Perú: Soberanía energética

Pedro Francke

A Manuel “Lete” Dammert, incansable defensor del gas y petróleo para el Perú.

La guerra de Rusia contra Ucrania tiene como una de sus áreas de batalla globales más importantes el destino de su gas y petróleo, con los cuales Rusia obtiene billones de dólares, capital con el que venía comprando bienes manufacturados y tecnología y acumulando grandes reservas internacionales (muchas recientemente expropiadas por el gobierno de los Estados Unidos). Hoy, Estados Unidos y la Unión Europea quieren golpear a Rusia cortando estos ingresos. Las consecuencias son enormes para Europa, el mundo y el Perú.

El asunto de los combustibles para nuestro país es serio: el petróleo subió en los mercados internacionales hasta 110 dólares el barril, llevando los precios internos del diésel y la gasolina por los cielos a pesar de que el gobierno inyecta cientos de millones de soles mensuales para frenarlos. Esta alza empuja fuertemente el conjunto de precios hacia arriba, afectando sobre todo a los más pobres de la ciudad y a los pobladores del campo, que requieren mayor transporte para conectar insumos, producción y consumo. Fertilizantes claves como la urea, además, necesitan para su producción mucha energía, lo que eleva su precio y agrava su escasez. Estamos pagando el costo de haber descuidado durante décadas nuestra soberanía energética, a pesar del esfuerzo tenaz de líderes como Manuel Dammert y Javier Diez Canseco, intelectuales como Humberto Campodónico, sindicatos y movimientos sociales que insistieron en ello.

Europa entre la espada y la pared

Uno de los países más dependientes de energía rusa, Alemania, ya redujo sus importaciones de petróleo ruso del 12 % al 35 % y se ha congelado el nuevo gran proyecto para llevar gas de Rusia a Alemania llamado Nord Stream 2. El asunto es serio porque la mitad del gas que se consume en Alemania (y el 40 % del consumido en toda Europa) viene de Rusia, vía gasoductos existentes algunos desde hace cincuenta años, y es muy importante para sus fábricas y para calentar las viviendas en el crudo invierno europeo. Apenas en marzo, el canciller (jefe de gobierno) alemán Olaf Scholtz declaró que «Europa ha eximido deliberadamente de las sanciones a los suministros energéticos procedentes de Rusia. En este momento, el suministro de energía de Europa para la generación de calor, movilidad y electricidad no puede asegurarse de ninguna otra manera”. El tema es clave también para Italia y Austria. Un gran problema es que buscar otra fuente de gas exige buques tanques cuya disponibilidad es limitada y estaciones de descompresión que demoran en construirse. Aun así, la política europea frente a la guerra ha sido golpear a Rusia buscando recortarle los ingresos que obtiene de la venta de combustibles, lo que afecta el mercado mundial del gas presionando los precios, que se han duplicado desde inicios de año.

El petróleo tiene un comercio mucho más flexible, casi como cualquier otro bien. No demora tanto el pasar a comprar petróleo de uno u otro país, pagando el precio y los fletes correspondientes por supuesto. Las instalaciones necesarias para su traslado y desembarque son las ya existentes. Europa ya hizo un gran giro al respecto. Sin embargo, resulta que Rusia es el segundo mayor exportador mundial de petróleo, razón por la cual, tras la guerra y las sanciones comerciales contra Rusia, el precio mundial del petróleo ha dado un salto. Frente a ello, Estados Unidos busca que se amplíe la oferta mundial, para lo cual da pasos iniciales para suavizar sus relaciones con Venezuela y viene pidiendo –con poco éxito– que los países árabes aumenten su producción (ellos ganan con los mayores precios).

En síntesis, varios países europeos aún pagan miles de millones a Rusia (fueron 44 mil millones en los dos primeros meses de la guerra), lo que le permite a Putin financiar su ataque contra Ucrania. Pero décadas de olvidarse de la soberanía energética y de mantener la dependencia de los combustibles fósiles ha puesto a los europeos entre la espada y la pared, en especial en el gas. Han planteado soluciones de mediano plazo, con políticas más firmes de ahorro energético y más energía solar y eólica (y quizás nuclear), pero los plazos son de tres años a más. Su dependencia del gas ruso, sin embargo, es un tremendo problema.

Neoliberalismo y soberanía nacional

El concepto de soberanía nacional en temas productivos y económicos ha sido anatema para los neoliberales durante las últimas tres décadas. La caída del muro de Berlín fue interpretada como “el fin de la historia” con el reino incuestionable de los mercados globalizados. Fieles creyentes del “libre comercio”, de abrir las puertas de nuestro mercado permitiendo que se nos venda como leche lo que no es tal cosa, la soberanía les parecía un concepto del pasado. Vargas Llosa, fungiendo de filósofo ultraliberal, ha insistido en que cualquier nacionalismo es negativo y arcaico.

A pesar de la idea dominante de lo “global”, no es casualidad que a estas ideas neoliberales se les conozca también como El Consenso de Washington (hablamos de la capital de los Estados Unidos). La hiperglobalización neoliberal ha estado sustentada en la pax americana, como se ha llamado a la hegemonía mundial de ese país. Tampoco es casualidad que, aun siendo activo promotor de tratados de “libre comercio”, los Estados Unidos prohibieron que se exportara su petróleo durante cuarenta años, entre 1975 y 2015, desde la gran crisis del petróleo de los años 70 hasta que vieron que podían autoabastecerse de sobra. Incluso así, EE.UU. mantiene su llamada “reserva petrolera estratégica” para resguardar su soberanía en esta área y amenguar los golpes que los vaivenes del mercado internacional puedan causarles. Han sido también campeones en aplicar sanciones económicas a todo el que le cayera mal, es decir, que osara oponerse a su hegemonía, sumando una veintena de países los que han sido golpeados por medidas económicas y financieras de gran importancia, dada la fuerte dominación del dólar en los sistemas de pagos internacionales.

Ya desde hace algunos años, la guerra comercial y tecnológica desatada por Estados Unidos contra China en torno a las 5G y la Inteligencia Artificial remecía el tranquilo océano de la hiperglobalización capitalista. Hoy, la guerra de Rusia contra Ucrania ha mostrado a tirios y troyanos, incluyendo a estados poderosos como Alemania, que confiaron sin reservas en los mercados globalizados, lo costosa que podría resultar esa política. El mundo entero revisa sus conceptos y nuevas estrategias se discuten a nivel mundial. Se han evidenciado riesgos que no se habían considerado. En palabras del premio nobel Paul Krugman: “las preocupaciones de seguridad nacional sobre el comercio (…) deben tomarse más en serio de lo que yo, entre otros, solía creer”. La energía está en el corazón de este debate.

Recuperar soberanía energética es perfectamente posible en un Perú donde hay enormes posibilidades de energía solar, eólica y geotérmica, existe potencial hidroenergético bajo condiciones ambientales adecuadas, tenemos reservas de gas subutilizadas por falta de infraestructura, hay petróleo por explotar y explorar, y donde casi nada se ha hecho por incentivar un uso más eficiente de la energía, empezando por nuestros desastrosos sistemas de transporte público. Pero ni siquiera tenemos un Plan Energético Nacional de Mediano y Largo Plazo. Ya es tiempo.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°588, del 27/05/2022 p15

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