Disquisiciones bizantinas

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Marco Sifuentes

La semana pasada en Estambul, Turquía, a 35 grados centígrados, se reunieron 160 investigadores de todo el mundo, convocados por la Open Society Fundation para evaluar los primeros resultados del proyecto Mapping Digital Media.

Los debates apuntaron a llegar a algo más de lo que se viene discutiendo hace cinco años, cuando el boom de las redes sociales hizo algo que debería haber sido evidente desde mucho antes: que Internet había cambiado el negocio del periodismo para siempre.

El periodismo definió su mercado durante la revolución industrial: ganar dinero proveyendo a la opinión pública de un bien muy solicitado y muy escaso llamado información.

La revolución digital cambió esta situación completamente: la información se volvió sobreabundante y omnipresente. El auge de las redes sociales solucionó un problema crucial: la distribución. Cualquier persona no solo podía consumir cualquier información, sino también distribuirla. Para decirlo de forma analógica: en Twitter o Facebook todos y cada uno de tus amigos son un periódico distinto.

Así surgió lo que se ha dado en llamar el “periodismo ciudadano”, en el que cualquier persona puede reportar para el mundo desde un atoro en el tráfico hasta un acto de corrupción del más alto nivel. Y gratis.

¿Servimos para algo los periodistas en este nuevo mundo? Los asistentes al MDM coincidían en que sí, pero no en cómo. Es decir, sí, porque el “periodismo ciudadano” es demasiado nombre para la labor simple de capturar y difundir contenido, pero sin mayor procesamiento o contextualización. Digamos que si a uno le duele algo no recurre a un “médico ciudadano”, va donde un médico a secas.

(Sin que esto, por supuesto, signifique menospreciar los grandes logros que los ciudadanos han conseguido gracias a los nuevos medios, muchos de ellos en Perú, como consta en el informe de Ursula Freundt-Thurne)

Convengamos en que el periodista, a secas, es necesario. Pero ¿qué es un periodista en este nuevo entorno mediático, en el que su audiencia también es su competencia? El oficio de periodista fue concebido para una economía de la escasez de información no de la hiperabundancia.

Evidentemente, los contenidos más banales y los conglomerados mediáticos más grandes están, al menos por el momento, a salvo. Pero, ¿y el resto? ¿La cobertura de tópicos impopulares, la labor pocas veces costoefectiva de la investigación, el reporterismo a profundidad? Parecerían condenados a ser remplazados por dos o tres tuits.

Redifinir un oficio puede conducir a discusiones que en Estambul resultaban apropiadamente bizantinas pero que tenían una característica en común: utilizar al enemigo. Si Internet había cambiado las reglas de juego, se puede usar Internet para salvar al periodismo.

En este mundo de sobreinformación, los periodistas son los llamados a separar la paja del trigo, a determinar qué información vale la pena y cuál no, y a profundizar en los casos que toquen más de cerca al consumidor. Cómo hacerlo es otro tema: subsidios de ONGs, modelos públicos tipo BBC, crowdfunding, autopublicación, costo cero, etc. Los caminos son varios pero solo hay una dirección. Persistir en el modelo actual es como seguir utilizando pergaminos luego de la invención de la imprenta.

http://larepublica.pe/blogs/pasado/2012/07/18/disquisiciones-bizantinas/

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