Cien años del ascenso fascista

Isaac Bigio

Hace un siglo el fascismo tomó el poder por primera vez. El 27-29 de octubre de 1922 unos 30 mil reservistas y legionarios marcharon sobre Roma con camisas negras y armas caseras o rudimentarias. El primer ministro Luigi Facta le pidió al rey Víctor Manuel que movilizara a las tropas o decretara estado de emergencia para enfrentar el desfile.

Pese a que el rey se proclamaba liberal y a favor de una monarquía constitucional con una democracia multipartidaria, Víctor Manuel dejó que el Partido Nacional Fascista, el cual se había fundado hacía solo 11 meses atrás, tomara la capital. Tras la renuncia de Facta, la corona ungió a Benito Mussolini como presidente del Consejo de Ministros. El 16 de noviembre Mussolini recibió la ratificación de más del 70 % del Parlamento, pese a que allí los fascistas eran una minoría. A los 11 días la Cámara le otorgó plenos poderes en materia económica y administrativa.

Si bien la clase dominante italiana no se sentía cómoda con las milicias de estratos bajos del fascismo, veía a estos como una tabla de salvación contra los “rojos”. Apenas cinco años atrás, el 7 de noviembre de 1917, los bolcheviques habían tomado el poder en Rusia y tras ello desencadenaron una ola de revoluciones en toda Europa. Italia tenía a uno de los partidos comunistas más grandes del mundo.

A pesar de que Mussolini, al igual que los comunistas, provenía del Partido Socialista, había ido abrazando un extremo nacionalismo gran-italiano, especialmente durante la I Guerra Mundial (1914-18). El “Duce” postulaba reconstituir el imperio romano e ir hacia un fuerte Estado nacional. Sus enemigos principales pasaron a ser sus antiguos camaradas y constantemente sus fuerzas de choque se enfrentaban a los sindicatos, las huelgas, los socialistas y los comunistas.

Mussolini fue aceptado por la realeza y el establishment como la mejor ficha para neutralizar y aplastar el peligro de las fuertes organizaciones laborales que tenía Italia, para dar orden y estabilidad internas, y para iniciar una política exterior expansionista.

A 10 meses de llegar al poder, Mussolini chocó militarmente con Grecia y le ocupó Corfú, su mayor isla occidental. Seis meses después, Italia anexa Fiume, el principal puerto croata. En sus primeros años en el poder, Mussolini establece un protectorado de facto sobre Albania y expande sus dependencias en Libia hacia Fezzan y otras zonas del Sahara.

En abril de 1926 Mussolini eliminó el derecho a la huelga, mientras que en Libia dio un discurso reclamando al Mediterráneo como “nuestro mar” y contraponiendo el fascismo a la democracia. El Duce también quiso crear una cadena de colonias africanas que fueran desde Libia hasta Somalia, para lo cual en 1934-35 se lanzó a ocupar la actual Etiopía, el único gran reino negro que había mantenido su independencia ante el reparto europeo del África.

El fascismo no debe ser confundido con cualquier dictadura autoritaria. Miles de estas han habido en la historia universal antes de Mussolini. Lo que distingue al fascismo de cualquier autocracia es que este se basa en un partido único sustentado en pequeños propietarios, desocupados y reservistas, con fuerzas de choque que atacan a los sindicatos y a las izquierdas, que establecen un Estado corporativo con fuertes elementos autárquicos y que demandan una expansión militar externa.

En 1933 Adolfo Hitler tomó el poder en Alemania. El nazismo tomaba todos esos aspectos, pero le agregaba un componente racista. Su odio contra sus enemigos étnicos internos (judíos y gitanos) fue luego adoptado por Mussolini y otros movimientos fascistas que se fueron dando en el mundo de entonces.

