El lado bueno del coronavirus

César Hildebrandt

Es el fin de una civilización pensada por piratas y operada por asesinos y saqueadores. Y no ha sido necesario un Cromwell o un Napoleón para que nos enteráramos. Ha bastado un zombi microscópico para que las caretas se cayeran y el carnaval desnudase sus miserias. Un virus ha revelado cuan enfermos estábamos de podredumbre, de desigualdad, de planetaria inviabilidad.

La Europa-modelo yace ahora en una UCI, los Estados Unidos confederados y trumpistas descansan en una fosa común en un islote neoyorquino. Y los países de esta América Latina, que se independizaron para imitar voluntariamente a quienes los colonizaron, ven en el espejo sus rostros verdaderos: los de una periferia decadente y casi irrelevante.

Que miedo tiene la derecha de que el pueblo se entere de dónde son los cantantes. El terror vuelve furiosos a sus perros, histéricas a sus damiselas, incontinentes a sus propagandistas.

Y así, pues. El mundo que se ha venido abajo es de derechas, Cómo que no.

De derecha es el crimen de fomentar el aumento de la desigualdad, el saqueo sonámbulo de los recursos, el calentamiento global (negado después por sus escribas). De derecha es el creacionismo, la economía de las corporaciones mandatorias, el soborno con que las petroleras pagan fundaciones que luego pagan fundaciones que luego aceitan a los opinólogos de la Fox y afines. De derecha es el mundo después de la implosión del comunismo estalinista. De derecha es la China que compra empresas mineras y maltrata a sus trabajadores, como bien sabemos por aquí.

La derecha quería un Estado ínfimo. Allí lo tienen.

Quería que el mercado se ajustase por sí mismo y que la mano invisible decidiera. Pues allí está la batalla por la compra de mascarillas y respiradores mecánicos, batalla perdida para los chicos y donde solo los matones de gran tamaño –Estados Unidos, Alemania, China- entran a tallar con alguna posibilidad de éxito.

¿Querían un donde lo privado prevaleciese y lo público fuese una maldición de algún pasado reformista? Aquí está: el presupuesto para el sector salud condena a los más pobres a morir de desatención y negligencia. Si eres pobre y no pagas, muérete. Es la eutanasia pensada por Milton Friedman.

¿Quién desalentó la educación pública e instigó la proliferación de las universidades mafiosas y los colegios privados de segunda y tercera? Fue la derecha, encarnada en Fujimori, Toledo, García o Humala (rehecho a punta de CONFIEP y Odebrecht). La derecha nos ha gobernado cuando ganó las elecciones y nos ha gobernado cuando las perdió convirtiendo a los inquilinos de Palacio en servidores siempre intimidados.

La derecha mundial –con sus poco creativas franquicias latinoamericanas haciendo de parlante- es la que nos ha llevado al callejón sin salida de suponer que el capitalismo es el contrato social insuperable. Lo cierto es que el capitalismo es la hechura del instinto, el saldo de la caverna, el modelo perfecto de la autoextinción. No habrá futuro sin un cierto grado de socialismo en la redistribución. No habrá sostenibilidad posible sin considerar al planeta como un anfitrión que exige respeto. No habrá humanidad sobreviviente sin empatía por los marginados. No habrá paz sin compasión. Y el capitalismo odia la compasión. La derecha aspira a que el mercado decida qué viejo debe vivir y cuál debe morir ante la escasez programada de recursos clínicos.

Es hora de entender que debemos agradecerle al COVID-19 haber hecho la obra que muchos no querían enfrentar. Gracias a él, los vestuarios se han caído y al maquillaje se lo ha llevado la lluvia de muertos y de lágrimas. Este mundo imposible de egoísmos monstruosos, de trillonarios que inventan formas de comunicación para gente que tiene cada vez menos cosas que decirse, de agenda monocorde y resignación, tiene que cambiar. Ha empezado el último capítulo de una civilización irresponsable y arrogante que produjo un mundo sin valores. Es el final de una era en la que la felicidad consistía en comprar lo que no requeríamos, pensar lo que nos sugerían, odiar lo que nos indicaban y aceptar que toda esa mierda era la vida veloz que nos prestaban. Si Roma cayó, ¿por qué no habría de caer el imperio mundial de las Merkel, los Trump, los Conte?

La derecha tiene miedo de que la gente, en mancha, se dé cuenta de todo eso. No quiere que le recuerden cómo fue que Fujimori decidió “constitucionalmente” la subsidiaridad del Estado y cómo fue que el sinvergüenza de su ministro de Economía creó las AFP para hacerse, después, director de una de ellas. No quiere la derecha que recordemos cómo es que ella está detrás de la concentración empresarial, las leyes antilaborales, la baratura del cholo. Lo sin casa, los sin agua, los sin futuro no son creación milagrosa: son parte de una visión del mundo que comparten los grandes empresarios y sus medios de comunicación.

Un bicho llamado COVID-19 se esparce mundialmente, se apodera de nuestros cuerpos, narcotiza nuestro mecanismo de defensa y nos mata. Muchos empiezan a darse cuenta de que esa entidad malignan actúa como el sistema económico y social que la derecha quiere preservar a cualquier costo.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, No 486 – 24/04/2020 p12

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