Indignidad

César Hildebrandt

La idea con la que salí de Palacio después de entrevistar al presidente de la república fue que estamos en peligro. Y eso fue lo que dije en la transmisión que todos los lunes hago para la versión digital del semanario. La amenaza consiste en que el presidente de la república no tiene un plan de ningún signo para la crisis permanente que vivimos. No es esa, sin embargo, la peor de las amenazas. La más oscura, la más sísmica, es que el señor Pedro Castillo Terrones no es consciente de su situación y apela al pensamiento mágico de un niño que juega con un enchufe: algo bueno y sabio debe salir de mi extracción popular, alguna receta me darán mis raíces de arador de la tierra, el camino de los aciertos se me abrirá porque los pueblos no se equivocan y las multitudes construyen el futuro.

Y si el presidente de la república no es consciente de que su gestión demanda, elementalmente, priorizar problemas y recursos y escoger a la gente adecuada para cumplir tareas que son todas de emergencia, lo inevitable es que el abismo nos espere (más hambriento que nunca).

El presidente de la república dice que está aprendiendo a gobernar, que no se preparó debidamente, que no hubo tiempo. Pienso ahora que Castillo Terrones no está en disposición de aprender lo suficiente para lograr un giro radical del gobierno anarcoide que apenas encabeza.

El problema es que para aprender hay que aceptar honestamente el tamaño de la ignorancia que se padece. No aprende quien cree que habla en nombre del pueblo. Ese vaticanismo pagano produce una especie de suicida infalibilidad. Si el pueblo habla con mi voz, y el pueblo es la voluntad del destino, ¿para qué diablos voy a aprender? Creer que uno habla por el pueblo es apostar por un absolutismo tumultuoso. Es, en suma, como ha observado Juan de la Puente, dirigirse al templo del populismo, esa agonía que termina en inflación o en autoritarismo.

Castillo apela al pueblo, pero resulta que parte del pueblo lo ha abandonado y allí están las cifras de las encuestas y el griterío que ya se escucha en calles y plazas. En todo caso, un par de libros habrían bastado para hacerle saber que buena parte del pueblo adoró a Hitler y a Mussolini, a Stalin y a Franco, a Pinochet y a Castro, a Sánchez Cerro y a Fujimori, a Trump y a Enver Hoxha, a Tojo y a Porfirio Díaz.

Porque para un hombre que casi se jacta de su aversión por el conocimiento es fácil y rentable confundir las necesidades del pueblo con los desvaríos de una muchedumbre en busca de venganza. Con las necesidades del pueblo haces, a pesar de sus limitaciones, un Ramón Castilla. Con el vocerío de la exaltación matas y cuelgas a los hermanos Gutiérrez, asesinos de Balta. Eso y poco más.

Servir al pueblo requiere algunas cosas. La primera de ellas es conocer cuáles son las limitaciones legales que cercan y controlan una gestión presidencial. Castillo parece no tener una idea clara al respecto. La segunda es tener una idea, lo más precisa posible, de qué haremos IMPRESCINDIBLEMENTE en los pocos años que nos toca gobernar. Eso supone una agenda, un vértigo de la acción, un apuro con vocación de posteridad. Sin establecer ese programa, careciendo ostensiblemente de un plan, lo que surge es esta deriva en la que el capitán da órdenes contradictorias y los segundos y terceros de a bordo se miran entre sí y sonríen. O ni se miran ni sonríen sino que se sienten súbditos aventajados del desorden y, mirando la mar furiosa, dan vivas y hurras homenajeando a la idiotez.

Castillo no es el comunista que la derecha denunció como peligro. No es el senderista que el MOVADEF nos metió de contrabando. Castillo es un profesor de primaria que habla un mal castellano y que carece de cualquier brillo y que un día sintió que alguien, desmedido, le tocaba la puerta: era el azar con cara de ánfora, la suerte con mueca de ironía, el gordo de la navidad.

Castillo no entendió el mensaje. El regalo sería un presente griego si él no estaba a la altura del desafío. Y Castillo se esmeró en hacerlo mal.

No me arrepiento de haber tratado con el debido respeto al presidente de mi país. Eso no me impidió hacerle las preguntas incómodas y a veces impertinentes que no pudo responder, que dribleó penosamente, y obtener de ese modo un retrato desnudo del personaje, como lo reconocieron Rosa María Palacios y algunos otros colegas respetables. Lo que diga cierta gentuza me tiene sin cuidado. Hace muchísimos años, desde mi remota juventud, que el coronavirus peruanísimo de la mezquindad dejó de afectarme.

Después de nuestra entrevista, vino la de Nicolás Lúcar, un diálogo digno del carreta Jorge Pérez. Y después llegó la de CNN.

Es tan desavisado el equipo del presidente de la república que nadie le dijo que Fernando del Rincón es el mismo y famoso periodista que en el año 2020 le exigió al ministro del Interior boliviano Arturo Murillo, funcionario del gobierno golpista de Jeanine Áñez, que sacara al ejército para reprimir a la gente que reclamaba la convocatoria a elecciones. Los bloqueos –dijo el premiado periodista de la CNN en español– “constituyen un crimen de guerra y usted no hace nada”. Y en seguida preguntó: “¿Dónde está el ejército?”.

Le hicieron caso a Fernando del Rincón. La represión se incrementó. Murillo ya había ordenado balear campesinos alzados en noviembre del 2019, recién ocurrido el golpe de Áñez, en Cochabamba y El Alto: 20 manifestantes murieron en los operativos de “las fuerzas del orden”. Cuando Fernando del Rincón instaba a Murillo a que hiciera uso de los hierros pesados del ejército, el ministro le dijo: “Fernando, tú sabes que yo te tengo mucho respeto, tú y tu medio (la CNN) han ayudado a la democracia en nuestro país… pero corremos el riesgo de una guerra civil”. Se refería así a la campaña sistemática que el periodista había producido en contra de Evo Morales, incluyendo una acusación personal que la derecha boliviana quiso convertir en un expediente de pedofilia. Murillo fue arrestado en Estados Unidos, en mayo del 2021, acusado de haber recibido sobornos para una compra millonaria de gases lacrimógenos.

¿Nadie le dijo al huérfano político que tenemos en Palacio quién venía a entrevistarlo y cuál era su misión?

Castillo demostró en ese escenario patético que no tiene ayuda de nadie y que tampoco tiene idea de la dignidad de su cargo. Si el presidente representa, constitucionalmente, a la nación, aquella noche de CNN –hay que decirlo a viva voz– Castillo Terrones habló por su cuenta. Habló como si ya hubiera renunciado. El Perú no merece que su presidente se disfrace de pobre diablo. La ignorancia puede conmover. La indignidad sólo produce rechazo.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°571, del 28/01/2022 p10

https://www.hildebrandtensustrece.com/suscripcion/tarifa

https://www.facebook.com/semanariohildebrandtensustrece

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*