Durante la guerra civil española de 1936-39, el Generalísimo Francisco Franco derrota a los republicanos (con ayuda de tropas y bombarderos de Italia y Alemania) y establece la dictadura de la Falange, la cual une elementos del fascismo con el clericalismo. El eje Roma, Berlín y Tokio desencadenaría la II Guerra Mundial (1939-45) en la cual sus integrantes lograron capturar casi toda Europa, el este y sudeste asiáticos y buena parte de Oceanía.

Las “democracias occidentales” inicialmente vieron con buenos ojos el ascenso de Mussolini y de Hitler, pues querían detener a los soviéticos. Luego no quisieron impedir que Franco tome Madrid y Barcelona. Durante la II Guerra Mundial Portugal fue uno de los aliados fascistas de Londres y Washington. Al terminar este conflicto, España, Portugal y Grecia fascistas tuvieron buenas relaciones con las democracias occidentales, las mismas que animaron a decenas de golpes y dictaduras represivas en Latinoamérica, África y Asia.

El único Gobierno realmente fascista que ha tenido el Perú fue el que creó Luis Miguel Sánchez Cerro. Este militar piurano participó en el golpe castrense del 22 de agosto 1930, el cual depuso al presidente civil que más tiempo haya estado en Palacio (Augusto B. Leguía). Tras haber comandado la junta militar (del 27/8/1930 al 1/3/1931), Sánchez Cerro participa de unas elecciones generales que domina y en las que es proclamado ganador. Su mandato constitucional duró 17 meses, desde diciembre de 1931 al 30 de abril de 1932, cuando fue asesinado. El último magnicidio que ha conocido el Perú fue perpetrado por el APRA, que entonces fue el primer partido peruano en incitar el terrorismo individual.

Sánchez Cerro reprimió duramente a los socialistas y comunistas que habían militado con José Carlos Mariátegui y sobre todo al APRA, que entonces se proclamaba marxista y antiimperialista. Más de seis mil trujillanos fueron fusilados en 1932. Las huestes del partido Unión Revolucionaria, el de Sánchez Cerro, copiaron abiertamente el color de las camisas y varios símbolos e ideas de Mussolini.

Hoy Antauro Humala copia varios elementos y símbolos del fascismo (incluyendo la xenofobia, el expansionismo territorial, el querer volver a reconstituir un viejo imperio y el culto a la raza principal del país). Humala demanda una marcha de “medio millón de reservistas” sobre Lima. Sin embargo, el etnocacerismo no considera a la izquierda como su enemiga sino como su aliada y choca con el establishment, por lo que se trata de un nacionalismo confuso, así como lo han sido el MNR boliviano y el peronismo argentino, los cuales inicialmente fueron cercanos a Hitler.

A un siglo del fascismo, hay muchas corrientes que tienen sus raíces en las fuerzas que apoyaron a Mussolini, Hitler o Franco y que vienen creciendo. A solo cinco días de que se cumpliera el I centenario de la marcha fascista sobre Roma, Giorgia Meloni llegó a ser la nueva primera ministra de Italia, la primera mujer en obtener tal cargo.

Tanto ella como Marine Le Pen, quien lidera en Francia el principal partido europeo con raíces y rasgos fascistoides, reivindican la democracia multipartidaria y el neoliberalismo. Esto es algo que ahora avalan los herederos del fascismo, los mismos que, al igual que los excomunistas reciclados, ya no postulan volver a una dictadura de partido único, a nacionalizaciones, al corporativismo o al expansionismo bélico. Ya no apelan al racismo y al antisemitismo. Saludan, más bien, que Israel venga siendo gobernado por fuerzas de derecha.

Todos los posfascistas occidentales ahora abrazan, además, a la OTAN y a la OCDE. Lo que les ayuda a ser populares es que aparecen como social-conservadores y campeones contra el Islam y los inmigrantes. El Foro de Madrid del posfranquista Vox trata de unir a toda la ultraderecha iberoamericana. El presidente del Congreso peruano y el alcalde de Lima electo pertenecen a esa internacional ultraconservadora.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 610 año 13, del 04/11/2022, p19

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