Cayara, 31 años y en el peso de la memoria

Gustavo Espinoza M.

“El pasado es un árbol trágico, que sigue proyectando sombras…”
Richard Kapuczynski

Estábamos en una sesión de Diputados el 17 de mayo de 1988 cuando Germán Medina, parlamentario por Ayacucho, informó que había recibido una llamada telefónica denunciando una matanza ocurrida poco antes en Cayara, en la serranía ayacuchana. Apenas tuvimos elementos más concretos, optamos por partir rumbo a Huamanga para viajar hacia allá.

Esa fue una de las experiencias más dramáticas de nuestra gestión parlamentaria bajo el gobierno de Alan García Pérez. Apenas arribamos a Huamanga, confirmamos hechos y concretamos tareas. Las autoridades del Cuartel «Los Cabitos» se negaron a proporcionarnos ayuda, pero en las miradas sombrías y en el rechazo sordo de los oficiales, leímos lo que debíamos saber. Partimos rumbo a la zona afectada, en la tolva de un camión, acompañados por campesinos -hombres y mujeres- que transportaban ganado. A las cuatro de la tarde del viernes 20 de mayo con intensa lluvia, salimos rumbo a Cangallo y tomamos los escarpados atajos casi en silencio, Íbamos 5 diputados. Queríamos llegar a Cayara y verificar los hechos. En la cabina, viajaban el Fiscal Escobar, y Javier Diez Canseco, el senador que nos acompañaba.

En seis horas cubrimos la distancia que separaba de Cangallo. Alrededor de las diez de la noche arribamos a esa ciudad, y fuimos recibidos con una infernal balacera. Como ella resonaba en la oscuridad, pero no nos afectaba directamente, llegamos hasta el ingreso de la población, donde fuimos interceptados por una patrulla militar que pretendió impedir nuestra visita. El oficial al mando, nos aseguró que estábamos «rodeados por senderistas» y que nuestra vida «corría inminente peligro», que era mejor que no continuáramos viaje. Optamos por ingresar al poblado y pernoctar allí. Al clarear el sábado 20, salimos rumbo a Cayara por la ruta de Pampa Cangallo y Huancapi. En tres ocasiones más fuimos retenidos por patrullas militares que insistieron en impedir la concreción de nuestro objetivo con las mismas amenazas: nuestras vidas corrían serio peligro porque Sendero «tenía el control de la región,». No obstante, seguimos adelante hasta que a las 3 de la tarde, estuvimos en el acceso a Cayara. Allí, vencimos la última resistencia militar -una fila de doce soldados que bloqueaban nuestro camino- e ingresamos hasta llegar a la Plaza del poblado. En la tarde y en la noche el Fiscal Escobar tomó prolija cuenta de los hechos

Supimos así que el viernes 13 de mayo, con motivo de celebrarse el Día de la Virgen María, el pueblo estuvo de fiesta. Música, baile, comida y licor en abundancia. Y gran alegría. Nadie presagiaba que ésa, sería la última celebración del periodo; y que el júbilo desaparecería por largo tiempo. Esa noche un convoy militar integrado por tres jeeps artillados, viajaba de Erusco a Huancapi. Cuando las unidades militares pasaban por la carretera en las cercanías de Cayara, ocurrieron explosiones que fueron apagadas por bombardas y cohetones de la fiesta. El vehículo que habría la ruta, alcanzó a pasar, pero el segundo, en el que viajaba el capitán de infantería José Arbulú Sime, fue impactado por las cargas que segaron la vida del oficial, y tres soldados. En la oscuridad, en el camino sólo quedaron regados el vehículo siniestrado y los cuerpos de las víctimas.

Nadie supo cómo fue el ataque, ni quienes lo hicieron. Los sobrevivientes, se comunicaron con su base y reportaron lo ocurrido. Partió de inmediato la respuesta: Todas las patrullas que operaban en la zona debían dirigirse a Cayara. Así, los destacamentos -Lince, Otorongo, Zeta, Cobra, Leopardo, Pantera y algunas más- enfilaron hacia el poblado y llegaron allí a las 9 a.m. del sábado 14, para el inicio de la matanza. El General José Valdivia ordenó el operativo.

Sólo al ingresar al pueblo, los soldados mataron a Anastasio Asto, el primero al que encontraron ebrio regresando a su casa. Cuando llegaron a la Plaza, sólo hallaron mujeres. Por ser día de faena, los campesinos habían bajado a la zona de Cceschua para el trabajo de la tierra. Los soldados ingresaron al templo, y vieron a cinco hombres que estaban restituyendo a la Virgen en su altar. Luego de cerrar la Iglesia, los uniformados procedieron a interrogar, torturar y finalmente matar a quienes habían encontrado en el templo. Desde fuera, las mujeres alcanzaron a oír los gritos de los campesinos que, apremiados por sus captores, no alcanzaban a admitir la culpa de hechos que decían desconocer.

Después, los uniformados bajaron a la zona de Cceschua, donde encontraron a los campesinos Luego de interrogarlos, optaron por desnudarlos y tirarlos al suelo, boca abajo. Les colocaron pencas de tuna en la espalda, los pisaron y luego -en medio de gritos y amenazas- los fueron matando con bayoneta. Después continuaron otros crímenes hasta completar una estela siniestra: 32 muertos en las laderas de Cayara.

Nosotros, con los testimonios de los sobrevivientes tomados por el Fiscal Escobar, optamos por abandonar el poblado. Poco antes de partir, supimos que, en un helicóptero militar había llegado a la región el Presidente García. Noticiado de nuestra presencia, había optado por arribar a la zona y hacer sus propias indagaciones. Nosotros, entre tanto, retornamos prestamente a Lima luego de una breve escala en Huamanga. Y esa noche, por gentileza del programa de Hildebrandt, tuve la ocasión de proporcionar la versión de los hechos.

Los sucesos de Cayara hoy están para deslinde judicial. Antes, una jueza, exculpó de responsabilidades a García que interrogó a testigos, que luego aparecieron muertos, y encubrió a los asesinos. Una Comisión del senado absolvió a los militares asegurando que habían sido víctimas de una «incursión senderista» y se habían visto obligados a «repeler el ataque». Se supo después que el informe de esos senadores encabezados por Carlos Enrique Melgar, había sido preparado por el Servicio de Inteligencia Nacional y visado por el Presidente García, antes de ser entregado a la Cámara.

Hoy, a 31 años de esta matanza, podemos decir como El Quijote: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”. La sangre está fresca y el recuerdo acosa.

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