Triunfo del Perú

César Hildebrandt

Quien ganó las elecciones fue el sistema inmunológico del país.

Hemos resistido, con las justas, el nuevo embate.

Vendrán otros.

La mitad del organismo peruano está colonizado por la organización que nos convirtió en una republiqueta cuyo presidente renunció desde Tokio cuando la criminalidad de sus actos quedó al descubierto.

El fujimorismo no es, estrictamente hablando, un partido político. Esa es la máscara y la coartada. El fujimorismo es, antes que nada, una estructura dinástica, una familia mafiosa, una vasta telaraña de intereses cuyo fin es secuestrar otra vez al Estado.

Mil veces nos dijeron que el fujimorismo había cambiado y mil veces sostuvimos que no era posible creer en esa conversión. El fujimorismo está condenado a parecerse a sí mismo. En sus raíces, en sus éxitos escabrosos, en su pasado «triunfal», está la apuesta por la violencia, por el delito, por lo marginal.

Pudieron haber arreglado la economía sin necesidad de rematar el país a pedazos y quedarse con un buen trozo de las privatizaciones. Pero no lo hicieron. Pudieron derrotar al terrorismo sin necesidad de crear escuadrones de la muerte. Pero no lo hicieron.

Pudieron fortalecer las instituciones pero prefirieron cerrar el Congreso, envilecer a las Fuerzas Armadas, roer al Poder Judicial, jaquear al Tribunal Constitucional, llenar de gentuza el Congreso.

Pudieron crear empleos dignos y establecer un contrato social menos inequitativo, pero prefirieron arrasar con los derechos laborales.

Pudieron tener el apoyo entusiasta de los medios de prensa dispuestos a comprenderlos y a seguirlos, pero optaron por crear una prensa inmunda pagada con dineros negros del presupuesto de Defensa.

En resumen, tuvieron la oportunidad de cambiar el país para bien, pero lo que hicieron fue infectarlo.

Esta vocación por el fango no ha acabado. Quienes creyeron en eso tuvieron que comerse sus palabras cuando vieron lo que pasaba con Joaquín Ramírez y José Chlimper. Y cuando escucharon a Keiko Fujimori decir qué no había pruebas de los delitos de su padre. Y cuando la vieron, desatada y sin máscaras, decir mentira tras mentira en los debates con PPK y ofrecer, irresponsablemente, lo que sus asesores le habían sugerido para hipnotizar a los incautos.

La señora hablaba como su padre, prometía como su padre, embarraba como su padre. ¡Una escena filial!

Keiko Fujimori sufre ahora porque las contrariedades de la campaña la empujaron a sacar lo peor de sí misma: defender a Ramírez, avalar a Chlimper, calumniar a Vizcarra y activar a un ejército de auténticos hampones de las redes sociales para destruir adversarios con las armas más sucias. Si Spadaro podía ser tan repelente cuando era necesario persuadir, ¿qué cosas no haría con el Ejecutivo tomado? Si Lourdes Alcorta podía ser tan retorcida, qué se atrevería cuando coparan el poder? Las caras nuevas decían lo que las viejas, ocultadas piadosamente, habían dicho siempre!

Todo eso despertó al Perú.

Y en cinco días, perdiendo un punto cada 24 horas, la señora Fujimori vio el domingo 5 cómo se esfumaba lo que consideraba seguro. Por segunda vez un NO antibiótico le impidió ocupar el sillón que su padre había deshonrado.

La prensa fujimorista, sus llorosos agentes, dicen ahora que es imprescindible que PPK pida disculpas y que acepte algunas condiciones que la derrotada le plantee. Un humorista involuntario ha sugerido que PPK nombre a Martha Chávez jefa de la entidad que fiscaliza a las ONG.

Desde esta modesta tribuna nos permitimos sugerirle al flamante presidente electo del Perú que, en materia de concertación, ande con pies de plomo.

Al fin y al cabo, PPK ha recibido un mandato que supone un deslinde tajante con los testaferros de Alberto Fujimori. Y las informaciones que manejamos en estos momentos nos llevan a pensar que el fujimorismo, más hidrófobo que nunca, lo que quiere es hacerle la vida imposible al nuevo gobierno. Algunos de sus voceros lo están diciendo en voz baja (por ahora): «Nos faltan 7 votos para poder declarar la vacancia del presidente».

Frente a las provocaciones, serenidad, mano firme y una convocatoria a esa mitad del Perú que decidió librarnos de la pesadilla. Nada sería más, dañino para PPK que aislarse en Palacio rodeado de consejeros y darle la espalda a la gente que le permitió ganar. Las calles también hablan.

Y si se trata de compromisos pro gobernabilidad, que sean escritos. El fujimorismo no sabe jugar limpio (allí están Spadaro y Alcorta tratando de insinuar que «las irregularidades» decidieron el triunfo del oponente) y no quiere cambiar. Desde su maquinaria congresal intentará extorsionar, bloquear, boicotear. Quisiera repetir la faena que el Apra podrida de 1963, aliada del odriismo, realizó con Belaunde Terry. Que PPK recuerde las lecciones de ese episodio que nos llevó al golpe de estado de Velasco.

Crucial será nombrar a una personalidad de magnitud nacional en la Presidencia del Consejo de Ministros. Y a un gabinete tecnocrático que empiece a trabajar desde el primer día en la reactivación de la economía y en el cumplimiento de los programas sociales prometidos.

Factor clave será también atender al sur chúcaro que fue decisivo en el resultado final. Es hora de atenderlo.

Los ultraliberales quieren un Estado enano y, si es posible, castrado. La paradoja es que el país exige un Estado presente y crecido que cumpla su rol tuitivo.

Haría muy mal la izquierda si pretende que PPK cumpla con el programa del Frente Amplio, honroso perdedor de la primera vuelta. Haría mal si plantea, desde el comienzo, una política de confrontación callejera que arrincone al gobierno. Eso es lo que espera el fujimorismo: que la heterogeneidad de quienes votaron por PPK termine devorando al gobierno.

En todo caso, el Perú se ha salvado. Nuestra panfletaria portada fue profética. ! Aleluya !

Publicada en la revista HILDEBRANDT EN SUS TRECE el 10/06/16

http://www.hildebrandtensustrece.com/

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