Agujeros negros
César Hildebrandt
Masas de gases y de hervores, devoradoras de todo lo que esté al alcance, densas hasta lo matemáticamente imposible, inmensas como si quisieran recordarnos que aquí vivimos en una roca esférica del tamaño de una ameba cósmica: esos son los agujeros negros.
Me fascinan ese mundo de lo casi incomprensible, esas distancias que sólo se pueden adivinar, esa orgía celestial, tirada al rojo, de galaxias que se amenazan, esas estrellas que colapsan y mueren en una expiración colosal de rayos gamma. Me enamora esa locura que nació de la nada en un milisegundo y que sólo puede llevarnos a la conclusión de que, a gran escala, nada tiene sentido y que lo más probable es que estemos solos, desvariando, en un universo sin objeto y sin dios.
Pero el hombre se ha inventado miles de pretextos para darse un sentido y aspirar a la trascendencia. La familia, la tribu, el clan, la religión, la patria, la libertad, la resurrección, la justicia masiva, la felicidad, la recompensa celestial: toda coartada es buena para someternos a algún mito sanador.
Y, sin embargo, estamos en este mundo y debemos pasar por él de la mejor manera posible. No existe la eternidad, no hay parajes detrás de la muerte y el universo es un homenaje al caos, pero eso no significa que debamos resignarnos a ser, a lo Vallejo, lóbregos mamíferos. A estas alturas, creo que lo único que puede librarnos de ser meros vivientes es el sentido del honor, el respeto por la verdad, el apego a los principios. Es una modesta manera de ver la vida, lo sé, pero no estoy aquí para hacer populismo de la esperanza sino para decir lo que pienso después de tantos tropezares.
Alguien podrá preguntarme, con toda razón, por qué el honor o la verdad no son un mito, si todo lo demás del muestrario salvador sí lo es. Mi respuesta es también pueblerina: prueben a vivir sin honor y sin verdad, prueben a vivir sin principios, y verán qué es lo que pasa.
Sin honor, sin verdad, sin principios próximos al bien común, la deriva gobernará y todos los desmanes serán posibles, todas las incoherencias se darán, todos los olvidos tendrán algo de ominoso.
Será posible, por ejemplo, que seas un enorme escritor, que te den el Nobel, que los franceses te adopten, y que tú digas que Ronald Reagan fue un gran presidente y que la señora Thatcher fue una estadista de primera y que el occidente nacido del sacro imperio romano-germánico se juega la vida en Ucrania.
Será posible que seas un prodigioso novelista y que prediques que el neoliberalismo produce, por demasía y rebasamiento, redistribución y justicia social.
Será posible que sigas siendo amigo de un rey ladrón, impostor y cazador de elefantes que fue extraído a la fuerza de la casa real de España.
Será posible que un día solicites que tus paisanos voten por la mujer a la que llamaste “hija de un ladrón y un asesino” y a ella misma “jefa de una organización criminal”.
Será posible que aceptes la condecoración de la orden del sol impuesta por la señora que fue la vicepresidenta de quien, según tu propio decir, ganó las elecciones turbiamente y merecía ser hostigado con todas las armas por chavista y extremista. También será posible que alabes al gobierno que ha matado a decenas de manifestantes y que, en complicidad con la Fiscal de la Nación, está encubriendo a los responsables.
Será posible que hables de soberanía nacional e injerencias indeseables cuando toda tu vida has renegado de límites, pasaportes y nacionalismos avezados.
Será posible hasta que recibas lecciones de caballerosidad por parte de Julio Iglesias.
Te habrás vuelto, en suma, un agujero negro portátil: ninguna luz escapará de ti.
Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 626 año 13, del 10/03/2023, p16