La gran perdedora


Jerónimo Centurión

Cumplir 40 me ha ayudado a ver la vida, por momentos, con más perspectiva. Estoy, en el mejor de los casos, en la mitad de mi vida. En el punto medio ideal, en una suerte de vértice desde el cual, en teoría, puedo ver con lucidez hacia atrás, así como imaginar lo que vendrá por delante.

Desde esa perspectiva, puedo decir que siempre he disfrutado de las diferentes campañas políticas que he presenciado. Cuando estaba en el colegio, por ejemplo, recuerdo que era fan de Barrantes, ‘Frejolito’. Me gustaba porque era de izquierda y porque al mismo tiempo era pequeño y amable. Luego, recuerdo haber disfrutado las emociones encontradas que generó el ‘caballo loco’ de García. Cuando Fujimori le ganó a Vargas Llosa, yo tenía 18 años y, pese al terrorismo, el fujishock y la corrupción, la posibilidad de enfrentarse a una dictadura me llenó de pasión. Los últimos años del fujimorato fueron tal vez los más intensos y plenos de toda mi carrera periodística, es decir, de mi vida. Trabajaba en Canal N y nos oponíamos a un gobierno probadamente corrupto, que contaba con un comando de aniquilamiento y que compraba medios de comunicación. Ejercer el periodismo independiente en esa época fue un privilegio y un placer que hasta hoy disfruto recordar. Fue en esa época apasionada que conocí a la actual alcaldesa de Lima, Susana Villarán. Al igual que miles de estudiantes, sindicatos, artistas, partidos políticos y colectivos sociales, Villarán, junto a su grupo denominado Viudas de la Democracia, salía a marchar cada vez que la lucha por recuperar la democracia lo exigía. ¡Qué tiempos! Luchábamos contra un enemigo real y por un objetivo tan ideal como cierto. Y como si tanta emoción no fuese suficiente, logramos la victoria. Ganamos. Recuperamos la democracia. El dictador huyó y tanto su asesor como la cúpula de generales corruptos fueron encarcelados.

Doce años después, luego de varias intensas campañas electorales en las que experimenté tanta pasión como decepción, siento, por primera vez en mi vida, que el actual proceso electoral es todo menos una fiesta democrática. Esta vez no se trata de izquierda y derecha, ni de conservadores frente a liberales, tampoco podemos confrontar la democracia contra la dictadura ni a corruptos frente a honestos. Tampoco siento, como la prensa se encarga de destacar, que estemos frente a una elección que enfrenta a blancos contra cholos y a ricos contra pobres. La aristocracia limeña no está con Villarán, así como tampoco la gente más pobre está en su contra. Tampoco percibo, como quieren hacernos creer, que es una elección que confronte el orden frente al caos, la formalidad frente a la criollada. Estamos frente a un enorme y patético sinsentido. Sin sustento. Claro que votaré por el NO, pero no sé cómo enfrentar al SÍ. ¿Qué se responde cuando me dicen “no me gusta la tía pituca”? ¿Les cuento que, aunque no somos amigos, la he visitado un par de veces en su entrañable casita de 50 metros cuadrados en una estrecha quinta de Miraflores? Lo pienso y, la verdad, me da flojera. Será la edad, la experiencia o la soberbia, no lo sé. Pero entrar al debate actual me da pena. Estamos experimentando la peor faceta de esta “democracia” que tanto añorábamos, por la que hemos llegado a pelear y a exponernos. La revocatoria es un derecho legítimo y debería aplicarse también a los parlamentarios, pero la manera cómo estamos usando esta herramienta democrática nos revela en nuestra peor faceta ciudadana. Por lo expuesto hasta el momento, la gran perdedora de este proceso electoral es ese ideal llamado democracia.

http://diario16.pe/columnista/8/jeraonimo-centuriaon/2284/la-gran-perdedora

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