Perú: Dragas en el río Nanay
José Manuyama
Decenas de dragas han regresado al río Nanay, desafiando la voluntad de todo un pueblo de vivir en paz y en armonía con una prodigiosa naturaleza que nuestros ancestros supieron conservar. Se repite la historia de hace ocho años, cuando un grupo de dragas incursionó en este mismo río, en búsqueda de oro. En ese momento, el pueblo de Iquitos, con el apoyo del Comité del Agua, se opuso a que operaran y fueron expulsadas. Debemos recordar que el Nanay es el rio que proporciona agua a la ciudad de Iquitos, cuya población actual supera el medio millón de habitantes.
Es sabido por todos que la extracción de oro causa severos estragos. A la par de destruir el medio ambiente, como lo podemos observar en Madre de Dios y otras partes del país, también arruina socialmente, al atraer delincuentes de toda calaña, que operan mediante diversas modalidades, como la trata de personas, la prostitución, el robo, el crimen organizado, el tráfico de estupefacientes, la corrupción y otras.
Las autoridades están evadiendo sus responsabilidades. La Policía Nacional del Perú (hay un puesto policial en la zona) y la Capitanía de Puerto de la Marina de Guerra (que debe dar seguridad a los ríos) no actúan. La Fiscalía en Materia Ambiental tiene funciones específicas para perseguir a los infractores ilegales y el SERNANP, ente responsable de la Reserva Nacional Allpahuayo Mishana, tampoco actúan, y lo mismo se puede decir del Gobierno Regional de Loreto, que tiene a su cargo administrar el Área de Conservación Regional Alto Nanay Pintuyacu, Chambira que protege, entre otras cuestiones, las cabeceras del río. Pese a estas funciones el tráfico crece.
Ante esta recurrente afrenta, en el Comité del Agua nos hemos visto obligados a actuar. Lección para no olvidar es que el Estado no funciona sin vigilancia. Sabemos que las actividades económicas ilícitas, como la extracción de oro, son rentables, pero también sabemos que son altamente contaminantes y que atraerá a gente más inescrupulosa para convertir en un infierno cada lugar donde actúe. La función de vigilancia ciudadana debe ser una tarea que no tiene vacaciones y que no se puede delegar.
Los años 2012 y 2013 fueron escenarios de duras jornadas para la población de Iquitos, que tuvo que volcarse a las calles par a protestar ante el riesgo de lo que significaba la explotación petrolera que en ese momento se quería hacer en las cabeceras del río Nanay, que, como hemos mencionado, es el río que abastece de agua potable e importantes recursos ambientales a Iquitos, la capital del departamento. Gracias a esta gesta hasta hoy no hay riesgo petrolero en la zona. Antes de esa lucha, fue la de las mismas comunidades asentadas en las riberas de este río quienes expulsaron a los “dragueros” que por entonces empezaban a instalarse.
En un contexto de cambio climático y de degradación ambiental lo peor que puede pasar incrementar la frontera minera en el territorio amazónico.
En este sentido, la realidad nos interpela y nos desafía para hacer nuevamente lo correcto: liberar a la cuenca de esta vieja amenaza. Es una oportunidad para que todos los involucrados hagan lo correcto en el rol que corresponda. Ocasión para recuperar la deshonra de la inacción. Nos merecemos un Estado respetable. Merecemos una ciudadanía que haga respetar sus derechos.
Buscamos un desarrollo amazónico abierto a actividades económicas que no colisionen con la ecología presente y futura de nuestros pueblos, que conserve la naturaleza y lo mejor de nuestras culturas ancestrales. No debemos permitir que nadie destruya más la agrietada sociedad que ya vivimos. Debemos llevar adelante la tarea de hacer posible que la Amazonía sea un verdadero refugio de vida fraterna, solidaria, intercultural, plena de bienestar y de sabiduría. Comencemos por el Nanay. Queremos contribuir a la salud social de la patria y de la humanidad entera.
Agradecemos a José Manuyama por permitirnos compartir su artículo con nuestras lectoras y lectores