A un año de la invasión rusa

Daniel Espinosa

A la élite occidental representada por la revista británica “The Economist” le preocupa mucho que, de no poder “socorrer” a Ucrania exitosamente: “…incluso los países que consideran censurable la invasión del Sr. Putin podrían concluir que el poder de Occidente está declinando…” (14/2/23). La revista reconoce que solo un tercio de la población mundial vive en países que han condenado la invasión rusa e impuesto las sanciones que la Casa Blanca exige a sus subordinados, que cada vez son menos.

Por su parte, el tradicional vocero no oficial de la CIA en el periodismo mainstream, el “Washington Post”, insiste en un editorial (18/2/23) que cualquier resultado que “premie al Kremlin” significaría un “golpe mortal al principio sobre el cual descansan la estabilidad occidental y la conducta internacional civilizada: que las naciones soberanas no pueden ser invadidas, subyugadas y sometidas a asesinatos en masa con impunidad”.

El poder de Occidente declina, como sugiere “The Economist”, y su propaganda se vuelve cada vez más risible. Pero para Afganistán, Irak, Siria y Yemen, con sus cientos de miles de muertos –las víctimas más recientes de la “conducta internacional civilizada” y su propensión a invadir, subyugar y masacrar–, la broma resulta cruel y de mal gusto.

El “Post” solicita más aliados para una nueva coalición que le plante cara al malvado Kremlin, pues a EE.UU. y a sus vasallos europeos “no les quedaría otra opción que intensificar su apoyo” a Kiev. Por su parte, el envejecido cascarrabias y mitómano que lidera el “mundo libre” –luego de una larga carrera al servicio de Wall Street– acaba de visitar Kiev el pasado lunes 20 para mostrarle su “apoyo inquebrantable”, no tanto a la Ucrania que se desangra y arruina para llevar a cabo los planes urdidos por la RAND Corporation para desgastar a Rusia o producir el ansiado cambio de régimen, sino a las ambiciones del imperio en decadencia.

Por su parte, un columnista del “New York Times” sostiene: “En este aniversario de la guerra, es tiempo para un esfuerzo concertado para persuadir a los americanos sobre una idea única: debemos apoyar a Ucrania todo lo que sea necesario, tanto tiempo como sea necesario, hasta que el ejército ruso sufra una derrota decisiva e inequívoca”. Como hay que persuadir a los americanos –cansados de subvencionar esta nueva aventura de la Casa Blanca– el opinante no olvida recitar el mantra propagandístico de la invasión rusa “no provocada” (19/2/23).

La propaganda de la corporación mediática se vuelve más radical y deshonesta justamente cuando el poder occidental declina y sus furiosos patrones exigen mayor disciplina y posiciones más agresivas. Stalin hubiera envidiado la obediencia de esta prensa, que parece decidida a llevarnos a una nueva guerra mundial. A partir de algunos editoriales y columnas de opinión citados, el analista independiente que edita el blog “Moon of Alabama” opina: “Estados Unidos necesita una estrategia de salida. Reconocer que la única alternativa es la guerra total y la aniquilación nuclear (como sugiere la prensa occidental fuera de control) …es el primer paso para desarrollar una”.

No somos tan optimistas. Sin embargo, sí se han dado algunas muestras de que EE.UU. y su alter ego, la OTAN, podrían recular en su guerra subsidiaria contra Rusia. El pasado 13 de febrero y contradiciendo las recientes declaraciones hechas en Kiev por el mismo Joe Biden, su administración señaló que “no existían garantías de futuro apoyo” para Ucrania. El general Mark Milley, jefe del Comando Conjunto estadounidense, dijo que sería “muy, muy difícil que, (durante) este año, Ucrania saque a Rusia del territorio ocupado”, y agregó que la guerra probablemente terminaría en la “mesa de negociaciones… sin que Ucrania o Rusia logren sus objetivos militares”.

Alemania subyugada

Las recientes investigaciones de Seymour Hersh sobre el sabotaje de los gasoductos Nord Stream, y el alucinante silencio (o deshonesto rechazo) de la prensa estadounidense y europea con respecto a lo revelado, han puesto en relieve el grado de subordinación de Alemania al (des)orden internacional estadounidense.

Pongámosle algo de historia: el barón de Ismay, primer Secretario General de la OTAN, señaló en la década del ’50 del siglo pasado que esta organización se creó para “mantener fuera a la Unión Soviética, adentro a los americanos y abajo a los alemanes”. Tenía sentido luego de la Segunda Guerra Mundial y la locura del nazismo recién derrotado. Pero está posición de cara a Alemania iría mucho más allá. Ya en nuestro siglo, el analista geopolítico George Friedman aseguraría que “para EE.UU., el miedo primordial es el acoplamiento de la tecnología y capitales alemanes con los recursos naturales y mano de obra rusos”.

¿Imperialismo ruso?

De acuerdo con el prestigioso analista político John Mearsheimer, la propaganda referente al supuesto imperialismo de Vladimir Putin comenzó en 2014. En una interesante entrevista ofrecida a fines de noviembre de 2022 a la publicación digital “Unherd”, el también especialista en relaciones internacionales señaló que no existe evidencia de que el actual líder ruso tuviera intenciones de expandir sus dominios a los países de la ex Unión Soviética, como sugiere la rabiosa propaganda del “New York Times” y otros medios de la prensa corporativa.

En un artículo del pasado 19 de febrero –en el que el “Times” concede que este año de guerra no ha hecho más que cimentar la posición de Putin en Rusia–, el medio neoyorquino insiste en la supuesta mentalidad “paranoica e imperialista” que habría conducido al Kremlin a invadir Ucrania. La mentira va más allá, pues los reporteros del diario “récord” también aseguran que Rusia habría tenido la intención de “tomar control de Ucrania”, es decir, adueñarse de ella en toda su extensión. Mearsheimer dice que esta noción es insostenible: ningún ejército intentaría hacerse de un país europeo con 190 mil soldados (y Ucrania es el más extenso de todos). Para ilustrar su punto, señaló que en 1939 la Alemania nazi invadió Polonia con 1.5 millones de soldados.

Con respecto a una pronta resolución de la guerra, Mearsheimer considera que “estamos jodidos” (we are screwed, en su idioma materno). Poner a una potencia nuclear como Rusia contra las cuerdas –como exige la gran prensa– podría significar nada más y nada menos que un suicidio colectivo (y radioactivo, dicho sea de paso). Sin embargo, en el actual conflicto, “el retroceso (parece estar) fuera de discusión tanto para Rusia como para Occidente”, que ve cualquier solución diplomática como una suerte de rendición.

El hecho de que Rusia sea una potencia nuclear no parece importarle demasiado al neoconservadurismo occidental y su “Proyecto para un nuevo siglo americano”, que desearía tener carta blanca para arruinar y doblegar a Rusia tal como lo viene haciendo con varias naciones del Medio Oriente. Como señaló el periodista estadounidense Robert Parry (fallecido en 2018), Ucrania ya era considerada el “premio mayor” por neoconservadores como Carl Gershman (presidente de la NED) en 2013, cuando señaló que dicha nación era el “paso intermedio” para derrocar a Putin. Un año después escucharíamos a otra “neocon”, Victoria Nuland, mandando al diablo a la Unión Europea (fuck the EU, en su idioma materno) por no compartir su agresiva posición de cara a Ucrania.

Así –y con la ayudita de este “periodismo”– es como llegamos a la desesperada situación geopolítica en la que nos encontramos.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 624 año 13, del 24/02/2023,   p19

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