¿Por qué tantos latinos en Estados Unidos están contrayendo coronavirus?

Antonio Olivo, Marissa J. Lang, John D. Harden      (The Washington Post)

Dentro de los atestados edificios donde varias familias latinas obreras comparten apartamentos diseñados para una sola, los enfermos se están multiplicando.

Isabela Rivera fue la primera de su casa en dar positivo por el nuevo coronavirus. Incapaz de aislarse completamente en el apartamento de tres habitaciones que ella y su esposo Danilo comparten con otras dos familias en el norte de Virginia, los Riveras enviaron a su hijo de siete años a vivir con una familia amiga. Danilo duerme en el sofá, sin saber si está infectado. Las otras familias se han refugiado en sus habitaciones, esperando que una puerta cerrada los proteja del virus mortal y altamente contagioso.

Sin embargo, su complejo de departamentos en Herndon se ha convertido en un imán de coronavirus. Pronto, otros estaban tosiendo y respirando con sibilancia.

Los latinos, que representan alrededor de 10% de la población de Washington D.C., Maryland y Virginia, constituyen un tercio de los casos de coronavirus en esta región, de acuerdo con un análisis del Washington Post sobre jurisdicciones, que rastrea la raza y el origen étnico de los pacientes de COVID-19, la enfermedad que causa el virus.

Esta disparidad no se presenta solo en la región capital. Latinos jóvenes y viejos están contrayendo el virus a tasas alarmantes en lugares como Nueva York, Chicago y Los Ángeles, aunque la tasa de mortalidad de su comunidad es significativamente menor que la de los afroestadounidenses. En una encuesta de ABC News-Ipsos publicada el 22 de mayo, 26% de los adultos latinos en el país dijeron conocer a alguien que había fallecido por el virus o de complicaciones relacionadas con él.

Los expertos dan muchas explicaciones: Los latinos tienen una presencia dominante en los trabajos de la industria de servicios, lo que les imposibilita pasar la pandemia en casa. Muchos han tenido problemas para conseguir equipos de protección, mientras otros ignoraron las órdenes de clausura y cuarentena para tomar empleos arriesgados a cambio de obtener el muy necesitado dinero.

Fuera del trabajo, evitar el virus puede ser casi imposible, ya sea porque las familias latinas son más propensas a vivir en hogares multigeneracionales o porque muchos aceptan múltiples compañeros de piso para poder pagar los altos costos de la vivienda en la región de Washington.

Según los expertos en salud pública, los esfuerzos para frenar la propagación del virus están plagados de complicaciones, incluyendo barreras lingüísticas, factores estresantes económicos, recursos limitados y, en algunos casos, respuestas lentas de los gobiernos locales.

“Hay mucho miedo”, afirmó Yukmila Soriano, médico de atención primaria del Virginia Hospital Center en el condado de Arlington, donde la mayoría de los 100 pacientes a los que se les hace la prueba diariamente tienden a ser latinos. “Le estamos pidiendo a todos que se queden en casa, pero la idea de quedarse en casa varía mucho dependiendo de quién eres y cuál es tu rol en la sociedad”.

En el norte de Virginia, los latinos representan 16.8% de la población del condado de Fairfax, pero conforman casi 64% de sus casos de coronavirus, según los registros donde se conoce el origen étnico. En el condado de Prince William, los latinos representan 24% de la población y casi 77% de las infecciones donde se conoce el origen étnico. En los suburbios de Maryland y en Washington D.C., los vecindarios predominantemente latinos también tienen unas de las tasas más elevadas de contagio del coronavirus.

A medida que se ha propagado, el virus ha carcomido la base económica de la región, marginando a miles de cocineros, conserjes, jardineros y otros trabajadores de primera línea.

Fredys Medina, un obrero de construcción diabético del condado de Arlington, rechazó la insinuación de su esposa de que tenía el virus, luego de que empezó a tener tos y fiebre a finales de abril, y siguió trabajando.

Dos semanas después, colapsó en el piso de su sala. Para el momento en que llegaron los paramédicos, Medina, de 56 años, ya había muerto. Su esposa, Leonor Medina, una camarera de hotel desempleada, se quedó con una factura funeraria de 8,000 dólares que no pudo pagar hasta que los vecinos y miembros de su iglesia lograron juntar el dinero.

En el funeral, Alberto, de 14 años, uno de los hijos de la pareja, se lanzó al cuerpo de su padre y se aferró a él mientras lloraba. Poco tiempo después, dio positivo por el virus, al igual que su madre y su hermanito de 11 años, Freddy. Leonor Medina busca consuelo en su fe cristiana pentecostal, y está agradecida de que sus síntomas —y los de sus hijos— han sido leves.

