Perú: Terrorismos

Juan Manuel Robles

Me da risa cuando dicen que en el Perú no existe la censura. Claro que existe, sobre todo cuando hablas de terrorismo, ese gran tema tabú. Ya hemos mencionado aquí de la antojadiza ley de apología, gracias a la cual pueden iniciarte una investigación por escribir una semblanza de Edith Lagos o presentar una obra de teatro en que los militares violan el cadáver de una hija de senderistas (basada en hechos reales). En la práctica, hay una suerte de monopolio semántico de la palabra con t. Terrorista es un maldito integrante de Sendero Luminoso o el MRTA, nada más. No solo está censurado que llames a los subversivos con otra denominación (pensar que los Nosequién… cantaban “un guerrillero emerretista” en pleno conflicto armado, hoy no podrían) sino que tampoco se puede extender el término “terrorista” a otros usos. Así es la cosa: los terruqueadores no quieren que usemos la palabra terrorista para nada que no esté en su imaginario (un imaginario pequeño y sesgado). Y eso, restringir el uso de la palabra “terrorista” causa dificultades si uno quiere contar la historia completa.

El excanciller Héctor Béjar ha tenido que renunciar a su cargo de ministro debido a una campaña macartista rabiosa que ha echado mano de la mentira y la desinformación. Es cierto que el gobierno jugó una carta arriesgada al colocarlo ahí y que alguien debió prever el impacto de sus declaraciones desfachatadas (son tiempos de Zoom en que las conferencias se graban). Pero eso no quita que el detonante haya sido francamente estúpido. ¿Cuál fue la supuesta situación límite insalvable? Que Béjar dijo en un video —antes de ser ministro— que el terrorismo en el Perú lo inició la Marina de guerra. El terrorismo, por supuesto, es un fenómeno que va más allá de Sendero Luminoso, y que tiene una historia previa a este grupo. Béjar se refería a actos terroristas que en los setenta se atribuyeron a la Marina, en colaboración con servicios secretos norteamericanos. Malintencionadamente, sus declaraciones fueron difundidas dando a entender que acusaba a la Marina de empezar el terrorismo de los ochenta (el que inició Sendero Luminoso).

A mí no me sorprende que la ultraderecha use esta oportunidad y le saque el jugo para tratar a Béjar como un cuasi terrorista. Lo que me parece alucinante es ver la eficacia del mecanismo de censura en personas que tendrían que estar informadas: apenas sale la versión de que Béjar ultrajó la honra de la Marina acusándolos de cometer actos de terrorismo antes que Sendero, aparecen voces del centro progresista uniéndose al cargamontón. De Rosa María Palacios no me sorprende nada. Pero sí me extrañó ver a Raúl Tola indignado: “es algo inadmisible”, dijo. O al congresista Edward Málaga, que pidió la renuncia de Béjar: Málaga, microbiólogo, fomenta las ciencias de la vida pero no parece valorar igual las ciencias sociales: en vez de ir a la fuente, es cómplice del oscurantismo. Los señores ni siquiera leen bien, repiten la versión que circula. Los veo y pienso que así funciona la censura: prefieres sumarte rápido al lado “correcto” antes de que te estigmaticen a ti.

Así perdimos a un canciller que era un intelectual preparado y gran profesor. Y aunque es penoso, creo que algo bueno salió de esto.

Porque la presencia de Béjar como ministro, sus charlas “filtradas”, el hecho de saber que es un exguerrillero (¡los exguerrilleros existen!), ha permitido que en estas dos semanas se haya hablado sobre los procesos subversivos peruanos más de lo que se hizo en las últimas dos décadas. Así de oculta estuvo la información, así de amordazada está incluso la intelectualidad (que tal vez teme). Béjar ha abierto una puerta y al hacerlo ha desnudado la gran ignorancia que padecemos. Y aunque era de esperar ese desconocimiento, yo no tenía idea de que la gente tuviera tan poca consciencia de lo que significó la CIA en la historia latinoamericana y de los horrores cometidos por la Marina.

