Perú: La madre del otorongo

César Hildebrandt

Hemos tenido seis presidentes en cinco años.

Primero fue Kuczynski, ciudadano estadounidense, lobista de sí mismo, que prefirió los negocios, como había hecho siempre (desde el día en que le mandó pagar a la IPC expropiada por los militares). Claro que no le habría pasado lo que le pasó si Keiko Fujimori, heredera del herpes político que el Perú padece hace más de tres décadas, no le hubiese bajado el pulgar.

Después fue Vizcarra, que tenía aspecto de tecnócrata regional pero que escondía las más variadas mañas subalternas. Pobre. Se vacunó a escondidas contra el covid pero contrajo la viruela. Es un borradito más del elenco.

Le siguió un espejismo del desierto de Sechura. Se llamaba Merino de Lama y fingió estar en Palacio, vestido de sábana, durante tres días. Su primer ministro fue el gato con botas (militares). Dos muertes lo extrajeron de aquella ilusión. Alguien dijo una vez que Merino de Lama fue nuestro Pipino el Breve. Gran error: el rey franco tuvo un reinado de 17 años y fue el padre de Carlomagno. Merino de Lama fue el papi de “los niños” y su gobierno duró lo que un documental pesado de Netflix.

Después de tan pintoresco personaje llegó Sagasti, que se tapaba el cogote de vejete con un pañuelo y que recitó a Vallejo el día de su investidura. No lo hizo mal, pero quiso, al final, atribuirse más méritos de los logrados. Ahora está en un buen puesto internacional, que eso es lo suyo.

Hasta que llegamos al 2021. La derecha se empecinó en una nueva fragmentación y de resultas de ello volvió el fujimorismo a ofrecer su menú de orden, progreso y cutra a la Yakuza. De eso se aprovechó un hombre ralo que había estado cerca del toledismo, cerquísima del Conare-Movadef y aún más cerca, sucesivamente, de Vladimir Cerrón. Como Cerrón no podía postular a la presidencia por su condición de judiciable crónico, vio en Castillo al testaferro perfecto. Resultó después, sin embargo, que la marioneta rompió las cuerdas y se independizó. ¡Pinocho se fue a Sicilia-Sarratea y allí aprendió cosas remalas! ¡Geppetto se quedó sin hijo!

Algún día vendrá la calma y alguien podrá valorar en su cabal dimensión el hecho de que un país que se jacta de haber sido culto haya tenido que escoger, en el año de su bicentenario, entre la hija de un ladrón y asesino y un señor que, viniendo de la izquierda, tenía vocación por lo ajeno y amor por las comisiones del gasto público. La señora perdía por tercera vez, para despecho de la derecha que la bancó, y el señor obtuvo un poder que jamás soñó tener. La guerra se libró entre un Congreso otra vez erizado y un gobierno que aun antes de los robos había sido declarado maldito por la gran prensa y la guardia republicana del statu quo.

Finalmente, alucinado por alguna ayahuasca, Castillo dio un golpe de estado macondiano mientras las mariposas amarillas inundaban el palacio donde a Pizarro le rasgaron el gaznate. Fue dictador omnipotente por hora y treinta minutos y terminó en una covacha policial después de que se le impidiera asilarse en la embajada de México. Castillo empezó como un personaje de Rulfo y terminó en los cuadernos de marcas mundiales de Ripley.

De modo que llegó al poder su segunda, la señora que se había declarado marxista y sumisa a la idea de una revolución. Para llegar a ser consagrada por el congreso, claro, se había deshecho de todo el equipaje doctrinario y se había presentado con su mandil, su plumero y su cofia. ¡María del Carmen Alva casi la contrata!

Ahora, después de sesenta y pico de muertes, la señora se siente irrenunciable y habla victorianamente. Y mientras escribo estas líneas, el congreso discute no sé qué proyecto de adelanto de elecciones. No es un debate ideológico ni principista sino un intercambio de abogadeces, de naderías notariales, de heces forenses. No sé qué saldrá de esta tarde ya vista y oída. Lo que sí sé es que lo que salga no calmará al país.

Seis presidentes en cinco años. ¿Y los anteriores?

El presidente que mandó a redactar la Constitución que hoy es motivo de confrontación social está condenado a 25 años de prisión. El señor Toledo es un extraditable en regla. El señor García huyó radicalmente para no caer preso. El señor Humala, el inolvidable Cosito, está enjuiciado por recibir dinero sucio para dos campañas eleccionarias.

La derecha nos decía que íbamos bien, que la OCDE nos esperaba con los brazos abiertos, que gracias al neoliberalismo la pobreza había prometido desaparecer, con sus chancletas y sus uñas sucias, en los próximos años.

Pero llegó la pandemia y nos calateó. Lo que éramos era un país donde la muerte, siempre oportunista, puso su pezuña e izó bandera negra. No teníamos hospitales, camas de urgencias, oxígeno, ambulancias. Eso éramos. La pandemia nos puso en nuestro sitio. El viejo cuento de la derecha volvió a caerse. Igual que la era del guano, la prosperidad del salitre, el sueño del caucho, el paraíso del oro y el cobre. Igual que “la república aristocrática”, “el siglo de Leguía”, “los diez años del milagro fujimorista”. Éramos unos pobres diablos con un Mercedes prestado.

Tenemos un país sin congreso legítimo, sin Ejecutivo aceptable, sin partidos políticos, sin prensa independiente, con calles rugientes y violentos que han visto la oportunidad de cobrarse algunas de las revanchas guardadas por treinta años. Ni fútbol tenemos por ahora.

¿No es esta una crisis sistémica? Claro que lo es. Y en esta tormenta perfecta lo único que se les ocurre a los tories de cartón de nuestra aldea es amenazar a quien se le ocurra cambiar la constitución. Pero no se crea que les preocupa el marco jurídico de la civilización occidental que pueda estar en riesgo. Lo único que los hace sudar es el capítulo económico de aquel engendro salido de una dictadura corrompida hasta el tuétano. Porque gracias a esas páginas sacralizadas por el vocerío reaccionario, lo privado es divino y el Estado no existe, excepto para poner guardias o soldados cuando la cholería se empodere. Con esas páginas ningún país europeo podría haber soñado con construir ni siquiera un remedo del estado del bienestar. Esa es la constitución que rigió, como salida de una zarza ardiente, cuando vino el covid y nos devolvió la imagen de país subsahariano que nos negábamos a ver. Esa es la madre del otorongo.

La calle ya no cree en la santidad de la constitución fujimorista. La calle cree, más bien, que esa constitución está vieja y tiene malos hábitos de vientre.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 621 año 13, del 03/02/2023,  p16

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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