Perú: Ni en su agonía se reformarán
Daniel Espinosa
En su apreciación del rol de la prensa, el reciente informe de la Organización de Estados Americanos (OEA) sobre el Perú ha sido un jalón de orejas que el establishment mediático ha sentido como una franca traición. Las indignadas réplicas de “El Comercio” y “Perú21”, así como el comunicado del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), demuestran, una vez más, que la prensa corporativa y sus anexos son impermeables a toda crítica.
Esa es una de sus grandes debilidades y una de las causas del progresivo desplome de su credibilidad e influencia a través de las últimas décadas. ¡Ojalá sigan así! La única forma de cambiar sustantivamente nuestra sociedad pasa, primero que nada, por liberarnos de este lastre. Pero la cubertura de teflón que caracteriza a la gran prensa tiene una explicación lógica y una clara razón de ser. No se debe a la pura cerrazón, a la soberbia de sus directores o a su supina ineptitud.
Como hemos señalado más de una vez, la prensa corporativa –mainstream o tradicional– es, en realidad, un aparato de propaganda. En ese sentido, toda posible corrección de su accionar no irá en la dirección de mejorar su calidad periodística, tampoco tendrá el objetivo de reafirmar su rol democrático; en su lugar, cualquier posible modificación a su funcionamiento siempre buscará afinar su capacidad para la manipulación de masas, siempre buscará mayor efectividad en la “fabricación del consentimiento”.
Por eso no puede aceptar críticas a su trabajo periodístico, mucho menos incorporarlas a su trabajo y reformarse. Hacer buen periodismo no es su finalidad. Por eso esta prensa está condenada a morir, ¡y está muy bien que así sea! Que sus obedientes representantes no lo vean –que tipos como Augusto Álvarez Rodrich, experto en imponer las preferencias del dueño sobre los reporteros, sean considerados buenos periodistas, que se la crean cada vez que reciben un premio del mediocre Colegio de Periodistas– es lo de menos. Pásenles una copia de “Los guardianes de la libertad” (la versión en castellano de “Manufacturing Consent: The Political Economy of Mass Media”, obra publicada en 1988 por Noam Chomsky y Edward Herman) y ellos no la leerán. ¡No lo harán porque la consiguiente disonancia cognitiva les podría producir un derrame cerebral!
Si el periodista al servicio de la corporación osara acercarse a las decenas de obras y estudios que hacen crítica alturada de los medios masivos tradicionales y su periodismo, el sentido más elemental de honestidad los obligaría a denunciar el rol propagandístico de sus empleadores y terminarían perdiendo su trabajo. Evitan esta crítica deliberadamente e incluso las facultades de periodismo hacen su parte a la hora de promover esta ignorancia conveniente.
¿Qué dijo la OEA y qué contestó la prensa agonizante? Al leer las respuestas, queda claro que el gran pecado de esta organización interamericana al servicio de los poderes tradicionales (al respecto, vea los excelentes informes de Mark Weisbrot y su equipo del Center for Economic and Policy Research sobre cómo la OEA participó activamente en el golpe de Estado contra el gobierno de Bolivia, en 2019, o sobre su rol en un fraude electoral en Haití, en 2000, por citar dos ejemplos) consistió, simple y llanamente, en reproducir las opiniones sobre la gran prensa peruana de personas ajenas a la gran prensa peruana, que domina la discusión cuidándose muy bien de ser todo menos plural.
La OEA señaló que “los medios de comunicación se encuentran concentrados en pocas manos y han sido cuestionados por varios de los entrevistados por carecer de objetividad, llegando a sostener que no son veraces, y que en algunos casos hasta son desestabilizadores”. También señaló que la prensa tiene libertad “para informar o desinformar sin ningún tipo de censura”, realidad que comprobaremos en los últimos párrafos de este texto con los ejemplos relacionados a Gilberto Hume y su trabajo para el Grupo El Comercio.
