Perú. Llegaron las vacunas y no fue como hace 200 años

Natalia Sobrevilla

Aun año de comenzar la pandemia que nos ha puesto la vida de cabeza, las vacunas empiezan a llegar a sus destinos y hoy aterriza el primer envío en Perú.

Más allá de las discusiones de si las vacunas son confiables por numerosos motivos, la realidad es que por fin comienza a haber una luz al final del túnel. Sin embargo, transportarlas nunca ha sido una tarea fácil y la historia lo corrobora con creces.

La primera vacuna fue desarrollada por Edward Jenner en la Inglaterra del siglo XVIII. El enemigo a vencer era la viruela, una de las enfermedades que más estragos había hecho en la humanidad. Desde mucho antes existían modalidades para hacerle frente, como la variolización –que se practicaba en Asia–, y que consistía en ponerle las ropas de los enfermos a los niños para que alcanzaran la inmunidad, o introducir costras o pus mediante un corte en el brazo, pero esta técnica tenía muchos riesgos ya que podía infectar gravemente a quienes se buscaba proteger.

Jenner observó que las mujeres que ordeñaban vacas desarrollaban inmunidad contra la enfermedad –el nombre “vacuna” nos lo recuerda muy bien– y concluyó que era porque estaban expuestas a una versión menos agresiva del virus que se encontraba en el ganado.

Jenner experimentó con un niño de ocho años y comprobó que, luego de haberlo inoculado con las pústulas de este virus, logró desarrollar la inmunidad. Luego repitió el procedimiento con más personas y publicitó sus resultados, los que, luego de ser ampliamente debatidos, fueron debidamente valorados. Producto de ello, la vacuna comenzó a administrarse en el Imperio británico.

Sin embargo, uno de los esfuerzos de vacunación masiva más importantes registrados fue el llevado a cabo por la Monarquía Hispánica entre 1803 y 1806, que organizó una expedición para llevar esta nueva tecnología a todas sus colonias. El proyecto, financiado por Carlos IV, consistía en llevar a médicos, enfermeras y a niños portadores de la vacuna en una corbeta que los llevó desde España a toda América y Filipinas.

Como en aquellos tiempos no existían medios modernos para mantener la vacuna refrigerada, esta se administraba en niños de entre tres y diez años y se iba pasando de brazo en brazo cada 9 o 10 días. Seis de estos niños eran huérfanos de la Casa de Desamparados en Madrid, once del Hospital de Caridad de La Coruña, cinco de Santiago y uno era el hijo de la directora de la Casa de Expósitos de La Coruña, quien estuvo a cargo de los niños durante la expedición. De los 23, un niño murió en el viaje y ninguno regresó a vivir a su lugar de origen.

La expedición se dividió en La Guaira, Venezuela. Algunos niños fueron llevados a Caracas, donde una Junta de Vacunación se hizo cargo de administrar la vacuna, transmitiéndola a niños locales y pasándosela en cadena a la población. Otros niños viajaron a lo que hoy es Colombia y el médico a cargo se dedicó durante siete años a repartir la vacuna en Perú. Luego siguió camino hacia Chile y Bolivia. El resto de los niños fueron llevados a México, donde se reclutó a veinticinco niños más para trasladar la vacuna a Manila, y de ahí a China.

Si bien la ciencia desarrolló la posibilidad médica de enfrentar la enfermedad, fue la organización y la estructura de la Monarquía Hispánica lo que hizo posible su traslado al otro lado del mundo. En cada una de las colonias españolas donde llegó la vacuna se crearon Juntas de Vacunación, como la mencionada en Caracas, encargadas de mantener viva la vacuna en los niños y de repartirla.

Tal como ocurre en estos días, muchos habitantes de entonces expresaron que no querían la vacuna: no confiaban en los métodos usados para desarrollarla, no querían introducir en sus cuerpos virus de vacas, no sentían que el Estado español tuviera el derecho a obligarlos a vacunarse a pesar de que la enfermedad era mortal y muy contagiosa. Algunos se refugiaban en la religión aduciendo que solo Dios podía decidir quién debía vivir y morir.

Suena contemporáneo, ¿verdad?

La viruela, esa enfermedad que diezmó a dos imperios en América, tardó más de 150 años en ser erradicada del mundo. Demoró, en parte, porque no faltó quien rehusara vacunarse, pero también porque vacunar a todo un planeta requiere un esfuerzo y una organización inmensa: lo vivimos ahora que el mundo está en una guerra por las vacunas, donde se debate, entre otras cosas, si se deben distribuir de manera pública o privada.

Si bien esta vez no son niños huérfanos los que nos la traen, al menos podría contentarnos el hecho de que, por fin, comienzan a llegar.

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