Carta a una joven indignada


Rocío Silva Santisteban

No sé quién eres, solo sé que tienes fuerza en la sangre. No sé si estudias o trabajas o las dos cosas, solo sé que crees en la democracia a pesar de sus imperfecciones. No sé si eres de izquierda, ecologista o ex nacionalista, solo sé que eres política, en el mejor sentido del término, aquel que se refiere a la gestión del poder hacia la búsqueda de la justicia social. No sé si has cogido una banderola o un stencil para dibujar en las pistas durante las últimas marchas, pero sé que te indigna que la clase política pretenda tutoriarte, y criticas con argumentos y actos la falta de legitimidad de aquellos que se arrogan tu representación.

No sé si tienes el pelo corto o largo o lacio, no importa, tienes aquella valentía para alzar las manos ante los escudos de la policía y gritar “No le temo a la represión del gobierno / le temo al silencio del pueblo” junto con otros miles, similares y disímiles, y terminar bailando al son de los sikuris en la Av. Abancay a pocos minutos de que el gas pimienta te obligue a sacar el vinagre y tu palestina y correr para continuar. No sé si te han puesto 10 puntos en la pierna o si tienes la cadera totalmente amoratada del golpe y el varazo, pero sé que no lo usas para envanecerte, pues sabes que en este país hay gente que muere por protestar. Sé que te has tragado la rabia al descubrir la impunidad de los pocos frente a la pasividad de los muchos: por eso, junto con otras mujeres como tú y otros hombres como tú, has gritado, has levantado los puños, has protestado y has bofeteado las dos mejillas empolvadas de la clase política que pretendía hacer pasar una repartija por un acuerdo de sentido común.

No sé si sabes que hubo muchas mujeres, antecesoras de tu rebeldía, que murieron en el exilio o tildadas de locas en el manicomio, pero en realidad apartadas de la manera más expeditiva del Poder por manos que inventaban justificaciones para impedirles ejercer la política, el voto o inclusive ingresar a una universidad. Todas ellas son las que fueron abriendo, sin ser sujetos de la historia, una trama que hoy se vuelve cada vez más justa aunque, como siempre, hay otras miles de mujeres que en los Andes o en la Amazonía, en Huepetuhe o en La Rinconada, siguen siendo avasalladas, esclavizadas, violadas, ninguneadas. Y olvidadas. 

No sé si vienes de Villa El Salvador, de Surco o de La Mar, Ayacucho, y si en las marchas caminabas de la mano de tu chico o de tu chica, pero sé que la experiencia de estas batallas va a permitirte medir la vida con otras varas porque no solo tienes formación política sino información desde las bases, desde la calle, desde la lucha. La experiencia no nos da a nosotras, las de antes, más que alguna ventaja en prácticas que hemos venido realizando error tras error o victoria de por medio. Por eso, no tenemos más certidumbres que las incertidumbres de siempre: intentarán callarnos y desautorizar nuestros argumentos, pero va a ser difícil que lo logren.

Y yo, a los cincuenta años de mi vida, me enorgullezco de que hombres y mujeres como tú puedan darme más de una lección.

http://www.larepublica.pe/columnistas/kolumna-okupa/carta-a-una-joven-indignada-12-08-2013

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