¡Es una gran oportunidad!

César Hildebrandt

Es verdad que el gobierno de Castillo comete errores graves a la velocidad del vértigo.

Pero es verdad también que si esos errores no se cometieran, la derecha mediática y parlamentaria los inventaría.

A la derecha de las calles –esas tribus salidas del sarro virreinal– lo que le interesa es la vacancia ¡ya!

Es lo mismo por lo que conspiran Renovación Popular y Fuerza Popular: que se largue esta cholería intrusa y que lo haga de una vez.

Es que el gobierno de Castillo es la rebelión de las masas orteguiana con un giro nativo: estas no son las muchedumbres del fascismo y del bolchevismo que en los años 20 se disputaban plazas y poderes. Este es el éxito del pongo, del indio conscripto, del agachado que quiere enderezarse. Es como si Rosendo Maqui hubiese salido de la tumba para pelear otra vez por Rumi, el pueblo del que era alcalde acosado en la novela de Ciro Alegría.

Se trata de un giro histórico que en Lima vemos con un gran temor y una beligerante incomprensión.

Es la primera vez que un hombre como Pedro Castillo accede a la presidencia.

Es la primera vez que los quechuahablantes sienten que el país también les pertenece. De algún modo, la indiada de José Gabriel Condorcanqui está presente aquí y ahora.

Hay un susto casi colonial en Lima, un terror heredado que viene de muy lejos.

Y Lima no es el Perú, por más Valdelomar que nos hayan metido en la cabeza. El Palais Concert, además, debe ser ahora una fritanga de salchipapas.

Es curioso cómo es que Lima aceptó desde hace tantos años la revuelta de los gustos salida de la costa y hasta de la selva: todo lo chicha, todo lo combi, pasó el comité de admisión y se instaló en el mercado.

Pero de la sierra herida no llegó nada excepto clamores desoídos, pobrezas crónicas, hospitales en ruinas. Claro, siempre tuvimos coartadas culturosas para decir que estábamos integrados. Allí estaban, siempre, Machu Picchu, con su hotel de lujo y meadero de propiedad de Rafael López Aliaga (eso en San Isidro se llama mestizaje emprendedor), Chavín de Huántar y, hace poco, Caral. Amamos a los nativos que murieron hace cientos o miles de años. De los de ahora, que se ocupe Romualdo, ese rojo que se murió buscando una casa, pobre diablo.

Entonces, sucedió. El asco por el fujimorismo, el temor a alias La Chica, el espanto por el recuerdo de tantos años fecales convirtieron a Pedro Castillo, el profesor primario y quechuahablante, en presidente de la república. Era, vallejianamente, un aceite contra mil vinagres.

Y resultó que Castillo, víctima de una campaña inmunda que aspiraba a desconocer el resultado electoral aludiendo a un fraude inexistente, empezó a meter la pata desde el principio.

No la vio el profesor.

No entendió que él era ahora el corregidor, la historia viva, la oportunidad milagrosa. De él dependía que el Perú aceptase, por fin, su identidad múltiple, la riqueza de sus tonos, la variedad de sus pieles, la igualdad de los derechos más allá de los topónimos y las vestimentas. Y que, por fin, se echase a andar reivindicando a los más pobres, a la ruralidad timada tantos años, a los expulsados del papel sello quinto.

Ese proyecto de estirpe mexicana de reconciliación nacional merecía que el señor Castillo dirigiese un gobierno de profundas reformas sostenidas por la historia, la razón y el pueblo. En ese horizonte de reconstrucción no cabían idealizaciones del estalinismo, vejeces doctrinarias, zombis habaneros. Ni cabía el señor Bellido, que admira a Edith Lagos porque no puede admirar a José María Arguedas, a quien Lagos habría matado con un tiro en la nuca.

No se juega con un gran proyecto. No se juega con una oportunidad de refundar un país racista, clasista y odioso. Nelson Mandela sí lo entendió.

Y ahora, claro, la derecha apuesta al golpe otra vez. Sus periódicos parecen la Orquesta Sinfónica de Madrid en 1941, sus columnistas tienen la marcha de 88 pasos por minuto de la Legión Extranjera. Todos los días anuncian las alzas que sus campañas azuzan, las fugas de capitales que sus amigos banqueros organizan, las desinversiones que celebran con champán en algún club. Han iniciado la cuenta regresiva y cuentan con el Congreso como bala de plata.

Mientras tanto, el señor Bellido dice que Julio Velarde se quedará en tanto sirva “a las grandes mayorías”. Lo dice después de que el presidente Castillo cancelara una reunión prevista con la máxima autoridad del BCR. Entonces, para polemizar discretamente con Bellido, el aislado Pedro Francke muestra una foto en la que él, Velarde y la superintendenta de Banca y Seguros parecen sonreírle al mañana.

Este es el Perú, mi país, eterno despilfarrador de oportunidades.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°552, del 06/07/2021 p12

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