Que no me hablen de patria

César Hildebrandt

Se reúnen cada año a pensar en cómo ganar más, cómo pagar menos, cómo evitar los sindicatos y los ruidos políticos.

Son empresarios y alguien les ha hecho creer que representan al país, que el Perú está encarnado en ellos y que el futuro les pertenece.

No me molesten.

Sigan prosperando, sigan creyendo que el mundo gira a vuestro alrededor, pero no me vengan con la huachafería de que piensan en el país, que están obsesionados por un crecimiento equitativo y con derechos, que la paz social es una de sus preocupaciones.

No me vengan con esas. 

Son ustedes necesarios, inevitables. Hasta allí llegamos. Pero no se embanderen y no alquilen a intelectuales de pacotilla para que los halaguen. Ustedes no son, esencialmente, peruanos. Ustedes son cosmopolitas, multinacionales, hechuras globales.

Siempre lo fueron. Cuando el francés y judío Dreyfus era el hombre, vuestros ascendientes lo mimaron, obedecieron y, cuando pudieron, usufructuaron. Cuando Cáceres intentaba prolongar la lucha para obtener un acuerdo de paz menos mutilatorio, vuestros ancestros estaban con Iglesias y dispuestos a todo con tal de transar.

Y cuando Toquepala era el centro minero y Odría despachaba en palacio, vuestros abuelos alentaban —desde los tiempos de Leguía— el dominio del capital estadounidense.

Si el Perú hubiese sido un protectorado norteamericano —como alguna vez se insinuó durante la guerra del salitre—, vuestras raíces, encantadas, habrían aceptado. Para ustedes el Perú es un accidente, una casualidad, muchas veces una condena.

Llénense de plata. Fórrense. Sigan creyendo que este es el fin de la historia y que vuestros dogmas son indiscutibles. Sigan pensando que Sendero Luminoso y el MRTA fueron inventos de locos y no locuras extremas y asesinas que estallaron en una de las sociedades más desiguales de América Latina. Sigan pensando que tienen la razón y que quien no comulga con vuestras pobres ideas es un comunista, un resentido, un subversivo en potencia. Sigan en sus trece. Como siempre.

Pero, por favor, no me hablen del país que les preocupa. Eso es vomitivo. 

Sigan, ensimismados, creyendo que el calentamiento global puede manejarse con paliativos que no resientan lo esencial del modelo capitalista. Sigan pensando que el crecimiento es infinito, que los recursos son infinitos, que la tecnología nos sacará de todos los apuros. Sigan en lo suyo, que es la codicia. Sigan yendo a misa sin creer en el prójimo. Y sigan apareciendo en las fotos del cuché. Y sigan siendo felices con sus fiestas interminables, sus libros de moda, sus universidades anexas, sus presidentes de la república alquilados o sometidos. Pero, por favor, no me hablen del futuro de la patria. Cuando lo hacen, el lavabo me llama, el inodoro me espera.

Sigan creyendo que las grandes potencias tratan a nuestros países como pares y que la violencia mundial es una ocurrencia islámica y no la consecuencia de la depravada política de Occidente en Irak, Libia, Siria o Palestina. Sigan pensando que los trabajadores no tienen derechos, que el sueldo mínimo es demasiado alto, que el despido sigue siendo demasiado oneroso. Sigan creyendo que la cholería es heredera de negros y culíes —los que sirvieron a sus antecesores— y continúen pensando que los medios de comunicación que los protegen ahora serán eternos y siempre hegemónicos. Sigan creyendo, en suma, que la palabra. «basta» ha sido borrada del diccionario y que la paciencia será toda la vida la adormidera de los pobres. Sigan pensando lo que les dé la gana pero, por favor, no me hablen de «la nación peruana y sus perspectivas». Tengo que ir al baño.

Publicado en la revista Hildebrandt en sus Trece del 4 de Diciembre del 2010

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