No se embarre, señor Sagasti

César Hildebrandt

l señor presidente Francisco Sagasti recibe en palacio de gobierno a la señora Keiko Fujimori.

La señora es atendida como lideresa de una organización política y el señor presidente la recibe como tal.

Conversan el señor y la señora. La señora está acompañada de su vocero parlamentario, un señor superlativo que también votó para que Manuel Merino descendiera del árbol y ascendiera a la presidencia. Hablan el señor y la señora, suponemos, de los grandes temas que atribulan al país, de aquello que limita con la trascendencia.

Un día antes, el señor presidente ha dedicado largos minutos a hablar con César Acuña, jefe de la llamada Alianza para el Progreso. Y después lo hará con todas las fuerzas políticas representadas en el parla­mento.

Pero hay un problema muy serio.

El señor presidente, tan vallejiano y perspicaz él, sabe perfectamente que la señora Keiko Fujimori no es la lideresa de Fuerza Popular sino la jefa de una organización criminal he­redada de su padre, con­denado a 25 años de cárcel por un surtido de críme­nes. Sabe perfectamente el señor Sagasti que este simulacro de cita cumbre no favorece sino a la señora que quiere limpiar el apelli­do Fujimori, manchado de sangre y corrupción. ¿Qué gana él, más allá de dar una imagen de extrema ingenuidad? No gana una tregua sino un disimulo. No gana la paz sino un frágil paréntesis al que sucederá, proba­blemente, un suceso que será todo un home­naje a la traición.

Pero hay más problemas serios.

El señor presidente sabe que el señor Acuña no encabeza un partido sino una vasta red de influencias cuyo objetivo es obtener fuen­tes adicionales de recursos, plata como can­cha para seguir comprando casas, voluntades, reputaciones aparentes. Sabe también que el señor Acuña es socio eventual y recurrente de Podemos Perú, casa matriz de Pepe Luna, el señor de las fachadas, el bribón de Telesup. Y sabe el señor presidente que UPP, entidad salida de una imitación de Ciudad Gótica, depende de consignas dictadas por un criminal mientras aspira a que un Guasón indescifra­ble la represente en las elecciones. Y sabe, en suma, quién es quién y en qué se ha convertido Acción Popular y qué tipo de residuo es Somos Perú, para citar sólo dos ejemplos. Cla­ro que lo sabe: alguno de sus asesores debe haberle mostrado el plano del cementerio en que se convirtió la partidocracia peruana.

Pero el señor presidente podrá decirnos, con todo derecho:

-¿Y qué quiere usted, señor purista? ¿Que no dialogue con el Congreso? ¿Que me aísle a como hizo el suicida de Vizcarra?

Dudamos, por supuesto, que seamos dignos de que el presidente nos pregunte algo. Pero si eso ocurriera, nuestra modesta respuesta sería que el diálogo político es imprescindi­ble en una democracia y que la relación del Ejecutivo con el Congreso compromete la es­tabilidad política y la marcha de la economía, cómo no. Pero añadiríamos que el presidente de la república no está tratando en este caso con fuerzas políticas ni con líderes de esas ins­tituciones sino con jefes hechizos de partidos fingidos y prontuariados. AP fue un partido: hoy es una subasta inversa. APP jamás fue un partido sino lo más parecido a la banda del choclito. ¿Seguimos?

De modo que estas conversaciones no conducen a la gobernabilidad sino al desprestigio del señor presidente y a la caricaturización de la democracia.

¿Qué se puede esperar de concertar con Keiko Fujimori o César Acuña? El pantano ejerce un atractivo novelesco, pero jugar con fuego en política es de alto riesgo. La crimi­nología, además, lo ha demostrado: el carác­ter del sociópata persevera, los impostores no pueden abandonar su esencia.

La generación del bicentenario, señor Sagasti, salió a la calle para repudiar al Congreso de Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Acción Popular y todos los etcéteras imagina­bles que hoy pisan palacio de gobierno. Los dos muertos y la centena de heridos, víctimas de la bru­talidad policial ordenada por Merino y sus barraco­nes, son todo un símbolo y una lección. Y la lección es clara, presidente: el Con­greso es una covacha don­de abundan los alias, los botines, las ganzúas y el vicio de la estupidez. ¿De la mano de él piensa usted gobernar? ¿Piensa usted pedirle sugerencias eco­nómicas al FREPAP, ideas para moralizar al país al partido que persigue a los testigos de sus prácticas de lavar dinero y encubrir las donaciones del BCP?

No le pedimos que confronte si ese no es su talante, señor Sagasti. Le pedimos que no ensucie su presiden­cia con estas proximidades. Le pedimos que presente su plan de gobierno a la espe­ra de que el Congreso matón que padecemos lo apruebe sin mayores problemas. No tienen alternativa, señor presidente. No tiene usted que pasar por la humillación de hablar de las dificultades de gobernar con Keiko Fujimori o César Acuña. La calle no va a tolerar una nueva vacancia. La calle está vigilando. No le quite usted argumentos a la indignación. No se embarre. Y recuerde otra vez a Vallejo:

Confianza en el anteojo, no en el ojo;

en la escalera, nunca en el peldaño;

en el ala, no en el ave

y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo…

Confianza en muchos, pero ya no en uno;

en el cauce, jamás en la corriente;

en los calzones, no en las piernas

y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo…

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 517, 27/11/2020  p12

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