San Martín: dos Maravillas, varios horrores.


Carlos Daniel Veco Giove

Mientras leemos y escuchamos emocionados las buenas nuevas que nos traen diariamente los emisarios de la noticia- tal vez deba decir mercaderes en el sentido estricto de la palabra- no puedo más que substraerme a aquellos románticos parajes adornados de joyas arquitectónicas que se extienden del majestuoso Gran Pajatén al inefable Kuélap, y luego caer lascivamente sobre el hermoso Valle del Mayo oliendo aromas de orquídeas y café.
Esta sensación colectiva de unidad en torno a lo pródiga que fue la naturaleza con nosotros, o acaso la providencia o el Señor de los Tiempos, de regalarnos el orgullo de contar ¡con dos Maravillas del Perú! es tal vez una fuerza tan importante e irracional, como el apego o el deseo de acoplarse o comer. Pero, ¿será cierta tanta belleza? ¿Es que el Paraiso por fín bajó a la Tierra? No lo creo.
Las Maravillas del Perú son en realidad, los parches que quedan lozanos en la cara manchada de un Perú destrozado por la ambición de sus gobernantes y la indolencia de sus gobernados. Es la explotación comercial de los pocos rasgos de juventud que le quedarán a la Pachamama gracias a la Ley de Inversión Privada, algo que no sentimos como Cuzco porque recién estamos aprendiendo y muy tarde, de que aquí también hubo cultura. Y la política de concesiones, y la ley de la selva -en proceso de civilización- , son las pruebas fehacientes de que en todos los tiempos la estupidez se apoderó de gobernantes y gobernados; de los primeros para mal argumentar sus decisiones y en los segundos para creer en dichas argumentaciones.
La sociedad peruana está enferma de cinismo y tal vez debamos reinvindicar la dictadura, cruda y directa, ante el travestismo de esta democracia putrefacta en la que cada nuevo ser humano tiene que zambullirse desde antes de nacer. Expliquémoslo:
Todos hemos oído hasta la saciedad, de las amenazas del calentamiento global, de que se acaban los glaciares, de la deforestación de la amazonía, etc; también que el Perú Avanza, por consuelo, gracias al crecimiento económico, a las inversiones; y a la nota aprobatoria que nos pone nuestro amo de bolas coloradas (aunque por si acaso, ya estamos buscando uno que las tenga amarillas).
Hace más de un año, un diario regional denunció la deforestación de miles de hectáreas de los pocos bosques de humedal que exiten en San Martín. Desde aquel entonces, las cantaletas de calentamiento global y hasta de ¡salven a los pingüinos! han pasado sobre el imaginario de los comunicadores sociales y del público impávido ante lo que la pantalla chica les pueda mostrar sobre el destino de los petromillones enviados por Chávez, seguramente para financiar opiniones como ésta.
Pero el hecho de que miles de hectáreas de bosques sean destruidas, por un Grupo de Poder, con el aval del Estado, o al menos de quienes encaramados en él; con el discurso de la inversión privada, despojen al propio Estado de su Patrimonio, a las poblaciones de fuente de sustento, a San Martín de una Maravilla No Reconocida; que este hecho sea soslayado, que no cause indignación, es una verdadera vergüenza.
Hoy, que ese diario ha callado, los supuestos denunciantes están tranquilos y los denunciados postulan al pontificio, la gente sonríe y se visita -como diría Jara-; en el correo de la CAR se difunden alegres notas casi sociales, y se continúa comentando la amenaza del calentamiento global; la importancia de la ZEE que nadie respeta; la APEC y la APEC…»La Cámara de Comercio opinó sobre la importancia de las inversiones» , ¿y cuando opinará convencida sobre la responsabilidad social como requisito previo?.
¿Acaso no es un escándalo, que un grupo empresarial poderoso destruya bosques en la Amazonía, y que goce de gendarmes de tan alta jerarquía? «Quien este libre de culpa, que arroje la primera piedra»; dirá simplemente el representante de aquel inmenso poder, mientras le brille la dentadura de oro de 18 k, o de plomo, según sea el caso.
El mañana siempre llegará, y entonces hablaremos de aquellos horrores como si no hubiésemos sido cómplices, al menos por indolencia.

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