Perú: ¿Cuánta democracia acepta la desigualdad?

José Ignacio Carrión

Para muchos fue una sorpresa el triunfo de Castillo en la primera vuelta. Pues no, no lo fue. Fue la respuesta a un Estado ausente e incapaz. Un Estado que no ha llegado en años a los rincones más olvidados del país.

El mismo domingo pude ver todo el repudio que provocaba Castillo, pero ¿dónde? En Facebook, Twitter, Instagram. Es significativo que mucha gente desconcertada dijera: “pero si nadie iba a votar por Castillo”, y claro, “nadie”, eran sus contactos en Facebook o WhatsApp.

Y mientras seguíamos en nuestra burbuja de la red social, Castillo iba calando en la gente más pobre, y muchos de ellos, equivocados o no, están convencidos que solo un gobierno radical puede mejorar sus vidas. Caló en el Perú más pobre cansado de no tener nada, y ser pobre año tras año, que arriesga por un radical porque no tiene nada que perder.

Y con esta pandemia hoy hay más pobres que hace un año. Los que se amanecen en un hospital, los que no tienen agua, luz o qué comer o simplemente la señora que trabaja en nuestra casa. Siempre estuvieron ahí, frente a nuestras narices y no los vimos, o peor aún, no los quisimos ver. Estuvimos tan entretenidos con el Tik Tok y Netflix que simplemente desaparecieron de nuestra vista. Pero estaban ahí. Siempre estuvieron.

Y el 11 de abril hablaron. Y por primera vez en años se hicieron escuchar. Y todos nos sentimos desconcertados y estupefactos porque en nuestras encuestas en Facebook eran otros los resultados.

Lo mismo sucedió hace 10 años. Pero entonces fueron defraudados. No hubo Hoja de Ruta ni mucho menos una Gran Transformación. Y mientras el bolsón de excluidos siga siendo tan grande y el Perú pobre siga creciendo seguirán apareciendo Castillos y los que menos tienen seguirán apostando por ellos.

El reto para el siguiente presidente, sea quien sea, será, no quitarle al que tiene más para dárselo al que tiene menos, eso no ha funcionado en ninguna parte del mundo y no funcionará acá, sino pensar seriamente en reducir la pobreza para que millones de peruanos puedan también beneficiarse de la riqueza que genere el país.

Y esto es así porque una democracia excluyente no es viable. Y mucho menos en países como el nuestro donde el embalse de expectativas insatisfechas es inmenso. Donde millones de peruanos que viven en una situación de pobreza extrema indigna, están convencidos que van a morir en la pobreza, ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos, y que sin importar quién llegue al poder, siempre serán excluidos. En esas circunstancias, cabría preguntarse, ¿Cuánta democracia acepta la desigualdad?

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