Perú: Embestida

César Hildebrandt

César Acuña, el patrón de la Vallejo y jefazo de Beatriz Merino, la pantalla reinante de su organización, quiere meter presos al periodista que escribió su biografía no autorizada y al editor que la publicó. Acuña es voraz. Pide 100 millones de soles como reparación civil y ha solicitado un embargo de bienes por la misma cantidad para garantizar el supuesto resarcimiento. El libro que lo ha ofendido se titula “Plata como cancha” y no hace sino contar algunas de sus andanzas. Sólo algunas.

Lo que este plagiario recurrente quiere, en realidad, es sentar un precedente abogadil: quien se meta con él, la pagará caro. Y para eso cuenta con el estudio de Enrique Ghersi, el abogado milagroso que “demostró” que Alfredo Bryce no había copiado ninguno de los 37 artículos que publicó con su firma después de extraerlos de textos semejantes y ajenos.

Ghersi puede lograr, judicialmente, que Keiko Fujimori sea la Virgen de Lourdes y que Patricia Chirinos le haga la competencia a Sor Juana Inés de la Cruz. Y claro que podría “demostrar” que César Acuña es un titán de la moral enlodado por intereses subalternos, cómo no. Para eso están el poder judicial, los tratos afines, las promesas dinerarias, los magistrados ad hoc, las sentencias delivery, los otrosíes en bastardilla, la vieja vaina de los Echenique.

Acuña le puso Alianza para el Progreso a su partido de comodines de baraja plagiando el lema que John Kennedy inventó para su política hacia Latinoamérica. Felizmente para él, los difuntos no hacen juicios ni exigen reparaciones. Y lo mismo intentó hacer con el dibujo que Pablo Picasso le dedicó a César Vallejo, otra de sus difuntas víctimas. Y lo mismísimo hizo con sus tesis, sus doctorados, sus libros de utilería.

Hace poco Acuña inauguró un busto de sí mismo en la universidad donde Beatriz Merino hace de lavandera de prontuarios. Nerón podría haberlo acusado de plagio. Chibolín tendría que retarlo a un duelo de egos de camarín. Si Narciso fue condenado a mirarse en un estanque, Acuña ve el reflejo de su belleza en un charco oleaginoso y al lado de una zanja. En todo caso, lo único que puede emparentar a Acuña con Vallejo es aquel verso en el que el poeta define al ser humano, entre otras cosas, como “lóbrego mamífero”.

El señor Acuña se hizo rico gracias a la ley de la selva promulgada por Fujimori para “liberalizar” el negocio de la educación universitaria. Sólo eso explica cómo es que alguien con su coeficiente intelectual puede haber construido un imperio económico que muchos envidian.

Si Acuña fuese tan sólo un emprendedor cajamarquino que sacó su título de ingeniero químico veinte años después de empezar sus clases, estaríamos frente a la típica novela de una gesta individual marcada por la predestinación. Hablaríamos de una mentira inofensiva.

El asunto es que el señor Acuña quiere gobernar este país. Y si sin haber llegado a la presidencia quiere dejar sin casa ni bienes muebles a un periodista y a un editor que se han atrevido a contar, citando fuentes, partes de su vida, ya podemos imaginar qué régimen sería el suyo si este señor ganara las elecciones. Si el dinero es poderoso caballero, Acuña está convencido de que con plata (como cancha) el mundo puede ser un pañuelo, un lavabo, un propio cuchitril. ¿Acaso no fue la plata la que convenció a Mario Vargas Llosa para que Acuña, un iletrado intrínseco, ingresara a la Fundación Libertad? ¿Acaso no fue la plata la que le permitió sanear legalmente todas las fundadas acusaciones de plagio, incluyendo aquella referida a su tesis doctoral en la Complutense?

¿No fue la plata la que calló a su exesposa, a su segundo compromiso, a la familia de la joven alumna que quedó embarazada?

Plata como cancha. Y convicción de que en este país todo está en venta, todo está a punto de alquilarse, todo es una ventanilla de tasaciones.

La universidad de Acuña tiene un programa de periodismo. Alguna vez, en el intervalo de un forzado desempleo, di unas pocas charlas allí. Me pregunto qué pensarán esos alumnos del juicio penal con el que el dueño de su universidad quiere liquidar a un periodista y a un editor.

El país que en el siglo XIX se hizo potencia con el guano encontró a fines del siglo XX a un japonesito que prometió honradez, tecnología y trabajo. Ese señor decretó que las universidades privadas podían buscar el lucro sin vergüenza alguna y sin fiscalización ni grandes méritos académicos. Esa fue la clave de los pioneros que, como Acuña, hicieron megafortunas. Fue el guano de los títulos baratos, los cartones botados, los profesionales dudosos. Plata como cancha.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°566, del 19/11/2021  p9

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