Laura Bozzo y la hipocresía

César Hildebrandt

Bozzo es una incomodidad que la hipocresía quiere echar por la borda.

¿La estrella de la televisión fujimorista resulta ahora un anacronismo vergonzoso?

De ninguna manera. La Bozzo sigue siendo auténtica embajadora de nuestra caja ­idiota y, en muchos sentidos, del país que la endiosó.

Lo que pasa es que la TV ­arrodillada quiere aparentar estar haciendo una limpieza en sus establos. Y qué mejor que Laura Bozzo para hacer de cabra expiatoria. Total, con Fujimori en desgracia y Montesinos condenado, «la abogada de los pobres» les recuerda a muchos el pasado compartido que tanto molesta.

La misma gente que no protesta por la miseria intelectual de los noticieros de TV es la que ha convertido a Laura Bozzo en la alimaña que ensucia una pantalla presuntamente limpia.

Es el show del detergente que te deja el blanco más blanco. Porque con o sin Laura, la tele de señal abierta –la que ven las mayorías– seguirá siendo la de los grandes intereses, la del sistema que aspira a su perpetuación y la del régimen político que gerencia la acumulación sin chorreo.

Laura Bozzo está pagando el pato por su fujimorismo mercenario. Pero el fujimorismo, como atmósfera, modelo económico y malas costumbres, nos sigue gobernando. Y hay Lauras Bozzo farfullando en todas las antenas.

La acusan de exportar un país que no existe, unos desdentados de ficción. La señalan como la autora de la mala fama del Perú en muchos lados.

Cualquier turista recién ­aterrizado pensaría que el Perú es una suerte de paraíso calumniado a traición por una de sus hijas.

La Bozzo no necesitó huaquear para mostrarnos el Perú que le daba 30 puntos de rating. Ese país cariado y estropeado estaba allí, a flor de piel canela, embalado para que alguien lo convirtiera en negocio sadístico.

Y ese país no ha cambiado. Se diría que, en muchos aspectos, ha empeorado. La ciudad bestializada que es Lima ¿no parece un estudio de TV listo para que Laura Bozzo haga lo que sabe hacer?

¿O es que el estupro, el incesto, el machismo desenvainado, la vulgaridad que se jacta, la ignorancia que se premia, la anomia que cunde, la mentira que vuelve próspero a quien la dice, la falsificación sin castigo, el robo carretero, el hacinamiento en las cárceles, la violencia en las calles, los taxistas pestíferos, los microbuseros asesinos, las bandas desalmadas capitaneadas por policías, los escupidores desde el auto, los meadores de bermas, la podredumbre de las licitaciones, los negocios de rapiña, han disminuido?

¿Y han perdido preponderancia la prensa-basura, los periodistas limpiaparabrisas, la inmundicia chicha y la tele que se rasca el sobaco como gesto filial? ¿No es que Carlos Álvarez sigue haciendo lo mismo y por los mismos precios?

Como si fuéramos escandinavos, insultamos a Laura Bozzo porque «nos desfigura» pagando a panelistas para que «hagan una representación». Bueno, lo mismo hacen los congresistas –sólo que con plata de nuestros impuestos–. Y lo mismo los ministros, cuando repiten el libreto presidencial. Y lo mismo el señor Marco Parra, cuando simoniza al alcalde de Lima. Y lo mismo el sonámbulo Jaime De Althaus, cuando de adular a la patronal se trata. En la tele no puede haber huelga de guionistas porque el guionista es uno solo y es mister Miedo.

Mister Miedo, por ejemplo, ejerce su autoridad en el programa de Jaime Bayly, el autor de la más documentada denuncia en contra de la

Bozzo. ¿Pero se atrevería el brillante Jaime a invitar a Enrique Zileri a tocar el tema de la mentira en sus más amplios términos, incluyendo aquellas mentiras que tocan las puertas del Estado para obtener indebidos beneficios de identidad? Y es precisamente el canal del señor que se burló del Perú mintiendo y le cobró al Perú mintiendo por enésima vez, el que se yergue hoy en predicador deontológico. ¡Mejor que me cuenten uno de Jaimito!

Laura Bozzo no inventó el país que la hizo rica y famosa en los Telemundos de Miami. Lo convirtió en dosis, lo abrevió, lo compactó y lo exportó para asombro de la extranjería. Porque sólo afuera pudieron sorprenderse de lo que nosotros vemos (y padecemos) a diario: la barbarie que impone sus lepras frente a las asustadas minorías de una clase media que tiende a esfumarse, a desaparecer, como alguna vez, gozoso, dijo desear el doctor Alan García.

http://diariolaprimeraperu.com/online/noticia.php?IDnoticia=13212

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