The End

César Hildebrandt

Nava fue el hombre más próximo a Alan García.

Desde que estuvo en la viejísima Mutual Perú, nombrado por García, Nava fue íntimo del hombre que se hizo rico mientras gobernaba (en ambos periodos).

Nava quería a García. Lo quería y siempre lo de­fendió. Muchas veces calumnió, insultó y difamó a quienes nos opusimos a su amo.

Nava también se hizo rico con García. De eso no hay duda. Son socios, secuaces, gemelos.

Ahora sale el exsecretario general de Palacio a decir lo que siempre supo.

No lo hace por salvarse. Sabe que terminará en la cárcel. Sabe que nada rehará su destruida repu­tación. Sabe que no volverá a ser el camarlengo de aquel papa de los porcentajes en aquel vaticano trucho de las obras públicas entregadas a dedo.

Nava ha decidido hablar porque ya no tiene por qué callar. Está solo. Considera que el suicidio de García, una huida que nada tiene de majestuosa, lo deja en libertad de hablar. De contar su versión de compinche. De pasar por colaborador eficaz de póstuma connotación.

Los apristas y la familia del suicida acusan a Nava de todas las perversidades imaginables. Lo cierto es que el defecto mayor de Nava fue trabajar al lado de García tantos años. ¿Quién corrompió a quién? ¿O fue obra mutua, concierto dual de licita­ciones y tajadas?

García se mató para no estar como Nava.

Nava hace lo que puede. Y lo único que puede hacer ahora es cantar. Su jefe huyó intentando perderse en una nube de misterio. ¿García como enigma? No me hagan reír. Todo está claro en este presidente que no honró el cargo.

Nava ha traicionado una amistad vi­ciosa.

El tiempo dirá cuánto de lo que dice es escrupulosamente cierto y qué parte es coartada para atenuar la condena inexorable que se le viene.

Lo indiscutible es que Nava y García fueron so­cios en el pecado de creer que el Estado es ordeñable, que el cargo público es una puerta giratoria, que el poder debe llamar siempre al dinero.

Nava y García. En eso terminó el intelectual que los Neira veneraron hasta obtener el nombramiento.

Nava y García. En eso terminó el Apra.

Nava y García, del mismo modo que Mulder y Galarreta, que Velásquez Quesquén y Keiko Fuji­mori, que Elias Rodríguez y Cecilia Chacón: pares de la decadencia, duetos de un atardecer moral que se lleva todas las luces dejadas por Haya.

Nava da pena. El Apra también.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 464, 18/10/2019

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