Con respecto a la amenaza representada por la concentración de medios, los cuestionados por la OEA expresaron una opinión coincidente con la percepción de la mayoría de los peruanos. En 2014, GfK Pulso Perú halló que el 74% de sus encuestados consideraba que la compra de Epensa por “El Comercio” “afecta la libertad de prensa”.
Al respecto, el IPYS responde que “en ningún momento de la reunión, los miembros del Grupo de Alto Nivel (OEA) nos trasladaron el detalle de estos cuestionamientos, que provienen principalmente del gobierno y del oficialismo”. Puede que alguien del “oficialismo” haya señalado la cuestión, pero el problema de la concentración de medios es reconocido por casi 3 de cada 4 peruanos. Entre otras cosas, el IPYS se queja de que la OEA haya recogido la realidad de la prensa de manera “tan sesgada”. Insistimos, estos medios corporativos y sus instituciones de apoyo, como el IPYS, no están acostumbrados a la pluralidad de opiniones. Cuando son encarados con opiniones que no tienen cabida en sus sesgados reportes, se les cruzan los chicotes.
“Peru21” citó en su defensa a Zuliana Láinez, presidenta de la Asociación Nacional de Periodistas. La señora dice que (la OEA y su equipo) “no citan fuentes”. ¿Cuál es el problema con que hayan mantenido el anonimato de sus informantes? Luego agrega: “Conocemos a las asociaciones con las que se reunieron y no creo que hayan referido que los medios son desestabilizadores”. El asunto, insistimos, no es qué se dice, sino a quién se le da voz. “El Comercio”, en su editorial al respecto, se queja de que, al parecer, “el Grupo de Alto Nivel decidió oír a unos más que a otros al momento de realizar su diagnóstico de la prensa peruana”. Saludamos esa iniciativa: por primera vez, la prensa concentrada no lleva la voz cantante en el debate sobre la prensa concentrada y sus defectos terminales.
¿Qué busca el Ministerio de Colonias?
Dicho todo lo anterior, surge la siguiente pregunta: ¿Por qué la OEA –Ministerio de Colonias de Estados Unidos para su “patio trasero”– le jalaría las orejas a este esencial instrumento de dominación elitista? Justamente porque el aparato de propaganda no debe seguir perdiendo credibilidad. Porque debe aprender a controlarse, debe afinar su puesta en escena y fingir objetividad y pluralidad de manera más convincente. La peruana, pues, podría ser una de las prensas más descaradamente sesgadas y tramposas del continente.
¿Recuerda el lector cuando “Canal N” abrió sus puertas y prestó sus cámaras para que Keiko Fujimori y un par de asesores de su organización criminal le hablaran directamente al Perú sobre un supuesto fraude “en mesa”? No tenían evidencia para sostener nada de lo que decían, pero cierto experimentado mercenario de las comunicaciones –Gilberto Hume– igual les permitió dirigirse al Perú directamente y sin otro intermediario que una cámara de “Canal N”.
Luego vendría el bochornoso incidente del “criptoanalista” de la Marina Arturo Arriarán, presentado al país por Cuarto Poder y sus dos conductores cara de palo de entonces –Mávila Huertas y Mario Ghibellini–, quienes (obviamente) jamás se disculparon. Como confirmó el periodista Diego Salazar, el “criptoanalista” había sido sugerido a Cuarto Poder nada más y nada menos que por el operador fujimorista Carlos Raffo. Cuestionado por Salazar, Hume, director periodístico de Canal 4, respondió lo siguiente:
“¿Cuál es el problema que yo (sic) presenté a un loco que habla locuras? Es divertido ¿Cuál es el problema? Yo no veo, realmente, ningún error en invitar a una persona que de repente resulta un loco. Porque la televisión también es un show”. Este es el tipo de operadores que el poder necesita colocar en los medios. ¡Qué asco!
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 615 año 13, del 09/12/2022, p20