El reto de la revocatoria


Gustavo Espinoza M.

Por primera vez en la historia social del Perú en las próximas semanas ocurrirá en Lima un proceso revocatorio que podría dejar sin funciones a todo el Consejo Municipal, y virtualmente sin gobierno a la ciudad.

El 17 de marzo próximo tendrá lugar, en efecto, una consulta ciudadana haciendo uso de un mecanismo que originalmente fue previsto para cautelar el funcionamiento de los entes públicos. Ahora se intenta aplicar para destruir una gestión edil cuestionada por razones diversas, desde un inicio. Hizo bien el Presidente Humala, entonces, en asumir una posición clara en el tema.

Aunque el mecanismo puesto en marcha se circunscribe estrictamente al plano edil, y excluye expresamente tanto al Presidente de la República como a los congresistas; no cabe duda que -como consigna política- alcanza otro valor: se enarbolará en forma inmediata contra el Presidente Humala, si rinde los frutos que esperan quienes la usan hoy.
 
La proyectada revocatoria, está regulado por lo dispuesto en el Capítulo III de la 26300, Ley de Derechos y Participación y Control Ciudadano, y el artículado que contiene norman la eventualidad.

Casi en la víspera del hecho cabe formularse elementales interrogantes: ¿Cómo y por qué es que se ha llegado a esta extraña y sorprendente situación en la que una norma destinada a garantizar la eficiente gestión municipal se enfila al revés, para sancionar a quienes están haciendo una esforzada y meritoria que choca con prácticas corruptas de vieja data? ¿En provecho de quién, y en beneficio de qué, se aplica ahora esta disposición?. Por lo pronto, hay que recordar que la alcaldesa emprendió exitosamente dos grandes acciones: la reforma del transporte público y el comercio informal, enfrentando en ambos casos a pie firme la resistencia de poderosas mafia.

Para entender el tema habría que recordar que Susana Villarán, fue electa luego en los comicios municipales celebrados el 3 de octubre del 2010, en la circunstancia de un duro proceso en el que asomó como fuerza progresista, enfrentada a los Partidos llamados “tradicionales” concertados para mantener viejos procedimientos de escamoteo a la voluntad ciudadana. Se impuso por estrecho margen a quien fuera en ese entonces la candidata de una concertación alambicada en la que destacaban su propio Partido -el PPC- pero también el APRA y la Mafia Fujimorista que cerró filas desde antes con la administración de Castañeda Lossio, otro de los capitostes de la batalla de hoy por la revocatoria de las autoridades ediles.

Los campos, hoy, no están suficientemente definidos. Vargas Llosa y Toledo optan por la No revocatoria, como también lo hacen Lourdes Flores y PPK. Por el contrario, los Fujimori y la corrupta dirigencia aprista encabezada por Mulder, Mercedes Cabanillas y el propio García, se alinean entusiastas por el Si. Y para que nadie dude de la voz del amo, el agente más definido de la embajada yanqui -Fernando Rospigliosi- también está por el Si.

La victoria de Susana, en su momento, remeció los predios de la derecha tradicional que no se la esperaba, y que tampoco se conformó con su derrota. No sólo por sorpresiva, sino también porque era consciente que abriría la puerta a un nuevo escenario. Diez meses más tarde -en efecto- un nuevo triunfo del pueblo: la elección de Ollanta Humala Tasso en la contienda presidencial de junio del 2011, hizo que cayera batida Keiko Fujimori, que contó con el apoyo masivo de la reacción.

En verdad, Susana Villarán ganó inesperadamente, pero su victoria no fue la primera que alcanzaran las fuerzas progresistas en el escenario capitalino. 27 años antes -en 1983- había obtenido un triunfo similar Alfonso Barrantes, el personero más calificado de la Izquierda de entonces, quien batió limpiamente al reducto derechista e impulsó una gestión edil de corte democrático.

La victoria de Barrantes, en su momento, desconcertó a quienes nunca la consideraron posible. Tal vez el factor sorpresa hizo que en esa circunstancia los derrotados reaccionaran tardíamente y con desgano: no se atrevieron a obstruir abiertamente la gestión edil en ese periodo, entre otras razones porque representaba un movimiento más amplio, más fuerte, más cohesionado y mejor organizado que el que diera la victoria del 2010 a Villarán. Quizá fue el miedo el que los paralizó en una circunstancia en la que no se sintieron con fuerza para bloquear la gestión que surgía con la bandera de los pobres.

