Hipocresía en torno a Venezuela

César Hildebrandt

No me digan que a Estados Unidos le importa la democracia en Venezuela.

No sé cómo reírme. ¿A Mike Pompeo le in­teresa la libertad de los venezolanos y el respeto a los derechos humanos? ¿Mike Pompeo? ¿No es el mismo cerdo que hace poco le pidió al príncipe asesino de Arabia Saudita que in­vestigara, por favor, el descuartizamiento y disolución en ácido del periodista Jamal Khashoggi, sabiendo que fue el próximo rey saudí el autor intelectual del crimen?

Mike Pompeo, el secretario de esta­do del país que Trump deshonra, va a la OEA y se muestra consternado. Y exige medidas en contra de la Venezuela se­cuestrada por el chavismo crepuscular de mister Maduro.

Es el mismo Pompeo que fue jefe de la CIA y que en esa condición defendió las torturas, los centros de reclusión clandestinos que Estados Unidos tiene regados por el mundo, las detenciones ilegítimas con fines de obtener información.

Es el mismo sucio Pompeo que ha considerado patriótica la invasión de las comunicaciones privadas a escala universal siempre y cuando el interés de los Estados Unidos así lo demande.

«Estos hombres y mujeres no son torturadores, son patriotas», dijo Pompeo en el 2014 hablando del informe del senado que determinó la proscripción de los interrogatorios de estirpe nazi que la CIA llevó a cabo, sistemáticamente despues del 9-11. Y cuando fue director de la CIA dijo que estaba abierto a considerar la reimplantación de tales métodos «si la seguridad de los Estados Unidos está en riesgo».

Este porcino va a la OEA y da ór­denes, como si estuviéramos en 1954 y Jacobo Árbenz, el gran presidente que tuvo Guatemala, estuviera a punto de ser derrocado -como lo fue- des­pués de una conspiración urdida por la CIA y la United Fruit Company, harta del tono progresista de quien fuera llamado “el soldado del pueblo”. Y tiene razón Pompeo. Hemos regresado a los cincuenta en esta América Latina que se cuadra al primer grito del imperio. Estamos en los cincuenta del siglo XX y está cayendo Árbenz y está subiendo Alfredo Stroessner en el Paraguay atur­dido de siempre y faltan meses para que bombardeen la Casa Rosada y caiga ese sujeto peligroso llamado Juan Domingo Perón. Y aquí gobierna Odría y los Prado son más poderosos que nunca.

¿O no estamos en los cincuenta?

¿O estaremos en los 70, cuando la CIA financiaba “El Mercurio” y Nixon le decía a Kissinger que debía hacer gemir a la economía chilena y cuando el plan subversivo incluyó el financiamiento de huelgas camioneras, sabotajes a instala­ciones de energía y hasta el asesinato de un general del ejército?

¿O no estamos en los 70 y, más bien, estamos en 1964, cuando la CIA financió el golpe militar en contra del progresista Joao Goulart?

¿Y si no estamos en los 60? De pron­to estamos en el vecino 2004, cuando un co­mando especial esta­dounidense secuestró a Jean- Bertrand Aristide, presidente de Haití, y lo sacó de la escena lleván­dolo a Bangui, capital de República Centroafricana, entregándolo a siem­pre agradecidos militares franceses.

¡Qué difícil situarse! ¡Qué enredo de fechas! ¡Cuántas dignidades por el suelo! ¡Qué tiempo tan circular! ¡Cuántos discos rayados!

¿Y si estamos en el 2009, año del de­rrocamiento del incómodo e izquierdoso presidente hondureño Manuel Zelaya, golpe que tuvo asesoría norteamericana desde la base militar de Soto Cano? ¿No? ¿Estaremos entonces, otra vez, en el 2012, cuando en Paraguay derrocaron, con auspicio de Washington, al popular e incómodo Fernando Lugo? ¿O hemos vuelto al 2016, año impío en el que Dilma Rousseff fue extraída de la presidencia bajo vagas acusaciones administrativas mientras Lula era acosado por el fiscal que llegaría a ser ministro del fascista Bolsonaro?

¿Me equivoqué? ¿Estamos en plena doctrina Monroe? ¿Es 1823? ¿México va a perder en los próximos años un tercio de su territorio? ¿Nuestro primer presi­dente ya está pensando en traicionamos y aliarse con los españoles?

No. Estamos en el verano del 2019 y Ni­colás Maduro está derrumbándose. Yo no voy a llorar por eso. Desde el año 2007 sostuve, para horror de mis lectores izquierdis­tas, que Hugo Chávez no era socialista ni era democrático. En una columna publicada el 6 de noviembre del año 2007, escribí lo siguiente:

“Chávez, además, no sabe quién fue Bolívar y profana su memoria declarándose heredero de ta­maño personaje. Bolívar fue el hombre que, después de las hazañas de Junín y Ayacucho, se dirigió con estas palabras al Congreso del Perú reunido en pleno el 10 de febrero de 1825: “Legisladores: Hoy es el día del Perú, porque hoy no tiene un dictador… Nada me queda que hacer en esta república… Yo soy un extranjero: he venido a auxiliar como guerrero y no a mandar como político…” Y Bolívar fue el que casi a gritos dijo, en 1814, ante la asamblea popular de Caracas reunida en la iglesia de San Francisco: “Huid del país donde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos. Vosotros me tituláis libertador de la república; yo nunca seré el opresor… Confieso que ansío impacientemente por el momento de renunciar a la autoridad. Entonces espe­ro que me eximiréis de todo, excepto de combatir por vosotros…”. ¿Cómo puede un personaje así haberse reencarnado en Hugo Chávez? ¿Qué puede vincular al Bolívar de Montesquieu con el Chávez de Fidel Castro? El socialismo raptado por la vulgaridad y el crimen se llama estalinismo. Y Chávez marcha raudo hacia la ruta que la estupidez norteamericana demandó a Castro que tomara”.

Eso escribí. Y en eso me mantengo, modestamente y sin aspirar a ser ejemplo de nada. Pero que no me vengan Pom­peo y su amo a decir que la libertad de Venezuela les preocupa. Como tampoco me trago que un presidente autoproclamado y autorizado por la Casa Blanca sea más legítimo que otro que arrinconó a la oposición para producir la autocracia más disparatada e inepta de este continente mártir.

Que los venezolanos arreglen sus pro­blemas. Que la pulcra doctrina Estrada siga vigente, como lo acaba de recordar Andrés Manuel López Obrador, presi­dente de México y próximo blanco de una mundial campaña de difamación. Van a ver.

Fuente: “HILDEBRANDT EN SUS TRECE” N° 429, 25/01/2019, p. 10

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