Aristócrata sudaca

Daniel Espinoza

En su última canallada (“Kabul y el Occidente”, “El Comercio”, 05/09/21), el nobel Mario Vargas Llosa escribe que “el mundo libre necesita defenderse y para eso necesita el liderazgo –real, no ficticio– de los Estados Unidos… el país más próspero…”. ¡Qué vergonzoso rezago del siglo XX es este aristócrata sudaca! “Nunca hemos estado mejor”, dice también el marqués citando a Karl Popper y refiriéndose a la civilización humana, ¡imagínese! ¿En qué dimensión paralela habita este octogenario? El gran literato insiste en confirmarnos –como si hiciera falta– que su pluma es tan fina como gruesa su visión de la realidad.

No parecen preocuparle demasiado el cambio climático o la amenazante elevación de los mares. No parece estar al tanto de que la contaminación plástica hoy inunda hasta nuestra sangre. En realidad, estamos con la mierda hasta el cuello y ante una cuenta regresiva que se acorta, dando saltos, con cada nueva cumbre climática internacional. Todo parece indicar que las desgracias que esperábamos para el año 2080 –que se jodan nuestros nietos– llegarán mucho antes. La civilización que celebra nuestro nobel y reliquia se parece mucho a un adicto a la heroína que acaba de administrarse una sobredosis: “nunca ha estado mejor”, pero pronto estará muerto.

Vargas cita también a Rudyard Kipling, recordándonos de manera tácita ese concepto decimonónico y colonialista tan ruin como útil para la propaganda angloamericana: The White Man’s Burden (“la carga del hombre blanco”). En la fosilizada mente de nuestro reaccionario más insigne –nuestro vicealmirante Montoya de las letras–, el europeo sigue destinado a civilizar un mundo repleto de criaturas miserables y de piel oscura, quienes estarían completamente perdidas sin él.

La matonería yanqui le ha insuflado nueva vida a esa tara milenaria que consiste en llamar “bárbaros” a quienes se pisotea y masacra sin piedad.

Visiones eminentemente supremacistas –como las de este tenaz guerrero cultural– no se extinguirán cuando Vargas deje la propaganda, pero su jubilación al menos nos liberará de uno de los exponentes más descarados de la retórica imperialista (superado solamente por hipócritas insufribles de la talla de Andrés Oppenheimer o Moisés Naím). Y ese supremacismo no es solo racial sino también de clase, pues pretende vendernos la absurda idea de que los logros democráticos de Occidente se dieron gracias a sus iluminadas élites –esas que conducen las salvajes agresiones bélicas que vemos hoy en el mundo–, cuando la verdad es que se consiguieron a pesar de ellas, en las luchas sociales que los reyes y marqueses perdieron contra la gente común.

LA ÚLTIMA MASACRE YANQUI

Uno de los primeros atentados terroristas posteriores a la huida estadounidense de Afganistán fue protagonizado por uno de sus drones a control remoto. El ataque mató a 10 personas, incluidos siete niños. Lejos de tener que ver con “ISIS-K” –la facción afgana del Estado Islámico–, la familia masacrada estaba compuesta por personas que colaboraron activamente con la ocupación estadounidense, es decir, con los esfuerzos para civilizarlos, en el lenguaje vargasllosiano.

El padre de familia que conducía el auto bombardeado con misiles “Hellfire” de 45 kg, fabricados por Lockheed Martin y Boeing –a $ 150 mil la pieza–, trabajaba para la oenegé “Nutrition and Education International”, que tiene su matriz en California, EE.UU.

Otro de los adultos volado en pedazos se llamaba Ahmad Naser, tenía 30 años y era sobrino de Ahmadi. Naser había solicitado una visa especial para emigrar a EE.UU., pues no se sentía seguro en su país luego de haber trabajado para el ejército estadounidense como guardia de seguridad en Camp Lawton, una base militar en Herat, la tercera ciudad más grande de Afganistán.

“El grave peligro que enfrentaban (Naser) y su familia venía directamente de su compromiso con las tropas americanas y de la OTAN”, escribió su supervisor a mediados de agosto entre las recomendaciones que el asesinado recabó con la esperanza de obtener el visado. “…Naser no representa ningún tipo de peligro para la seguridad de EE.UU. o sus ciudadanos”, agregó.

El peligro para la seguridad del ciudadano estadounidense proviene de sus élites corruptas y guerreristas. Ellos necesitan enemigos para alimentar su máquina de guerra y los crean deliberadamente asesinando inocentes a mansalva. Y luego de crear a sus enemigos, los arman, como quedó perfectamente comprobado con el caso sirio, donde enormes arsenales estadounidenses –destinados a los “rebeldes moderados”– pasaron a manos de al-Qaeda y el EI, “por accidente” (nuestras élites y sus medios de comunicación siguen otorgándole el beneficio de la duda a los psicópatas de la CIA, a pesar de que ya llevan 70 años haciendo lo mismo).

