Corrupción, justicia y criminalidad
Willian Gallegos Arévalo
Cuando terminaba el siglo y marchábamos de manera inexorable hacia el Siglo XXI, nos decían que íbamos hacia la excelencia y hacia el logro de una sociedad más justa. Nuestra primera universidad de San Martín, nos decía la publicidad de entonces, terminaría en la excelencia y la práctica permanente de valores.
¿A dónde terminamos yéndonos? ¿Y dónde quedó la excelencia?…En algún lugar, por cierto. ¿Qué ocurrió entonces? Porque, después de los últimos tres últimos gobiernos neoliberales y “exitosos” hemos logrado la hazaña de construir un estado criminal y corrupto, tanto que un ex presidente está preso y otros dos y un ex alcalde limeño ya deberían estarlo también. Con tecnócratas que han capturado el Estado para los intereses de ellos y de quienes representan. Y horror de horrores: dos Fiscales de la Nación, los llamados defensores de la legalidad y de la ciudadana, siguen todavía libres a pesar de tantas componendas, maniobras, intrigas, contubernios, enjuagues y de haberle dado viso de legalidad a tanto chanchullo,… Que lo digan nomás Peláez y Ramos… Y este sancochado pareciera demostrarnos que estuviéramos en un callejón sin salida.
No digo nada nuevo cuando afirmo que la corrupción política es la que nos ha llevado a este perverso estado de cosas. La mayoría de los bribones de la política, gracias a la impunidad del que gozan –ahí tenemos a los jueces impidiendo que el Congreso investigue o anulando sus investigaciones, o dándoles la razón a delincuentes de la política para que sigan en carrera— ha hecho que la situación desemboque en algo más peligroso para la sociedad: la criminalidad desenfrenada. Y no es porque los que cometen crímenes quieran hacerlo, sino que si los políticos de alto vuelo tienen toda la concha del mundo y han perdido la vergüenza, entonces hay atenuantes para todos los tipos de delitos que en el país se cometen.
Consecuencia de la situación extrema es otro peligro que se cierne sobre la sociedad: la caza de brujas y el tremendismo que ya pareciera haber llegado y en donde todo el mundo será corrupto y sospechoso de serlo. Pero el Estado mismo, que ya es corrupto, quiere morderse el rabo. Ahí está la campaña política nacional y regional, con toda su feria de asquerosidades. Ahí tenemos a políticos como Alan García Pérez destruyendo las opciones de sus políticos jóvenes para que no le hagan sombra y ser el único factótum del Apra, por su obsesión maniática y enfermiza por el poder y que es permitida porque nadie de su partido le ha salido al frente.
Agradecemos a Willian Gallegos por permitirnos reproducir su artículo