Lo fundamental es que Assange contribuyó como pocos a que todos nos enteráramos hasta dónde ha avanzado la paranoia criminal y el intervencionismo sin escrúpulos de los Estados Unidos y su archipiélago de protectorados, incluida la varicosa Europa que sirve a Washington arrastrando las pantuflas y sustrayendo el sencillo de las compras.

Cuánto le debemos a Wiki­leaks. Cuánto ha hecho Assange por mejorar el mundo. Sin embargo, una campaña global para asesinarlo moralmente parece haber tenido éxito. No me extraña: el mundo orwelliano y trumpiano en el que estamos sumergidos produce estas injusticias con la misma facilidad con la que se subsidia a banqueros ladrones y se ocultan los crímenes de la CIA o el Mossad. No importa, algún día, cuando decapitemos (figuradamente) a quienes nos suprimieron como ciudadanos críticos, el nombre de Assange -así como el de Edward Snowden- será reivindicado. Para ese entonces, ¿alguien recordará a Lenín Moreno?

***
El presidente Martín Vizcarra está jugando con fuego. Esparcir la anarquía no puede ser un programa de gobierno. Dar señas permanentes de desvarío, debilidad, carencia de metas, incapacidad para ejercer la autoridad es malo en una empresa o en una institución. Pero incurrir en todo eso a la cabeza del gobierno, es letal.

Lo que han hecho Vizcarra y su tragicómico plenipotenciario en Challhuahuacho es ceder en todo. En el califato chanca que los hermanos Chávez Sotelo explotaban hasta hace pocos días, están felices. Cómo no lo van a estar. Han logrado imponer sus puntos de vista hablando en tumulto y amenazando con la voz ancestral del descontento. Es cierto: fueron engañados por la empresa estatal china que se hizo con Las Bam­bas. La pregunta es sencilla: ¿no tiene el gobierno pantalones para exigirle al patrón de Las Bambas que pague lo que debe pagar y remedie lo que debe remediar? Ahora resulta que el gobierno negocia con las comunidades afectadas por la minería y lo hace en representación de los privados que son los que debieron comprarse el pleito desde el primer instante. El ausente Estado dice ¡presente! cuando una minera no puede solucionar el problema que ha creado al torcer el diseño original del proyecto. Lo aconsejable sería modificar el marco legal que aquel nipón corrupto nos impuso desde 1992 convirtiendo en blindados y pétreos todos los contratos y concesiones, algo que ya no ocurre ni en los más urgidos países de África.

En todo caso, el señor Martín Vizcarra está advertido. El ejemplo de Challhuahuacho cundirá y los apetitos, muchos de ellos legítimos, excederán cualquier capacidad de gasto fiscal. Y lo que es peor: la democracia volverá a dar esa imagen de triunfo del desorden, éxito del chantaje. No hay serenidad ni grandeza cuando se confirma, desde el Estado, que violar la ley da resultados, que burlarse de los acuerdos es un arma infalible, que impedir el libre tránsito produce la anuencia de las autoridades, que aliarse con un personero de Antauro Humala garantiza un acta triunfante. No hay enseñanza alguna en ello. Lo que hay es cobardía y falta de entereza. Lo que hay es complejo de inferioridad. Estos remedos diminutos de Neville Chamberlain tendrán que darnos, cuando les toque, sus explicaciones.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 440, 12/04/2019 p.12

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