Perú: Para no olvidarnos de Montesinos

Eduardo Villanueva Mansilla

La nueva vuelta de tuerca del indulto a Alberto Fujimori ofrece otra vez la pregunta sobre “si se merece el castigo”, como algunas personas plantean los veredictos de la justicia peruana frente a la multiplicidad de cargos que enfrentó el dictador de los 90. Fujimori nunca fue un ejemplo de coraje ni de lucidez, como sus varias fugas, su escondite tras el ultranacionalismo japonés, y su ridículo gambito chileno lo demuestran. Pero, para muchos, sí es inocente.

¿Cómo así? Incluso cuando Mario Vargas Llosa optó por defendernos del comunismo apoyando a la hija del dictador, reconoció todo lo malo del fujimorismo y de la candidata misma. No negó la culpabilidad del padre ni la asociación indeleble a nivel político que tal culpabilidad establece entre el fujimorismo antiguo y el nuevo. Pero incluso dentro de la derecha más convencional, Vargas Llosa es una excepción.

Para muchos votantes por Fujimori, por convicción o por el consabido “qué me queda”, es cuestionable o claramente falsa la atribución de culpabilidad que ha recibido el dictador. No se trata solo de los que fueron parte de la gavilla de los 90, o sus sucesores directos; es gente que juzga positivamente al régimen fujimorista. En el fondo, el argumento, desde el 2000, es que Fujimori, cual gato de Schrödinger, fue y no fue responsable de lo que pasó durante su dictadura. Desde esa posición, el culpable de lo malo es Montesinos, y lo bueno lo hizo “el chino”. El resto no se da cuenta de lo que pasó.

Desvaneciéndose en su celda, donde estará al menos cuatro años más, Montesinos se volvió simultáneamente receptáculo de toda la culpa de la dictadura, cosa juzgada, y también ignorada. El fujimontesinismo, esa díada que nos gobernó hasta con las mismas corbatas, exhibiéndose como una sola cosa, de pronto se volvió una dualidad perfecta: los que buscan justificar su apoyo al fujimorismo le atribuyen la luz, lo piensan puro, digno de gratitud continua y hereditaria; mientras que la oscuridad proviene del que ya no importa, aquel cuyo nombre preferimos olvidar. Para los que demandan justicia, la urgencia hace que concentren su energía en el dictador, que sigue en pie, corrompiendo el debate público, lo que rebota en los que portan la convicción de que el mal fue derrotado al condenar a Montesinos.

El truco más grande que hizo el dictador fue convencer a muchos que existió, pero que todo lo malo fue hecho por el otro, el malo de verdad. Pero el dictador solo pudo serlo junto con su pareja: titiritero y factotum el uno del otro. Uno le regaló poder al otro, uno usó al otro, y necesariamente uno y otro comparten las culpas, y deberían también compartir la condena, la judicial, la política, y la de la historia.

https://larepublica.pe/opinion/2022/03/22/para-no-olvidarnos-de-montesinos-por-eduardo-villanueva-mansilla/

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