La trampa del e-mail


Imágenes integradas 1
Marco Sifuentes

 
La caída del director de la CIA, David Petraeus, es un buen ejemplo de cómo todos, incluso el jefe de la más poderosa organización de espionaje del mundo, sucumbimos ante los condicionamientos sociales de las comunicaciones electrónicas. Veamos algunas lecciones que pueden extraerse del affaire.

Petraeus se vio obligado a renunciar a su cargo ante la inminencia de la revelación de su relación extramarital con su biógrafa, Paula Broadwell. Los agentes del FBI que siguieron el caso dijeron que Petraeus y Broadwell usaron un truco “conocido por terroristas y adolescentes” llamado “dead drop”. Esta técnica es muy sencilla. No consiste en enviarse correos, sino en abrir una cuenta anónima y compartida de e-mail y, simplemente, escribirse cartas que no se mandan, sino que se guardan en la carpeta de Borradores.

Pero este método ya es conocido de sobra por las agencias de inteligencia. Su uso más célebre fue para la coordinación de los atentados terroristas del 2004 en Atocha, Madrid. Así que ya existen formas para interceptar los correos guardados como borradores. Además, Petraeus usó Gmail, un servicio que guarda los correos en “la nube” (es decir, que los conserva online en vez de descargarlos al disco duro). Una vieja ley de la era Reagan permite a las distintas agencias de seguridad norteamericanas acceder, sin necesidad de permiso de un juez, a los correos basados en la nube que estén guardados allí por más de seis meses.

Sin embargo, para dos personas normales, el “dead drop” debería haber sido suficiente protección. No para el jefe de la CIA, que debería haberse protegido usando un mail encriptado (no es tan difícil) u ocultando su IP mediante un servicio como Tor.

Lo cierto es que la protección tecnológica es el último recurso ante cualquier situación en Internet. Para evitar desde el fraude electrónico hasta la caída del director de la CIA, lo principal es elevar las alertas del sentido común, es decir, el factor humano. Citando a diversas investigaciones psicológicas, el sitio Slate.com, el que mejor ha cubierto el caso Petraeus, hizo una lista de las formas en las que el correo electrónico –y, en general, las formas de comunicación informal mediada por computadora–, sencillamente, nos atonta.

El primero es el efecto de deshinibición online: “libres de las restricciones usuales de las convenciones sociales, las personas actúan en formas más extremas a las que usualmente adoptarían en público” (no piensen solo en correo, sino también en la agresividad de algunas personas en redes sociales, incluso sin refugiarse en el anonimato). Otro es el “efecto de aumento motivacional”, que se refiere a un hallazgo de la Universidad de Cornell de consecuencias incalculables: las probabilidades de que una persona mienta en un contexto mediado por computadora son mucho más altas que en una situación cara a cara o por teléfono.

El mismo estudio refiere que tener una personalidad “online” puede llevar a que esa conducta sea adoptada en la vida real. “Se inicia un ciclo en el que nuestros lados público y virtual se alimentan uno al otro y nos convertimos en más indulgentes, imprudentes y egocéntricos”. Y, claro, terminamos engañándonos, haciendo en el mundo online lo que no haríamos en la vida real y, finalmente, llevando esa conducta a la realidad.

Al margen del juicio que se pueda tener sobre la actitud de Petraeus, lo cierto es que su caida tuvo que ver con cómo bajamos nuestras barreras sociales cuando interactuamos a través de la computadora. La lección no sólo se aplica para superespías infieles sino también para cualquier persona, por más inocente que sea, que use la red para socializar. El e-mail, mal usado, podría ser una trampa.

http://larepublica.pe/blogs/pasado/2012/11/27/la-trampa-del-e-mail/

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*