“Este es un demonio que quiere matarnos a todos”, dijo Medina. “Se me perdonó la vida, y la de mis hijos también”.

Jeff C. McKay, presidente de la Junta de Supervisores del Condado de Fairfax, dijo que el número de latinos que trabajan en hoteles, restaurantes y tiendas fue una de las razones por la que le solicitó al gobernador demócrata Ralph Northam que postergara la flexibilización de las restricciones sobre negocios no esenciales en el norte de Virginia hasta, al menos, el 28 de mayo.

“Algunos de ellos están ansiosos por volver al trabajo porque no están generando ingresos, pero también hay muchos de ellos asustados por regresar al trabajo”, afirmó McKay. “Es una terrible posición para todos”.

‘Una situación desesperante’

En el vecindario históricamente latino de Columbia Heights en Washington D.C., el virus irrumpió en el hogar de Flor Morales como un tornado. Aún no saben cómo entró.

Morales, de 23 años, perdió su empleo como conserje de una oficina cuando empezó la pandemia. Sin embargo, su esposo continuó trabajando en construcción y su hermana gemela, Rosa Morales, conservó su empleo en McDonald’s, a pesar de su creciente malestar con los clientes sin cubrebocas y la estrecha cocina del restaurante.

A principios de abril, su madre, Maria Elena Velasquez, se enfermó y falleció de COVID-19. Poco después, Rosa estaba tosiendo. Se aisló en el único cuarto vacío que había: el que solía usar su madre. En cuestión de días, la temperatura de su padre se disparó. Ambos dieron positivo por el coronavirus.

La familia se enteró de algunos amigos y vecinos que se habían enfermado: un pastor y su esposa, el dueño de la pupusería de la cuadra, compañeros de trabajo, vendedores ambulantes, empleados del supermercado.

Uno de los huéspedes que había rentado una habitación a la familia Morales también cayó enfermo.

Flor Morales pasó sus días cuidando a todo el mundo: llevándole comida a su padre, dejándole a su hermana sopa y té caliente afuera de la puerta del sótano, cuidando a sus tres hijos y cuatro sobrinos, el más joven de ellos de apenas seis meses.

Cuando la sobrina de ocho años de Morales empezó a presentar fiebre, montó a la niña en su auto y salió disparada al hospital, pasando por grupos de personas reunidas en las esquinas y vecinos que conversaban entre sí sin cubrebocas. Una noche, se encerró en el baño que comparte con su esposo y sus hijos, se tiró en el piso y gritó.

“¡Dios mío!”, gritó. “¿Por qué me la quitaste?”

En el piso de abajo, su hermana Rosa se recostó contra la puerta cerrada del sótano y empezó a llorar.

Ivan Torres, un coordinador de acceso al idioma de Washington D.C., afirmó que poner en cuarentena a pacientes latinos que viven en hogares multigeneracionales concurridos rara vez da resultados. En vez de eso, dijo Torres, los gobiernos locales deben proporcionar alojamiento y apoyo para permitir que individuos cumplan la cuarentena con seguridad y lejos de sus familias.

“Sabemos que no todos pueden decir ‘OK, me quedaré encerrado en mi cuarto’ o ‘tengo mi propio baño’”, dijo Torres. “Entendemos la realidad”.

Washington D.C. y partes de Maryland y Virginia han hecho esfuerzos para proporcionarle a las personas un lugar para cumplir la cuarentena. Sin embargo, los activistas afirman que la mayoría de esas habitaciones son asignadas para personas sin hogar, y muchos residentes latinos no conocen esa opción.

En Langley Park, un vecindario predominantemente centroamericano e inmigrante de Maryland, una familia entera de seis integrantes contrajo el virus, afirmó Deni Taveras, miembro del consejo del condado de Prince George. Cuando los padres fueron hospitalizados, los cuatro niños fueron recibidos por familiares, lo que añadió otra capa de posible exposición.

“Es una situación muy, muy desesperante”, dijo Taveras, quien perdió cuatro familiares por el COVID-19 en Nueva York.

El condado de Prince George abrió recientemente un lugar para cuarentenas a 11 kilómetros de Langley Park que puede albergar a 100 personas, pero las autoridades se negaron a decir cuántas habitaciones están siendo utilizadas. En Virginia, el condado de Fairfax ha alquilado 221 habitaciones de hotel, y el condado de Prince William ha alquilado 40. Washington D.C. ha designado 864 habitaciones de hotel para aislamiento, las cuales, según los funcionarios, son usadas principalmente para albergar personas que de otra manera estarían en refugios o en las calles. Los datos de Washington D.C. revelan que solo 38 personas han utilizado las habitaciones de hotel por no poder cumplir con la cuarentena en sus casas.

