La violencia machista

Claudia Cisneros

La violencia machista se ejerce de muchas maneras. Por ejemplo, de manera pública y de manera privada. Se ejerce también de manera física y de manera psicológica. La violencia psicológica privada puede ser muy nociva y dolorosa. Palabras hirientes, frases punzantes que buscan disminuir, desvalorizar y anular. En el fondo lo que buscan es dominar. ¿Por qué dominar? Porque la violencia machista es una forma de ejercer poder. Eso es lo que está en el fondo y el fin último de esa violencia psicológica que agrede tanto o más que cualquier golpe. Es constante y sutil, es tejida para enredar la mente de la persona a quien se busca someter. Busca confundir los términos de la realidad, tergiversarla usando argumentos reales y mezclándolos con interpretaciones nocivas, pero que se pretenden imponer como realidades últimas.

Es un poder difícil de combatir cuando la persona está cerca y utiliza las flaquezas y vulnerabilidades del otro para hacerlo sucumbir, para enfermarlo y llevarlo a cuestionarse su propia capacidad para interpretar la realidad, la propia y la compartida; cuando utiliza las debilidades para aplastar y llevar a la desesperación y a la soledad. Cuando es amenazante. Nadie quiere ser visto como una víctima, como un discapacitado por mano de otro. Es vergonzoso y es humillante. Pero sucede. Sucede todo el tiempo y por demasiado tiempo las mujeres hemos callado esta forma de abuso y de pretensión de poder en el dominio doméstico.

Hombres de todas las tallas e instrucciones, hombres “educados” que utilizan su educación, su inteligencia, su alardeada sensibilidad y conocimientos para posicionar una imagen de impolutos. Pero que usan todos esos recursos para violentar psicológicamente a los demás. Se placen en convertirlas en trapos balbuceantes, en remedos de lo que son. Es una forma de violencia psicológica que envenena, que altera y desestabiliza porque se ejerce de tal manera que logra una dependencia malsana. Suele ir acompañada de intermitentes muestras de supuesto amor y cariño, seguidas de arremetidas psicológicas que golpean. Los “educados” esgrimen sus mejores armas, sus mejores argumentos con las peores intenciones. Se posicionan como grandes pensantes que desprecian al resto del mundo por su “medianía” y por eso desvalorizan al resto. Su controlada condescendencia y soberbia son síntomas de un narcisismo social que les es difícil esconder. Para ellos todos son mediocres e insuficientes y se jactan de su alto grado de saber. ¿De qué sirve tanto conocimiento si será usado para despreciar o destruir? ¿Cuál es el afán de distinguirse del resto de esa manera tan perversa? Poder. Grande, pequeño o mediano. Es el poder que en cualquier reducto buscan ejercer. Y el dominio privado es el que está más a mano, el más fácil de controlar y someter. Ínfimo, podrido poder.

Hubo un tiempo, atrás, en el que creí que la lucha contra el machismo era una exacerbación del derecho a la equidad de género. Pero hoy me es claro y prístino que no es ninguna exageración, que los hombres llevan años, décadas, siglos siendo déspotas con las mujeres, arremetiendo contra ellas en silencio, silenciándolas. Es una prisión que tiene que acabar porque enferma a la sociedad. Porque enferma a las mujeres, a las personas al fin. A las personas, punto. Solo que es el caso que estas personas son mujeres y que los abusadores son hombres, y que las estructuras sociales les han permitido durante demasiado tiempo actuar impunes y normalizar su comportamiento abusivo, al punto que muchos de ellos no lo ven como abuso; al punto que muchos de ellos no se reconocen abusadores siéndolo. Siento llegar un poco tarde a esta lucha. Siento no haber acompañado más y mejor a quienes han sufrido y han hecho público su padecimiento. Ahora lo entiendo. Ahora sé. A veces solo la experiencia nos abre a la consciencia.

https://larepublica.pe/politica/1245603-violencia-machista

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