La “solución Keiko”

César Hildebrandt

¿Por quién votaría Alan García?

Por Keiko Fujimori.

¿Por quién votará el director de “El Comercio”?

Por Keiko Fujimori.

¿Por quién votará Laura Bozzo?

Por Keiko Fujimori.

Y así podría seguir. Hasta la náusea.

El hampa fujimorista está nerviosa, sin embargo.

Por eso habla de fraude, de muertos que votan, de ficciones estadísticas.

No están seguros de remontar. Y el dato les viene de una encuestadora importante y confiable.

Por eso quieren, a lo Trump, poner la pica en Flandes y hablar de irregularidades que no existen. De allí la campaña contra el Jurado Nacional de Elecciones, con el que no han podido trapear el piso. Con la ONPE no se meten porque allí tienen, a la cabeza, a un amigazo de siempre, alguien que sí estaría dispuesto a muchas cosas con tal de que “el comunismo” no nos lleve al infierno.

Será un final de fotografía que nos retrata como país en crisis. Hay que elegir entre la heredera de una mafia de asesinos y ladrones y el representante de una izquierda primordial que no sabe hasta hoy qué programa de gobierno será el definitivo en caso de llegar a palacio.

Optar por Fujimori es renunciar a toda dignidad, es despreciarse, es matar el honor y la autoestima. Es lo que hicimos los peruanos cuando le rogamos a Simón Bolívar que fuera nuestro dictador, nuestro dios viviente, nuestro capataz superlativo. Es lo que hicieron muchos peruanos cuando los chilenos tocaron sus puertas tras la invasión de Lima: avisar quién guardaba armas, casar a sus hijas con algún capitán carabinero, celebrar la próxima paz de mi general Iglesias.

Votar por la hija de un delincuente y que tiene prontuario propio es una manera de morir. Votar por una delincuente que recibía millones de bancos y empresarios y cubría esas entregas con cócteles imaginarios y contribuciones inventadas e impuestas a la fuerza es declararse en huelga de hombre. No puedes reclamar ciudadanía si el miedo te hace votar por la jefa de una organización criminal. El Perú mina a sus hijos. Hay en estas tierras que amamos y donde habremos de sembrar nuestros huesos un efluvio maligno que parece envenenar y marchitar. Haya de la Torre, el reformista de los 30 y 40, terminó de aliado de Odría en los 60. Pablo Macera manchó su biografía como congresista del fujimorismo. Miren cómo ha terminado Vargas Llosa.

El Perú aplasta y, si puede, te hace puré de sobras, sombra de ti mismo. Las elecciones de este domingo son un nuevo desafío. Y lo repito: no es odio invencible el que nos guía, es resistencia, es honor. No son palabras huecas: definen un modo de vivir y de encarar la aventura de la existencia. Sin honor, inhalamos y exhalamos, deyectamos, dormimos e intentamos perpetuarnos por instinto.

Castillo produce un legítimo temor, lo sé. Pero de Castillo podemos deshacernos con relativa rapidez. El Congreso evitará sus posibles desmanes, el Tribunal Constitucional hará lo suyo, la prensa cumplirá su papel y no habrá el temor de que sea comprada o extorsionada. Y si el señor Vladimir Cerrón quisiera erguirse como un presidente de facto y paralelo, para eso está la figura de la sedición y la usurpación. No olvidemos, además, que el señor Cerrón tiene todavía investigaciones en curso y que una próxima condena por corrupción puede llevarlo directamente a la cárcel.

Castillo es el hijo que el Perú no había reconocido. Mi amigo Fernando Tuesta me decía el otro día que el candidato de Perú Libre, si ganara, sería el primer presidente sin contacto alguno con las élites. Es verdad: no hay lazo alguno que vincule a Castillo con el empresariado, los militares, la academia. Eso puede ser un peligro, pero también puede ser visto como una posibilidad: la de que la furia acumulada de los más pobres y desheredados llegue al poder y compruebe que gobernar es mucho más difícil que hacer promesas fáciles y redondeos demagógicos en los mítines.

Cuando Sendero Luminoso bajó sus armas, la derecha peruana, siempre obtusa, creyó que era el tiempo de la revancha. Aliada de Fujimori, esa derecha vio con alegría que el gobierno se hizo dictadura, que la Constitución golpista borró el Estado, que los sindicatos eran obviables y que los derechos de los trabajadores debían mantenerse tan sólo en apariencia. Hicieron fiesta cuando a los pobres se les condenó al autoempleo y a los ricos se les rebajó los impuestos mientras las empresas públicas se remataban bañadas en aceite. Creyeron que la fiesta iba a ser interminable.

Fue entonces que llegó la pandemia y mandó parar. ¿Era comunista el Covid-19? No. Lo que pasó es que permitió ver cuán mentirosos y harapientos habíamos sido. El Perú gentleman tenía el cuello sucio, los puños negros, los sobacos olorosos de canícula. El tren bala de nuestra economía era, en realidad, un tranvía de la vieja Magdalena. Se nos cayó la cara de vergüenza.

Y de allí viene Castillo, de esos sedimentos. El Perú omitido lo ha encumbrado.

La derecha, representada por “El Comercio” y sus locutores, quiere ahora que reprimamos a la cholería votando por una candidata criminal. Cree que así seguirá el corso Wong del “modelo”. Pretende ignorar que la situación es insostenible y que el maldito “modelo” tiene que ser destituido. No por el socialismo de partido único, por supuesto, sino por un contrato social que impida que el malbarateo de nuestros recursos continúe y que ponga a la igualdad de oportunidades como una meta común. Un “new deal” que no haga de la educación un sucio negocio y de la salud una subasta donde los buitres deciden quién se muere.

Si gente como Pedro Francke permanece en el entorno de Castillo, es probable que tengamos una versión moderada y viable de un país renovado. Para eso el señor Castillo tendrá que romper definitivamente con Vladimir Cerrón, esa momia castrista, aunque eso le cueste la animadversión de más de la mitad de su bancada. ¿Tendrá la entereza para librarse del padrinazgo, del estalinismo achorado del camarada Cerrón?

La “solución Castillo” es tormentosa. Lo que pasa con la “solución Keiko” es que no existe. No hay cómo enfrentar el reto de la crisis con un gobierno que, a la larga, producirá Castillos en cada región. Keiko Fujimori es la promesa del caos, el sonido y la furia. Si yo fuera maoísta, marxista oriental y paciente, querría que ganara Keiko Fujimori. Con ella, lo sé, la pradera terminaría de incendiarse.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE, EDICIÓN 542, del 04/06/2021 p12

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