Activistas de salud pública y médicos afirmaron que las agencias gubernamentales necesitan hacer más. James Lamberti, médico especialista en enfermedades pulmonares cuyo consultorio en la ciudad fuertemente latina de Annandale atiende hasta a 30 pacientes por día, calificó la falta de sitios para cuarentena en el condado de Fairfax como “una vergüenza”.

“Ya hay antecedentes de esto con la salud pública, con la tuberculosis”, dijo. “Si las personas no podían regresar a sus casas, los ponían en un hotel. Gran parte de esta propagación comunitaria permanente en el último mes pudo haber sido prevenida por mejores políticas de salud pública. Había que averiguar dónde estaba el problema a nivel local”.

El condado de Fairfax, que tiene 1.1 millones de habitantes, había reportado 9,482 infecciones y 331 muertos hasta el 25 de mayo. Las autoridades afirman que planean rentar 160 habitaciones de hotel adicionales para cuarentenas, además de las 221 que ya están mayormente ocupadas.

Los gobiernos locales también han tenido dificultades para darle a los residentes hispanohablantes información sobre el coronavirus y para rastrear su propagación en la comunidad.

Las alertas por mensaje de texto en español recientemente establecidas por Fairfax les llega a menos de 200 residentes, a pesar de tener una población de cerca de 53,000 habitantes que hablan mayormente español. Cerca de 39,000 residentes del condado de Prince William hablan principalmente español, pero solo 53 se han registrado para recibir las alertas.

Steven Woolf, investigador de la Fundación de Salud del Norte de Virginia, afirmó que un incremento de la aplicación de pruebas de diagnóstico y la habilidad para rastrear a personas potencialmente expuestas a una persona infectada son cruciales para controlar la propagación comunitaria de la enfermedad. Sin embargo, afirmó Woolf, muchas iniciativas de rastreo de contactos no incluyen traductores.

Otro obstáculo que los gobiernos locales y el personal sanitario deben sortear es el miedo.

Jair Carrasco, activista de Vendedores Unidos, un grupo de defensa de vendedores ambulantes de Washington D.C., ha escuchado de familias inmigrantes que temen llevar a sus familiares enfermos a un hospital porque les preocupa que agentes de inmigración puedan estar allí, al acecho.

“Además del virus y de que las personas no quieren salir a la calle por cuestiones de seguridad, también lidiamos con comunidades inmigrantes con un largo historial de discriminación y abuso policial”, dijo Carrasco, de 29 años, quien comenzó a sentirse enfermo a principios de mayo, luego de que su novia llegara a casa de su trabajo en un supermercado con sensación febril y mareo. Poco después, ella dio positivo por coronavirus.

Mientras esperaba ser atendido por un médico, Carrasco decidió intentar llamar a la línea directa en español sobre coronavirus de Washington D.C. Lo transfirieron tres veces, dijo, y al final le dieron un nuevo número telefónico al cual llamar. Nunca encontró el servicio de entrega de comida que estaba buscando.

“¿Qué hubiera pasado si yo solo hablara español y esta gente no hace sino darme estos rodeos?”, dijo. “Eso puede marcar la diferencia entre alguien que recibe ayuda y gente sufriendo”.

Las autoridades de Washington D.C. dijeron que habían consultado con una gran cantidad de organizaciones que trabajan en la comunidad latina antes de lanzar las llamadas automatizadas en español e intentar optimizar la compleja red burocrática del distrito para los que no hablan inglés.

“Algo que vimos desde el comienzo y que fue realmente devastador, es que tuvimos residentes que murieron en sus casas porque no buscaron atención médica”, afirmó Tomás Talamante, subjefe de gabinete de la alcaldesa demócrata del distrito de Columbia, Muriel E. Bowser. “Ese es el mensaje que hemos estado intentando hacer llegar: sin importar su estatus migratorio o su situación socioeconómica, queremos que nuestros residentes busquen atención médica”.

La punta del iceberg

En una mañana reciente, una fila de pacientes rodeaba la cuadra afuera del Upper Cardozo Health Center en Columbia Heights.

La clínica —la cual le realiza la prueba de diagnóstico a más de 80 personas diariamente, cerca de la mitad de ellos latinos— abre sus puertas a las 8:00 de la mañana. Se sabe de pacientes que llegan a las 6:00 de la mañana.

A la directora médica Blanca Toso le preocupa que ellos sean apenas la punta de un iceberg mucho más grande. Toso pasa sus fines de semana llamando a sus pacientes, recordándoles a aquellos que dieron positivo que atiendan los síntomas, se aíslen y llamen solicitando ayuda si las condiciones empeoran.

