Perú: Gracias, Keiko

Juan Manuel Robles

Habrá que agradecerle a Keiko Fujimori. Quién diría que iba a llegar tan lejos. Quién diría que más de veinte años después seguiríamos oyendo su nombre en la televisión. Quién diría que esa primera dama súbita por emergencia doméstica —eléctrica—, la joven de los viajes oficiales de aquella autocracia que se iba pudriendo cada vez más, sería un rostro cotidiano, ineludible, tanto tiempo después. Que su voz se volvería un recuerdo de facto metido en la memoria de los niños —y los que no éramos tan niños—, una forma leve pero no desdeñable de estrés postraumático (último minuto: habla Keiko). Cuando la vimos en los días de la caída de Fujimori a algunos nos dio pena. Porque quién podía culpar a una muchacha arrastrada a los altares del poder corrupto por la fuerza de una vida no elegida. Era tan inocente como lo son hoy sus niñas. Bueno, no tanto. Estaba grandecita. Tenía poder y lo usaba: trataba Palacio como su cuarto de muñecas —pintura color rosado Pezziduri por aquí, perritos que se orinaban por allá—, pero algunos entendimos que Keiko había vivido una experiencia extrema: la de la hija del sátrapa defenestrado. Qué mal sueño, pobre, no le deseo eso ni a mi peor enemigo. Se iría lejos —pensamos—, su padre y su tío estaban rodeados de maletines con billetes, así que plata y estudio no le iban a faltar. Una hija no tiene que cargar con los pecados del padre, dijimos entonces noblemente. Los delitos no se heredan, repetimos con cara de idiotas (que es la cara de las buenas intenciones en el Perú).

Pasó lo que pasó.

Pero decía que hay que agradecerle a Keiko. Claro que sí. Llegó lejos. ¿Quién lo duda? Llegó demasiado lejos (que no es lo mismo que llegar alto). En el Perú, hoy como ayer, sabemos de sobra que también se consigue notoriedad destruyendo. Que se puede ser importante en la agenda dinamitándolo todo. Papá Alberto al menos puso orden (adueñándose de méritos ajenos, pero en fin). Keiko no construyó nada.

Sin embargo, hoy que termina su última aventura hay que agradecerle. Porque con su actitud y sus acciones en las últimas semanas ha hecho que podamos ver a la derecha local quitándose la careta. Porque su cruzada delirante ha sacado lo peor de mucha gente, y ese espectáculo revelador nos permite mirarlos, ahora, con cautela y desprecio. Si no fuera por ella y ese ímpetu de mala perdedora, no habríamos visto de una manera tan nítida de lo que son capaces.

Cómo no agradecerle a Keiko la oportunidad de ver la verdadera catadura moral de Mario Vargas Llosa. Colegas de España, al saber que en el Perú se consideraba al Nobel un progresista “liberal”, decían “¿es que no lo habéis visto?, ¡es un facha!”. Y es cierto, su conducta en los foros de derecha hace tiempo llevaba más ideología que verdad. Pero fue solo por Keiko que supimos a lo que estaba dispuesto. Una cruzada por la mentira es siempre más obscena en tu país, con los tuyos, y así vimos a Vargas Llosa: el gran fabulador convertido en un triste heraldo de conspiraciones de poca monta. El maestro de la verosimilitud y la persuasión contando historietas llenas de vacíos. No hay retorno. No se puede “desver” el horror. Gracias, Keiko.

Cómo no agradecerle a Keiko permitirnos confirmar que Pedro Cateriano es un radical de derecha cuyo único mérito resaltable fue investigar a Alan García: para todo lo demás, resulta, era un macartista de aquellos. Cómo no agradecer a Keiko poder ver a Cateriano sin máscaras, soltando a sus anchas ese tufillo de desprecio por Castillo, cayendo en la miseria de usar el atentado de “Sendero” en el VRAEM para atacarlo, porque, claro, Castillo es terrorista, o casi. El peor combo: la pleitesía a un notable y el antiizquierdismo cegador.

Cómo no agradecer a Keiko que ahora sepamos hasta dónde podía llegar Lourdes Flores, la señora decente de buena familia, la demócrata: resultó ser alguien capaz de usar el conocimiento legal para crear confusión y querer eliminar votos de peruanos a quienes trató como sospechosos, sin indicios sólidos.

Cómo no agradecerle a Keiko haber provocado una respuesta internacional ultraderechista que trajo color a la Lima de invierno y sacó del clóset a cristianos de tres generaciones. Cómo no agradecerle traer contactos de Vox y hacer posible la paradoja palteante de la cruz de Borgoña en el año del Bicentenario del Perú.

Cómo no agradecerle a Keiko esta suerte de Yo Soy fascista del que emergió el nuevo valor nacional: Vanya Thais, y su facilidad de sonreír como Merlina Adams (versión Ricci) para darle apariencia de audacia a la recatafila de estupideces que dice: rojo comunista, nos van a matar. Cómo no agradecerle a Keiko este gran experimento social: ver cómo aplaude a Thais gente que tiene secundaria completa y posgrados y cartón de la Pacífico y da charlas de liderazgo para mejorar el clima laboral.

Cómo no agradecerle a Keiko haber emborrachado a los militares en retiro para que suelten la lengua y las espaditas, y se pongan a arengar en nostalgia bélica, buscando en la calle terroristas que solo están en sus cabezas, demostrando que están listos para cumplir órdenes, que salivan por órdenes, como en los años feos.

Cómo no agradecerle a Keiko ver en vivo la enajenación de los periodistas que la apoyan: uno llamando “imbécil” al presidente, otro sacando una nueve milímetros en televisión nacional. Cómo no agradecerle a Keiko por ese otro experimento: Willax 2021. Gracias a eso sabemos que la prensa debe ser regulada porque la ultraderecha y sus mentiras, literalmente, nos pueden matar.

Cómo no agradecerle a ella, que nunca trabajó, habernos permitido verle bien la cara a todos los que se inmolaron chamberos por su causa, como chihuahuas rabiosos, y el espectáculo divino de mirarlos después, con el rabo entre las piernas, cuando Pedro Castillo fue finalmente proclamado.

Cómo no agradecerle a Keiko por propiciar el retorno de Montesinos, para que todos vean que está en una cárcel dorada y sigue preocupándose por la chica. La chica. Cómo no agradecerle lo de la chica.

Y el que debe agradecerle en lo profundo es el presidente del sombrero. Lo que iba a ser una tibia celebración llena de dudas se convirtió en júbilo. Y no por él. Sino porque, por culpa del fujimorismo, hace años que para los peruanos alivio y felicidad son la misma cosa. Pedro Castillo es proclamado y da ganas de abrazarlo… porque significa que Keiko perdió. El presidente llega al poder con algo envidiable: un peligro concreto que combatir. Los remanentes fujimoristas y la ultraderecha matona, que ahora sabemos es golpista y sediciosa. Y como decía Keiko la ineludible, el Perú quiere orden y mano dura. Ten cuidado con lo que deseas, pelona.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°549, del 23/07/2021    p15

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