Perú: Estigma selectivo

Juan Manuel Robles

No les creo nada cuando condenan a alguien al ostracismo y la muerte civil por alguna fechoría rojita del pasado remoto o la juventud inconsciente. Porque no nos engañemos: esa condena, esa cancelación total se la hacen a quien teniendo esos antecedentes (una foto estúpida, una militancia entre siglas manchadas de sangre) ha sido, en el devenir, líder social o militante de izquierda, y luego congresista o funcionario o ministro de Estado del partido apestado. Tener una juventud radical prosubversiva y después postular a las elecciones con el movimiento que propugna la liberación de la patria o la nacionalización de los recursos te pone en una situación complicada. De hecho, estás jodido. No pasa lo mismo si quien ha tenido ese pasado se vuelve un hombre funcional a la derecha o a su visión del mundo. Al contrario, en este último caso ocurren cosas mágicas. La historia negra se vuelve, como decirlo, una fábula de superación personal. Aparecen ángeles de la guarda dispuestos a hacer que el sentido común obre a tu favor.

¿Se acuerdan de Yehude Simon? Estuvo en la cárcel entre 1992 y 2000 acusado de vínculos con el MRTA. Años más tarde, en el 2008, fue nombrado primer ministro por Alan García (cuando Alan acababa de perder a Del Castillo por los petroaudios). Nadie salió a gritar lleno de histeria (y eso que estábamos a menos distancia temporal del conflicto armado). Los medios no hicieron cargamontón. ¡No terruquearon! (Y eso que su indulto se lo dio Diego García-Sayán, ese comunista). No pusieron a militares a indignarse. Solo una vez un congresista mencionó el tema y el parlamentario aprista Javier Valle Riestra recordó que Simon estuvo preso ocho años y había sido indultado, por tanto merecía “respeto moral”.

Eso jamás pasará si, después de años de la subversión —sea cárcel efectiva o solo tener fotos con patas terrucos—, se te ocurre ponerte el polo rojo y te nombran ministro de Relaciones Exteriores y planteas acabar con el grupo de Lima y dejar de reconocer a Guaidó como presidente de Venezuela. Así tengas amnistía y el consenso histórico te haya absuelto, nadie hará pedidos de respeto moral. Todo lo contrario. Te llamarán terrorista.

En cambio, si has tenido vínculos con Sendero o el MRTA pero te arrepientes y haces política para los intereses de la derecha ocurre algo fantástico: te limpian, te reinsertan y hasta te sugieren un nombre nuevo (como los servicios secretos, ¡una nueva identidad!). ¿Cómo? Viene un señor de derecha que anda en campaña presidencial y te dice que no hay que estigmatizarte, que ahora serás de “Sendero verde”. Si te preguntan, di que eres ecologista.

Digo: si después de cierto pasado subversivo te has convertido en un líder que le dice amén a las derechas, se te concede algo que jamás tendrás si te vuelves un líder social: la revisión justa de los hechos, el sentido común, la eliminación del estigma que te señala. “No son violentos, tienen vocación política y voluntad de ayudar a los pobres“, dijo Hernando de Soto cuando hablaba de la alianza con exsenderistas para Keiko. Y añadió: “Es un tiempo distinto”. No tengan dudas: nadie podría decir tal cosa desde la zurda. ¿Se imaginan? ¿Se imaginan al presidente Castillo justificando las conversaciones de algunos representantes de su gobierno diciendo que este “es un tiempo distinto”?

Lo crucifican.

En este país de impunes, los únicos que tienen muerte civil aun después de cumplir su condena son los acusados de terrorismo (sin distinción de delito, tiempo de condena, filiación). Ni siquiera a los pedófilos se los aparta así… Pero si esos exsubversivos o exinvestigados son funcionales y ponen su liderazgo a favor del establishment, allí todo cambia: ocurrirá el milagro de la absolución.

A mí no me quedan dudas de lo fácil que sería minimizar cierto historial policial si el involucrado hubiera visto la luz del mercado y se hubiera vuelto un político y dirigente… pero en el lado del bien (de los que construyen, no de los que destruyen). Qué fácilmente se minimizaría ese cúmulo de declaraciones en atestados de hace cuarenta años, con gente muerta, escritos en una época en que se torturaba y desaparecía gente para cumplir. Qué automático sería oír que no se debe vetar al funcionario por un pasado que está judicialmente resuelto.

Con qué indiferencia vería la gente aquella imagen del actual ministro al lado de la foto de Abimael Guzmán en Yuyanapaq si ese ministro fuera un represor neoliberal.

No es una cuestión de delitos “imperdonables”, juntas inadmisibles, semblanzas que ofenden “la memoria”. El estigma contra los exsubversivos no es unánime y rotundo. Es selectivo. “Hice daño, pero eso es el pasado”, dirá sin temor a represalias el líder del gremio turístico con antecedentes carcelarios por subversión que aprendió el camino del bien y hoy sabe que es mejor levantar en andas bordadas a turistas ricos —en vez de odiarlos—. “La solución no es la lucha de clases”, dirá el as del café orgánico mimado por las oenegés anticultivo de coca, que en el pasado caminó por el rumbo de la hoja del mal en el Vraem con amigos belicosos y bien armados pero luego se alejó. “No eran de verdad mis amigos”, añadirá en declaraciones a la revista de estilos de vida donde le hacen una nota respetuosa al bonito local al que provee granos de café, un negocio que ayuda a emprendedores del campo, gente “salvada” que merece una nueva oportunidad.

HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°556, del 10/09/2021   p18

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