Aburrirse

César Hildebrandt

Lo peor del gobierno de PPK es que aburre.

No se trata de la dulce monotonía de la que ha­blaba madame de Staél. Eso es algo que podría definir a los buenos matrimonios.

El nuestro es el aburrimiento de la pena crónica, el desorden sin tregua, la estupidez vuelta norma y casi salvoconducto.

Y el Perú se ha vuelto aburrido al lado de su presidente.

Porque en el aburrimiento la ca­rencia mayor es la sorpresa. Enton­ces todo se vuelve predecible, todo tiene resonancia de gotera.

Vino el Niño costero y nos exhi­bió más pobres que nunca. Se po­día apostar a que el gobierno no actuaría con rapidez. Así fue.

Vino la crisis del gabinete y po­día uno jurar que el de recambio sería tan mediocre como el prece­dente. Así fue.

Vino el escándalo de Odebrecht que alcanzó a PPK y lo seguro era imaginar que el presidente men­tiría como un marrano con tal de salir del apuro. Así fue.

Vino la transacción del indulto y la apuesta era que el gobierno les había mentido a la señora Palacios y al honorable señor Gorriti. Fue otro éxito de los apostadores.

Se fue un ministro de economía que funcionaba en piloto automá­tico. Quien lo reemplazó siguió en lo mismo, con­vencido de que los agricultores perua­nos que abastecen el mercado interno no merecen aten­ción y que lo único que hay que hacer es monitorear día tras día el precio internacional de los metales.

Se largó el siniestro ministro de relaciones exteriores y la previsión era que su reemplazo sería otra ex­presión de la frivolidad ignorante que reina en Palacio. Así fue.

Vendrán mañana otros desafíos y no perderemos si apostamos a que nada hará que este gobierno mejore. Volveremos a ganar los que apostamos por la naturaleza mineral de este gobierno.

Aburre todo esto. Aburre este gobierno. Se está jugando el des­censo y no cambia. Sigue jugando a lo mismo. Sigue siendo un home­naje a la nada.

Me dirán -y con razón- que Sui­za es aburrida. Que Alemania es aburrida. Que la Escandinavia es aburrida. Eso es cierto.

Pero una cosa es la monotonía sin sobresaltos del éxito y otra la persistencia en la grisura, la tena­cidad en el error, la légaña maña­nera del fracaso. ¿No se cansan de meter la pata?

Una cosa es que nada importan­te suceda porque todo lo impor­tante ya está resuelto y otra es que los días se repitan como si de un círculo vicioso se tratara. Toc, toc: la gotera no para, es un océano que se filtra en dosis minimalistas desde el techo, amenaza durar eter­namente.

Ver a PPK es preguntarse en qué momento va a decir alguna tonte­ría. Ver a su primera ministra es verle la cara a la improvisación. Ver a su ministra de economía es sos­pechar.

Pero el aburrimiento no es ex­clusivo del gobierno. ¿Cómo no aburrirse escuchando a Mulder? ¿Cómo no bostezar con las últi­mas cuitas del lío familiar de los Fujimori? ¿Cómo no colmarse de hastío leyendo la prensa, escu­chando los noticieros de la tele, descifrando la radio? ¿Es que la inteligencia ha sufrido pena de des­tierro? ¿Fusilaron al buen gusto? ¿Cómo no dormirse escuchando una sesión del Congreso?

Gómez de la Sema lanzó alguna vez una de sus mejores greguerías: “Aburrirse es besar a la muerte”. Qué buenos tiempos aquellos en los que el Perú, al decir de Macera, parecía un burdel. Hoy es como una morgue.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 381, 26/01/2018 p.12

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