Como otros baños de sangre “civilizantes” ocurridos en las dos últimas décadas en Yemen, Siria, Libia, Irak, entre otros, la masacre de la familia Ahmadi quedará impune. Esa es la “civilización” que celebra el marqués, una donde un dron a control remoto hace de juez y verdugo de tres ciudadanos decentes y siete niños. Quienes se rasgan hoy las vestiduras en la prensa mainstream hablando de “terrucos” no emiten condena alguna para los crímenes del poder hegemónico y eso solo puede calificarse de una manera: cobardía. Debemos tener muy claro que su obsesión por cubrir exclusivamente lo local no es excusa para sus omisiones y tergiversaciones sobre lo que sucede a nivel global.

OCUPACIÓN “FEMINISTA”

Vargas repite la monserga de que la mujer afgana necesita del ejército yanqui. Esa línea propagandística –hipócrita, cuando menos– se originó nada más y nada menos que en un despacho de la CIA. Así lo reveló WikiLeaks en marzo de 2010, cuando hizo público un documento secreto que estipulaba de manera explícita que a los europeos había que venderles la ocupación de Afganistán a través de su simpatía por la mujer afgana: “La mujer afgana podría servir como mensajero ideal para humanizar el rol de la (coalición) en el combate contra los talibanes”.

El resultado de ese tipo de documentos es activar a cientos de propagandistas –periodistas, líderes de opinión, políticos y estrellas de cine– para que empiecen a venderle la idea al mundo, lo que también aparece en el documento confidencial: “crear oportunidades en los medios para que las mujeres afganas puedan compartir sus historias con las francesas, alemanas y otras europeas”.

Debemos recordar, dicho sea de paso, que los extremistas talibanes se desprendieron de los grupos islamistas radicales armados y patrocinados por la CIA durante la década de 1980, tal como detallamos en esta columna hace tres semanas (“La última debacle americana”).

Las madres de los siete niños de la familia Ahmadi –y las de otros miles de infantes masacrados por misiles occidentales– no están interesadas en que ningún ejército invasor ice las banderas del feminismo en su nombre. La falta de consideración de los invasores hacia esas mujeres y madres afganas también quedó en evidencia gracias a las denuncias que algunos soldados estadounidenses con fibra moral hicieron en contra de sus superiores, quienes les habían ordenado que se hicieran de la vista gorda con respecto a sonados casos de pedofilia, ¡en sus propias bases militares! La violación de niños afganos sucedía en bases estadounidenses y usted puede leerlo todo en el “New York Times” (21/09/15):

“En las noches podíamos escucharlos gritar, pero no podíamos hacer nada al respecto”, le explicó el soldado Gregory Buckley a su padre en 2012, poco antes de ser baleado.

En lugar de acabar con el abuso sexual infantil y castigar a los pedófilos, “el ejército estadounidense los armaba y, en algunos casos, los ponía al mando de poblados”. Ese es el “feminismo” que exporta occidente en sus portaviones y bombarderos, el que ensalza el nobel, uno en el que las mujeres y madres deben sufrir la atrocidad de que sus hijos sean ultrajados en las bases militares de los civilizadores.

ESCUADRONES DE LA MUERTE

“The Intercept” reportó lo siguiente en diciembre del año pasado: “Comenzando en 2018 y por lo menos durante un año, agentes afganos, presuntos integrantes de la unidad paramilitar ‘01’–entrenada por la CIA y operando en tándem con las Fuerzas Especiales estadounidenses, con apoyo aéreo–, desataron una campaña de terror contra civiles”.

“Diez ataques resultaron en el asesinato de 51 (personas)”, informó también el medio independiente norteamericano. Los muertos fueron casi siempre hombres jóvenes y niños, incluyendo algunos de 8 y 9 años de edad. Las víctimas no tenían ninguna relación con los talibanes, de acuerdo con los múltiples testigos y deudos. Los asesinatos tampoco se dieron en combate, sino que fueron ejecuciones sumarias, en algunos casos realizadas luego de asaltar centros de educación religiosa.

“Algunos murieron solos, otros junto con sus familias y amigos …”. Asimismo, residentes de varios distritos de Vardak, provincia oriental de Afganistán, hablaron de “una retahíla de masacres, ejecuciones, mutilaciones, desapariciones forzadas, ataques a centros médicos y bombardeos aéreos sobre estructuras conocidas por albergar civiles”. Los americanos “pisotean todas las reglas de guerra, derechos humanos… todo lo que dijeron que traerían a Afganistán”, señaló para “The Intercept” la máxima autoridad provincial de Vardak.

La gran prensa y sus propagandistas jamás nos mostrarán la realidad tal como es: no hay diferencias sustanciales entre el talibán y la plutocracia occidental guerrerista que pisotea el planeta impunemente, excepto que una controla los medios de comunicación y la otra no. Diga lo que diga Vargas, esa élite –el verdadero enemigo– no representa a ninguna ciudadanía.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°556, del 10/09/2021  p15

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