La mano estadounidense tras el golpe en Venezuela

Francesca Emanuele

Ante la pregunta de si Estados Unidos está involucrado en el intento de golpe de estado en Venezuela, incliné mi cabeza y agucé la mirada. No sabía si era sarcasmo, una pregunta retórica o si mi colega periodista vivía en un mundo paralelo.

Es evidente que Estados Unidos está involucrado en el golpe o, aún peor, quizá sea el principal artífice del mismo. La sorprendente coordinación de los acontecimientos, sumada a las numerosas declaraciones de los últimos meses lo confirman.

El presidente estadounidense, Donald Trump, reconoció al autoproclamado presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, solo minutos después de su autodesignación. Mike Pompeo, el secretario de estado, se presentó ante la OEA horas después para instar a los demás países de la región a seguir los pasos de la Casa Blanca.

Solo 16 naciones de las 32 que integran la organización lo hicieron. Entre los que apoyaron la intentona golpista están Perú, Argentina, Ecuador, Brasil, Colombia, Canadá, Chile, Haití, República Dominicana, Paraguay, Honduras, Guatemala, Costa Rica, Bahamas y Panamá.

Entrada la noche, y a un día de las movilizaciones convocadas por la oposición venezolana el pasado miércoles, en la Casa Blanca hubo una reunión importante para establecer la estrategia a seguir.

En ella participaron el presidente Donald Trump, su asesor en seguridad, John Bolton, el vicepresidente Mike Pence, Mike Pompeo y un grupo de legisladores republicanos de La Florida –la mayoría de ascendencia cubana, como Marco Rubio–, quienes odian tanto al gobierno cubano como al venezolano y han empujado durante años la agenda estadounidense en contra de Venezuela.

Ahora estamos presenciando algunas de las directrices tomadas aquel día. Estados Unidos ha anunciado que todas las transacciones comerciales (tales como la compra de petróleo venezolano) las gestionará con Guaidó; y que todos los bienes de Venezuela en territorio estadounidense pasan a ser administrados por el presidente interino, lo que incluye el dinero de los bancos y propiedades de la filial de Citgo (refinadora de petróleo y comercializadora de gasolina).

Ante este panorama, Maduro declaró cortar las relaciones con EE.UU. y le dio 72 horas al personal de su embajada para salir del país. Trump ha hecho caso omiso. Aseguró que su gobierno responde únicamente a Guaidó, y si bien retiró a parte de sus diplomáticos, ha dejado al personal esencial.

Falta poco para que se venzan las 72 horas dadas por Maduro y ya Bolton declaró que si algo le pasa a los funcionarios que permanecen en Caracas, Estados Unidos responderá.

Es indudable que uno de los posibles desenlaces es una intervención militar estadounidense en Venezuela. A pesar de que existen alternativas como el diálogo –al que han instado Uruguay y México– Estados Unidos no está interesado. Acaba de designar a Elliot Abrams para dirigir la estrategia estadounidense enfocada en derrocar a Maduro.

Abrams fue asesor de los gobiernos de Reagan y Bush hijo, y es conocido por su papel en apoyo a las intervenciones militares estadounidenses -Irak, por ejemplo- y a las violaciones a los derechos humanos financiadas por Estados Unidos ( los Contra en Nicaragua, los militares en El Salvador).

Resulta obvio que el liderazgo estadounidense en la cruzada contra Maduro no tiene ninguna intención democrática ni de preocupación por el pueblo venezolano. Por el contrario, no hay nada más antidemocrático que apoyar a un personaje autoproclamado presidente, y no existe nada menos bondadoso que empujar al borde de una guerra civil a un país devastado por la crisis económica.

Las intenciones de EE.UU. son recobrar su poderío en Latinoamérica perdido a principios de este siglo con la ola de gobiernos izquierdistas que le plantaron cara. Venezuela es casi el único bastión que queda de aquel entonces.

http://diariouno.pe/columna/la-mano-estadounidense-tras-el-golpe-en-venezuela/

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