Esta vez, vieron débil a la alcaldesa y decidieron golpearla desde un inicio. Por lo demás, era una manera de adelantar lo que sería un poco más tarde la batalla electoral presidencial en la que habrían de jugar todas sus cartas en provecho a fin de volver al Poder a cualquier precio. La votación del proceso del 2011, que marcó para ellos una nueva derrota, les hizo ver que corrían el riesgo de perecer.

Salta a la vista un hecho concreto: La campaña en pro de la revocatoria no expresa, en las circunstancias actuales, una preocupación sana por el colectivo social ni el bienestar de la ciudad. No se inspira en la voluntad de encarar de manera más creadora y eficiente las tareas de nuestro tiempo- Busca más bien derribar “a la mala” a una autoridad a la que simplemente detestan. Por eso el debate no se orienta hacia un intercambio razonable de criterios o propuestas. Se despeña por los turbios y sinuosos caminos de un barranco sin fondo y refleja una voluntad liquidadora guiaba por un odio visceral e incontrolado.

Esto, ciertamente, se facilita por el hecho que la disposición que regula el procedimiento, no precisa las causales que permitan la aplicación de la norma. Un democratismo sorprendente la concibe simplemente como una voluntad definida de un electorado que bien puede equivocarse, o responder a transitorios y subalternos intereses. Es posible que ese “vacío” de la ley, facilite una campaña en la que se multiplican los adjetivos. Por eso abundan conceptos como “incapaz”, “pituca” y otras lindezas; y registran su ausencia las valoraciones de orden político, ético, cívico o moral.

Los portadores del “Si” a la revocatoria lucen tan arbitrarios como los falangistas españoles del siglo pasado para los que el yugo y las flechas -tomados de los Reyes de Castilla y Aragón- eran una suerte de emblema de guerra. Bajo ese concepto desarrollan una campaña grosera, llena de imprecaciones, insultos y amenazas y que raya también en el extremo delictivo: varios de los “patrocinadores” usados como testaferros para efectos de esta campaña registran antecedentes siniestros. Uno, fue agente del SIN en los años de Fujimori y tuvo a su cargo la conducción de grupos para- militares que realizaron burdas provocaciones en el marco de la Marcha de los 4 Suyos en el año 2000.

Otros, como los líderes apristas que hoy asoman en primera fila en esta tarea estuvieron -como Nidia Vílchez- al frente de grupos terroristas y bandas de asesinos que consumaron crímenes que aún no han sido ventilados en tribunales de justicia.

Esa es la razón por la cual la campaña por el “Si” reviste una agresividad pocas veces vista. Ella se ha expresado en la destrucción de parques infantiles construidos para diversión de los niños de la ciudad en distintos lugares de Lima; pero también en el lamentable manejo de procedimientos vedados en cualquier lid política o ciudadana.

Por lo demás, la propaganda en favor de la “revocatoria” de la alcaldesa de Lima constituye la evidencia de una orfandad casi absoluta. Nadie de la cultura, la ciencia, el arte, el cine, el deporte u otras actividades de ese orden, ha aparecido hasta hoy como vocero de los grupos “revocadores”. Por el contrario, una mediocridad apabullante ha cerrado filas por el “NO”.

De esa mediocridad ha salido el máximo exponente de la campaña -el abogado Marco·Tulio Gutiérrez-. De él, se podría decir con certeza, que responde al arquetipo de personalidad señalado en su momento por Jorge Luis Borges: “Se había adiestrado tanto en el habito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie”.
 
Y es verdad: anodino y brumoso, asomó apenas como un turbio testaferro de intereses mucho más altos que su escuálida figura. Derrotado en política busca -en base a recursos ajenos- alcanzar un sitial que le permita obtener luego beneficios de orden personal y subalterno.

Si para los peruanos el tema de la Revocatoria constituye algo, es porque se perfila como el primer reto que la Mafia plantea al pueblo en el escenario que se avecina. ¡Hay que derrotarla!

Se publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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