Perú: La semana más larga

Gustavo Gorriti

El lunes 9 se perpetró el ataque usurpador contra la democracia. Descrito con dureza pero precisión por Eloy Jáuregui como “el asalto vandálico a Vizcarra organizado por el fujimorismo chavetero, los rateros del Lava Jato, los Cuellos Blancos del Puerto, los fascistas religiosos, los mafiosos de las universidades, los populistas y la anuencia de la derecha bruta y achorada”. Hubo algunos que se sumaron a la usurpación por razones pequeñas, sin saber qué estaba en juego, pero lo que hubo detrás de todo fue una conspiración manejada por la ultraderecha, aquella que navega entre Torquemada y las offshore, para borrar lo logrado en la etapa más longeva de vigencia democrática en nuestra historia.

Si los gobernantes no se percataron ni de la sorpresiva magnitud real del ataque ni de lo que estaba en juego, la gente lo entendió de inmediato. Antes de que terminara el conteo de los 105 infames votos, la calle ya manifestaba la protesta popular. Vizcarra era destituido de la legítima presidencia y Merino el Breve la usurpaba pero la indignación no paraba de crecer. La ruta que hizo Merino, del Congreso a Palacio protegido por cordones de fuerzas antidisturbios asediados por manifestantes enfurecidos, fue un calco de la de Alberto Fujimori el año 2000, en el país convulsionado por las marchas de los Cuatro Suyos.

Ahora, veinte años después, sin otra dirigencia que la convicción de que la democracia se encontraba en peligro de muerte; y sin otro motor que su arrojo y su desprendimiento, decenas de miles de personas, que luego se hicieron cientos de miles que salieron cada día a las calles, a marchar con ardor sin fatiga contra los usurpadores.

Las marchas prendieron en casi todas las ciudades y también en los pueblos del país entero. Marchas de indignación pero también de alegría en la intensidad de su acción, de una nación unida en los espacios públicos para defender los valores fundacionales de nuestra república.

La ultraderecha, que controlaba al patético Merino, intentó extremar la represión. Encontraron en Gastón Rodríguez a un individuo dispuesto a ordenarla desde el ministerio del Interior. Se impartieron órdenes a la Policía para llevar la violencia represiva a la brutalidad. Muchos policías evitaron hacerlo, pero algunos aceptaron y perpetraron –con seria alevosía en ciertos casos– las acciones que desembocaron en muertes, heridas graves y secuestros.

La decisión del pueblo, en lugar de arrugarse, se intensificó. La movilización se convirtió en una causa nacional en casi todas las ciudades, a lo ancho de sus distritos. En las calles, desde las casas, en multitud de lugares a la vez, la protesta masiva coreó, cantó y rugió su voz con una intensidad sin precedentes en este siglo. En pocos días, su número y extensión superó incluso a las marchas de los Cuatro Suyos; con la diferencia de que aquí no hubo ningún liderazgo central sino solo la épica movilización por el inmenso sentimiento de lucha por la libertad.

En ese momento, la ultraderecha trató de ordenar la intervención de las Fuerzas Armadas, imponer un toque de queda de 24 horas con redadas masivas y detenciones en los domicilios de quienes juzgaban líderes o instigadores. Las Fuerzas Armadas, en uno de los momentos estelares de su historia, se negaron a atacar a su pueblo y ratificaron su “misión esencial de defender la vida de los peruanos junto con la integridad de la patria”.

Entonces, los gruñidos y amenazas de los usurpadores se convirtieron en miedo y este en pánico, preludio de un sálvense quien pueda de ‘ministros’ que trataban de no ser los últimos en renunciar, mientras la Mesa Directiva del Congreso se derretía a la vez.

Todo eso: el asalto al poder, las protestas, las marchas, la sangre, las muertes, la victoria, acaecieron en solo una semana. La más intensa, resonante, decisiva e inolvidable de este siglo, en el año trágico de la peste y en la puerta del bicentenario.

Cuando la marcha de los Cuatro Suyos, Inti Sotelo tenía cuatro años y Bryan Pintado apenas dos. Tan niños entonces, tan jóvenes ahora, representaron plenamente en sus cortas y valientes vidas aquel espíritu de las jornadas del año dos mil, que floreció renovado y fortalecido en la semana histórica de noviembre.

Todas las edades participaron en esas movilizaciones, pero predominaron los más jóvenes. Casi adolescentes algunos, coordinando y actuando con inédita velocidad, flexibilidad y versatilidad. Esa rapidez táctica, además de su propio coraje entusiasta, confundió y disipó buena parte del impacto de la fuerza bruta represiva.

En la larga y noble semana los jóvenes hicieron historia. Pasarán los años y gran parte de ellos llegará a la vejez y habrá de recordar y examinar la ruta de su propia vida. Como sucede siempre, habrá arrepentimientos sobre lo que se hizo o se dejó de hacer; y habrá tristeza por lo que pudo ser y no fue. Pero nunca, nunca, ninguno de los que participó en las jornadas de noviembre de 2020 dejará de recordar con orgullo lo que hizo esos días por su Patria. Y cuando sus hijas o sus nietos les pregunten por lo mejor que vivieron, el recuerdo, no importa cuán lejano, de la magnífica semana les iluminará, vigoroso, la mirada.

Gracias a ellos entraremos al tercer siglo de nuestra Patria como una república libre y democrática. Y si fuera cierto que a veces el destino abre ventanas efímeras en el tiempo, que acerca pasados y futuros y les permite hablar fugazmente, habrá en el Bicentenario una generación de jóvenes que podrá mirar al Libertador y decirle con orgullo: “¡General, mi general: usted nos legó la libertad y nosotros supimos defenderla!”.

Publicado el jueves 19 de noviembre, 2020 a las 14:31

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