Perú: Metástasis

Carlos León Moya

Hay una arremetida lenta del Congreso y sus secuaces contra las instituciones del país. Poco a poco las van tomando, engullendo, y quizá la única gran consigna pública es que hay que sacar a los “caviares” de ellas. Por supuesto, a estas alturas, caviar es cualquier cosa que no les sea funcional. Lejanos los tiempos mariateguistas –los de Aldo– en que aludía solamente a los izquierdistas de clase alta. Ahora hasta Zoraida Ávalos es llamada caviar, o “lagarta”, que no es lo mismo pero es igual.

Bajo ese pretexto, decía, un grupo anómalo de personas, unidas solamente por el poder transitorio que les dio una elección, van copando instituciones y avanzando lentamente hacia otras. Más que copar, hacen metástasis. La semana pasada fue la Defensoría del Pueblo: esta semana pudo ser la Junta de Fiscales Supremos. Antes fue el Tribunal Constitucional: pronto será la Junta Nacional de Justicia.

Sería muy exagerado atribuirles una categoría ideológica. Más acertado sería un tipo penal. Pueden estar juntos Avanza País, supuestamente neoliberal, y Perú Libre, supuestamente marxista. Ambos cuentan con el silencioso aval de Dina Boluarte, tan desorientada que pasó de marxista a fascistoide en una semana, y del ahora fantasmagórico Alberto Otárola, que de su pasado nacionalista solo conserva el cariño por la bota. Todos se juntan. Todos cambian. Todos cambian para juntarse.

Pero ese es el campo de lo esperable. Es decir, esperar que la élite política haga algo distinto a lo que viene haciendo sería iluso. Hace más o menos lo que debían hacer, a juzgar por sus orígenes y por las reglas con las que juegan.

Lo triste es que, fuera de eso, nadie hace mucho. Por un lado, aunque hay un malestar ciudadano al respecto, no hay manifestaciones públicas. Parece que el mazazo recibido entre diciembre y febrero ha sido tan fuerte que nadie se anima a retomar la ira. 70 muertos no son poca cosa. Además, nadie tiene liderazgo ni capacidad de movilización en el Perú: todo aquí es espontáneo, hasta las marchas. Se prenden de golpe, y eso aún no ocurre. Y nadie sabe si va a ocurrir.

Por otro lado, tampoco hay manifestaciones privadas. Los empresarios parecen felices con la situación actual. Creen que esto les va a ser útil. El miedo que les infundió Castillo, y que los tuvo agazapados entre diciembre y febrero, los lleva a concluir que el Ejecutivo, el Congreso y sus aliados pueden hacer todo lo que quieran –matar manifestantes, tomar instituciones–, siempre y cuando no se metan con su plata, siempre y cuando no les toquen el modelo. Un buen ejemplo de esto es Luis Miguel Castilla, quien el miércoles le exigía “ponderación” a Alberto Vergara luego de que él dijera que 70 muertos era “una barbarie”. Dijo que esos eran “temas sensibles”, y usó las mismas frases que usan todas aquellas personas que quieran sacarle el poto a la jeringa: “debe respetarse el debido proceso” y “no hay que saltar a conclusiones hasta que la Fiscalía concluya las investigaciones”. En otras palabras, yo no sé nada, yo no vi nada. Si matan gente, yo no diré nada hasta dentro de cuatro años cuando diga algo la Fiscalía, y cuando lo haga, diré que hay que voltear la página.

Así las cosas, la metástasis avanza en el Estado y todos parecemos haber vuelto a nuestro papel de siempre: el de espectadores impasibles.

Fuente: Hildebrandt en sus trece, Ed 637 año 14, del 26/05/2023, p19

https://www.hildebrandtensustrece.com/

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