Si bien los efectos respiratorios del coronavirus son bien conocidos, dijo Toso, muchos de sus pacientes desconocen las otras manifestaciones de la enfermedad. A menudo, si un paciente está enfermo pero no tiene tos seca, afirmó Toso, no piensa que sea posible que pueda tener el virus. Algunos intentan remedios caseros como tratamientos: infusiones de hierbas y raíces enviadas por familiares fuera de Estados Unidos.

“Muchas de estas personas tienen que seguir yendo a trabajar todos los días, por lo que no son capaces de estar al día con las noticias o con cada nuevo síntoma que estamos descubriendo sobre este virus”, dijo Toso. “Pueden no creer tener el virus, pero muchos de ellos lo tienen”.

Otros ya habían intentado realizarse la prueba pero, en medio de una escasez inicial de kits de pruebas e insumos, fueron rechazados.

Ahora, Edith Morejon rara vez sale de su apartamento en Hyattsville, Maryland. De todas formas, dijo, siente como si el virus se estuviera acercando.

Su esposo, quien trabaja durante la semana en Pensilvania y comparte un apartamento con otros cuatro hombres, llegó recientemente a casa con fiebre y tos.

En cuestión de días, fue diagnosticado con COVID-19. Morejon, de 40 años, no recibió la prueba, a pesar de tener una fiebre leve. Su médico le aconsejó volverlo a intentar si sus síntomas empeoraban.

Para proteger a sus tres hijos —de seis, 10 y 12 años— Morejon mantuvo a su esposo aislado dentro de la habitación. Cuando los niños corrieron a abrazarla, ella los detuvo al no tener la certeza de si era seguro.

Morejon ha hecho todo lo que las autoridades le han pedido. Se mantiene al día con las noticias sobre el COVID-19 y se registró para recibir las alertas por mensaje de texto del condado de Prince George. Aunque Maryland expandió recientemente sus opciones para las pruebas de diagnóstico, hasta el 21 de mayo no había sido capaz de que le hicieran la prueba.

“Solo estoy esperando aquí en mi casa, pasando mi cuarentena para no infectar a nadie más”, dijo Morejon. “No sé que más hacer”.

Desastre financiero

El virus puede desvanecer la pequeña estabilidad económica que tienen algunas familias.

Antes de la llegada de la pandemia, Danilo e Isabela Rivera dependían principalmente de los ingresos de ella como camarera en un hotel cerca del Aeropuerto Internacional de Washington-Dulles. Danilo perdió su trabajo como pintor de casas el año pasado.

Ahora, con Isabela confinada a su cama, Danilo se pone un cubrebocas de tela todas las mañanas y se para frente a un ­7-Eleven junto a otros jornaleros.

Danilo deja los alimentos donados por una iglesia del vecindario en la puerta de la habitación de su esposa y habla periódicamente por teléfono con su hijo, Alan, quien no entiende por qué no puede ir a su casa.

“Lloró mucho los primeros tres días”, dijo Danilo. “Hemos querido darle un abrazo y un beso, pero no hemos podido”.

Al noreste de Washington, Jose Mardoqueo Reyes fue hospitalizado con COVID-19 a finales de abril, el mismo día que su esposa, Blanca Bonilla, había sido dada de alta de un hospital luego de que sus síntomas desaparecieran. Reyes falleció tres semanas después.

La familia no está segura de cómo el virus entró a su hogar compuesto por seis personas, aunque tuvo varias vías posibles.

Bonilla trabajaba en un McDonald’s antes de que la pandemia llegara en marzo. Mardoqueo Reyes, un reconocido comentarista deportivo en español de la región, también trabajaba en el sector construcción. Su hijo mayor, Mardo Reyes, de 28 años, conducía un camión de entregas.

La esposa de Mardo, Emmy, quien había estado de permiso de su trabajo como enfermera, fue la primera en experimentar los síntomas y fue brevemente hospitalizada el mes pasado.

Ingrid Reyes, la hermana de Mardo, de 26 años, vive en otro lugar del vecindario y hasta el momento se ha mantenido sana. Luego de que su padre pasara tres semanas con un respirador, Ingrid pidió dos semanas de permiso en su empleo como controladora de tránsito de una obra de construcción, para ayudar a atender a su familia.

En vez de eso, dijo, su jefe la despidió.

Mardoqueo Reyes falleció el 12 de mayo. La familia está actualmente buscando ayuda para los 14,000 dólares de los gastos funerarios. “Todo nos golpeó al mismo tiempo”, afirmó su hija.

Rachel Chason contribuyó con este reportaje.

https://www.washingtonpost.com/es/tablet/2020/05/27/por-que-tantos-latinos-en-estados-unidos-estan-contrayendo-coronavirus/

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