Jalar la cadena

César Hildebrandt

No hay tiempo que perder.

Si no queremos que el bicentenario de la república nos reciba con el mismo país del fracaso y la purulencia, deberíamos actuar.

El presidente Kuczynski debe irse. Es imperativo que salga de la escena. No hay regeneración posible con él simulando que preside esta deriva.

El presidente sucesor, Martín Vizcarra, debería gobernar un año y luego renunciar y convocar a nuevas elecciones. Con el Congreso actual es imposible imaginar algún cambio que valga la pena.

Necesitamos renovarnos. Ne­cesitamos depurarnos. Necesitamos refundarnos.

Ni siquiera pienso en derechas o izquierdas. Pienso en el Perú de siempre: el de Garcilaso de la Vega, el indio bioceánico; el de Pumacahua, el que hizo de su arrepentimiento rebeldía; el de Castilla, el estadista instintivo; el de Grau, Bolognesi y Cáceres. Pienso en ellos, en lo mejor que tuvimos, en lo más noble de nuestra levadura.

En nombre de ellos, barramos esta basura. Jalemos la cadena. Intentemos otra cosa.

Que no vengan los de siempre a decirnos que debemos temer por el futuro, que no es hora de des­estabilizar. Con esta clase política no tenemos futuro. Sólo tenemos prontuario y reincidencia. Que no vengan a decimos que lo que nos ha pasado es relativamente normal. Hay que tener vocación por el hampa para decir eso.

Hay que hacer un alto y planteamos un país distinto. Necesitamos nuevas reglas de juego.

Para empezar, una nueva ley electoral. Y, en el fondo, un nuevo marco constitucional. Uno que impida que lo privado sea sagrado y lo social sea maldito. Un marco que no sea la herencia de una ma­fia que secuestró el país ante el aplauso del empresariado y de un electorado convertido en chusma.

El Perú es más que la gentuza nombrada por Barata. No nos resignemos a que los ladrones nos sigan creyendo indiferentes.

Repito: no pienso ni en derechas ni en izquierdas. No dudo que hay gente valiosa y honrada en las filas del conservadorismo. Sé que en la izquierda hay mejores personas que algún exgobernador que licitaba para sus amigos.

Tenemos que volver a la selección natural. Hagámoslo en nombre de Sán­chez Carrión, el republicano predica­dor, el secretario de Bolívar, el constitucionalista de 1823, el hombre que nos quitó la mancha de Riva Agüero y Sánchez Boquete.

Tenemos que repetirlo: el Perú es más que este océano de miasma.

El Perú no merece estar en estas manos.

El problema menor es cómo se financiaron las campañas. El mayor es que los presidentes están acostumbrados a hacer de Palacio de Gobierno una guarida donde preparan adendas mágicas y hasta fe de erratas que sig­nifican millones para ellos y para sus proveedores. El problema es que los presiden­tes roban. No importa si lo hacen a través de terceros, sofisticadamente, sin registros rastreables: roban.

Las admisiones de Barata, que ni siquiera se han completado, nos regresan al escenario del fujimorismo, ese cáncer que nos persigue sin darnos tregua.

¿De qué han servido todos estos años si, al final, terminamos pareciéndonos a aquello que nos dejó sin alma y sin entrañas?

Es hora de decir basta. Es hora de decir que el sistema, el modelo, los paradigmas merecen ser revisados.

Es hora de decir que el reina­do del capitalismo montuno y sin contrapesos tiene que terminar.

Hagamos una sociedad de centro. Volvamos a ser una república y no una payasada donde el llamado “pensamiento liberal” está escrito por lobistas y mercenarios.

Dejemos de creerles a quienes llaman populismo a todo aquello que se sale del libreto ultraliberal que ha permitido todo esto.

No es populismo pensar en la gente.

No es populismo controlar los monopolios.

No es populismo redistribuir mejor.

No es populismo devolverle al Estado ciertas prerrogativas.

No es populismo afiliarse a posturas socialdemócratas.

No es populismo desconfiar de la CONFIEP.

Tenemos que volver a creer en el Perú.

Sin derechas abusivas ni izquierdas hegemonistas.

El pueblo quiere decencia y un mejor futuro.

No hay futuro posible con los enlodados de hoy -por más que sus abogados produzcan coarta­das que los medios masivos re­produzcan-. O nos limpiamos o nos morimos lentamente.

Termino citando al mesurado Jorge Basadre:

“Vemos ambular ejemplares humanos que juegan con las palabras, simulan creer en ideales, entonan a voces los cánticos de la liturgia -religiosa, política, intelectual, profesional- pero en lo íntimo son esencialmente cínicos o escépticos. Un inmenso aparato de mentira convencional les sirve de guarida y de trampolín. Por más que gesticulen y que aparentemente les vaya bien, están podridos. Son los venales natos”.

Así sigue siendo.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 386, 02/03/2018, p. 13

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