Perú: TUMBEMOS LOS MONUMENTOS

Gustavo Rodríguez

Escribo esto siendo 5 de junio de 2021.

Es decir, escribo esto a 141 años exactos de que un anciano coronel peruano apellidado Bolognesi recibiera en una casa de Arica al emisario de un más numeroso y mejor equipado ejército chileno. La luz de la mañana ingresa por un tragaluz mientras que sobre los largos listones de madera lo hacen las botas del representante enemigo. Al viejo coronel lo rodea su estado mayor. Han pasado una noche intranquila: el morro que van a defender, a cuyos pies descansa esa casa de madera, está a punto de ser el escenario de una carnicería. Una vez que le han quitado la venda, el emisario chileno se presenta respetuosamente y le solicita al coronel Bolognesi la rendición de la plaza.

El viejo coronel respira hondo y, a su mirada cansada, se le suma una lumbre cuando le responde eso que durante siglos los niños peruanos van a paporretear en las aulas: que tiene deberes sagrados que cumplir y que los cumplirá hasta quemar el último cartucho. No hay más que decir, solo queda la despedida. Los dieciséis oficiales peruanos reunidos en la casa ya han contemplado esa respuesta desde que los chilenos vencieran en Tacna diez días atrás. Mientras el emisario se retira, los peruanos continúan con sus labores, pues muchas decisiones prácticas deben tomarse antes de una batalla. Es una manera de anestesiar la incertidumbre, la frustración, el miedo. La respuesta que acaban de dar como un puño ha sellado su suerte y es mejor alejar por ahora esas imágenes, esos olores, esas texturas que temen no volver a sentir jamás y por las cuales están dispuestos a morir. Las esposas y los hijos. Las madres y los hermanos. Las calles de sus infancias, los paisajes de sus entornos. Los amigos que acompañaron sus vidas, los vecinos que alguna sonrisa les dieron. Los niños en las escuelas, los negocios que ya han abierto. Ese mar frío que ha cosquilleado sus pies, esas montañas que sus compatriotas han tratado de domesticar, esa selva de la que se oyen leyendas. Ellos pudieron elegir y su elección ha sido sacrificarse por todo ello. Dentro de unas horas, en el año 1880, ese puñado de peruanos se unirá a sus tropas y escalará el morro de Arica para plantarle cara al viento y al miedo. Las defensas serán rebasadas, las minas amputarán cuerpos, la arena cegará los ojos, las balas atravesarán carne y su sonido enloquecerá corazones, las bayonetas rematarán a los heridos y, mientras se escapan esas vidas, no faltará quien se pregunte si su muerte servirá para algo.

Pero una duda me hace regresar a esa casa, al momento de esa decisión.

Si aquella vez esos hombres votaron por esa respuesta, ¿por qué candidato votarían hoy?

¿Qué les dictaría su conciencia? ¿Qué valores guiarían sus votos?

¿A quién le apostarían su integridad, a quién le confiarían su honestidad?

¿A qué tipo de gente le confiarían el país por el que se sacrificaron?

¿Por quién votaría Grau antes de embarcarse caballerosamente a la gloria en un pequeño barco de fierro?¿Por quién votaría Cáceres al ver que su país se desintegra?

¿Por quién votaría María Parado de Bellido cuando a los 60 años prefirió que la torturen y maten antes que traicionar a sus valores?

¿Por quién votaría Olaya cuando murió soñando con un país con más justicia para su gente?

¿Por quién votaría Basadre al conocer como pocos la putrefacción de nuestra república?¿Por quién votaría María Elena Moyano si no hubiera sido despedazada?

¿O por quién nunca lo harían?

El día que una mayoría de compatriotas rechace actuar con la rectitud de nuestros guías en la integridad, ese día destruyamos los billetes que tenemos en la cartera, cambiemos los nombres de las avenidas, tumbemos los monumentos de nuestros parques. Ese día fundemos otro país, un país donde la corrupción y la rapacería se elogien a todo pulmón en un nuevo himno, sin hipocresías.

www.jugodecaigua.pe/tumbemos-los-monumentos/

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