Alguien no hizo su trabajo en estos años. Demasiada gente sabia ha cedido muy rápido a esta censura sutil.

Y es preocupante. Porque la memoria previene que los horrores no se repitan, y no sirve de nada que los jóvenes sepan quién fue Abimael Guzmán si no saben que los que estaban encargados de defendernos cometieron crímenes igual de horrendos. No sirve de nada aprender de los coches bomba sin aprender de las fosas comunes. No sirve saber de los cuerpos reventados por los aires sin saber de los cuerpos apilados como perros. No sirve saber de Osmán Morote, alias Nicolás, que mandó ejecutar a decenas de autoridades, sin saber de Álvaro Artaza, alias Camión, capitán de fragata de la Marina, responsable del secuestro, desaparición y ejecución de más de cien personas.

No sirve saber de Lucanamarca sin saber de Accomarca. No sirve saber del fuego infernal de Tarata sin saber del fuego infernal de Los Cabitos. No sirve de nada saber lo que le pasó a la hermana de Martha Moyano sin saber lo que le pasó al padre de Vladimir Cerrón.

La llegada de Béjar ha permitido ver que incluso a gente con formación universitaria le es extraño el término “terrorismo de Estado”. También que muchísimas personas creen que la intervención de los servicios secretos es una teoría de conspiración. Recién se enteran de las bombas en los barcos cubanos. Nadie les ha dicho tampoco que la CIA creó y exportó un método fantástico de contrainsurgencia: la Guerra de baja intensidad, que consiste en identificar, raptar y eliminar a los líderes subversivos, añadiendo, para mayor eficacia, la tortura y el asesinato. Otra innovación, según sus manuales, es ser despiadados no solo con los rebeldes: también con la población civil sospechosa de ayudarlos. La CIA ha tenido, en ese tiempo y después, psicólogos inteligentísimos que diseñaron nuevos y sofisticados tormentos mentales.

Esa es la sabiduría que llegó al Perú a echarle gasolina al infierno senderista.

Esa parte de la historia debe contarse. Es importante conocer esos hechos para detectar una verdad mayor: que en el Perú un proyecto político que se vuelve agresivo puede escalar en violencia en cualquier momento. Que el terrorismo no es exclusividad de una sola organización u orilla ideológica; al contrario, cuando decidimos dar el paso y practicarlo, demostramos ser muy eficaces. “Unas perfectas máquinas de matar”, me dijo mirándome a los ojos un forense que descubrió huesos de niños en Putis (sí, fueron los militares).

Es por ese desconocimiento, ese vacío en la memoria histórica, que la gente no se asusta cuando ve a marinos con espadas —a mí la imagen me aterra—, o cuando aparecen grupos de ultraderecha con escudos y lanzas, cantando himnos fascistas usados por Franco, repitiendo consignas de degollar “terrucos”. Como no hay memoria de esa parte, no hay alarmas.

Conocer la historia completa haría que esas alarmas se enciendan y, por ejemplo, que prestemos más atención a esos señores. Porque podrán verse ridículos pero esto es el Perú. Aquí hace tres décadas nos masacrábamos de la manera más sanguinaria, y el detonante fue el fanatismo llevado a la acción. Aquí hubo influencias foráneas que nos dieron técnicas de violencia (como ahora hay actores internacionales que dan tips a los sediciosos).

Si el paso fugaz de Béjar sirve para comenzar a destapar esa memoria censurada, enhorabuena.

Y ya que Béjar no está —y el gobierno tampoco lo defendió—, sería una bonita forma de desagravio dedicarle un capítulo de Sucedió en el Perú, en el canal del Estado, para que más peruanos conozcan de nuestro proceso. No solo los de la derecha radical sino también la caviarada temerosa que últimamente anda medio olvidadiza.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°553, del 20/08/2021  p14

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