Perú: EL ABRAZO Y LA TREGUA

Natalia Sobrevilla

Esta semana hemos visto una vez más cómo la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva, ha usado un abrazo para dejar en claro que le dará una oportunidad al gobierno. En diciembre de 2021 hizo algo parecido cuando abrazó al entonces premier Guido Bellido, acción que llevó a la renuncia del legislador Guillermo Bermejo a Perú Libre. Esta vez la presidenta del Congreso abrazó a Waldemar Cerrón, el vocero del mismo partido, a pocos días de haberse visto a Alva en una reunión en un hotel en Miraflores donde, según se ha dicho, se complotaba para acabar con el gobierno.

¿Qué nos dicen estos abrazos? Entre otras cosas, que, así no nos guste, el sistema sigue funcionando. Que si bien la espada de Damocles sigue pendiendo sobre la cabeza del presidente, como la oposición no cuenta con los votos suficientes para forzar una vacancia, esta no se va a dar. El arte de la política es el arte de lo posible y de momento solo alcanzan los votos para negarle la confianza al gabinete, pero esto no resolvería mucho. El resultado sería igual o peor que el que tenemos de momento. Sin embargo, el abrazo de la señora Alva con el señor Cerrón me recuerda otro, ahora olvidado, que en su tiempo fue muy famoso: el de Maquinguayo.

Este abrazo se lo dieron el 24 de abril de 1834 José Rufino Echenique y Antonio Gutiérrez de La Fuente en una explanada a cinco leguas del pueblo de Concepción, en el valle del Mantaro. Gracias a esta acción terminó la guerra civil desatada a inicios de ese año, cuando Agustín Gamarra se rehusó a aceptar la elección presidencial de Luis José de Orbegoso y reconoció a Pedro Bermúdez como jefe de Estado. Los liberales, parte del ejército y la gente de la ciudad de Lima optó por Orbegoso, quien se hizo de la capital mientras que la guerra se trasladó a los Andes, a los mismos valles donde solo diez años antes los mismos protagonistas habían hecho la campaña final de la independencia.

Echenique, que tenía solo 25 años y fue ascendido a coronel en plena campaña, había ascendido por la Cordillera de la Viuda a Cerro de Pasco, evadido las fuerzas de Miller a orillas del lago Junín y llevado a sus hombres hasta Huancavelica a dar batalla. Agotado entre marchas y contramarchas que no llevaban a nada, escribió en sus memorias:

“Fastidiado yo hasta lo infinito con los últimos sucesos, que recaían sobre mi mala voluntad de servir a aquella causa y que me demostraban el ningún provecho que daría al país esa guerra aun en el caso que triunfáramos, cosa probable por las condiciones del caudillo; persuadido que con tal triunfo y aunque fuera decisivo y domináramos completamente, no era posible obtener la estabilidad del país, ni permanecer en paz, pues nos haría constante guerra de todos modos ese gran partido contrario a nosotros a cuyo favor estaba la mayoría de los pueblos; que de otro modo si éramos ahí vencidos, la guerra se dilataría y se haría interminable con los recursos que Gamarra se hubiera preparado en el Sur, cuyos pueblos le eran favorables, que en fin lo único favorable y provechoso para la República era hacer terminar esa guerra de un modo pacífico”.

Convencido de que el resultado final no variaría demasiado, ganaran o perdieran la batalla, Echenique se decidió por darle un ultimátum a su superior y abrazar al enemigo en vez de enfrentársele. Política pura y dura: cuando hay un balance entre las fuerzas, una tregua rinde más frutos que el enfrentamiento. Eso es exactamente lo mismo que vemos hoy. El Ejecutivo y el Legislativo están igualmente desprestigiados, la mayoría pide que se vayan todos y no hay confianza alguna en los poderes del Estado. El enfrentamiento podría seguir, pero sería de baja intensidad, no hay votos para la vacancia, aunque sí alcanzarían para una censura del gabinete. ¿Pero qué se ganaría con eso? No mucho. Se trataría de enfrentarse una vez más para debilitarse y es por ello que lo más lógico es buscar la tregua.

Los intereses del Legislativo y el Ejecutivo parecen estar alineados: el flamante ministro de Cultura ya adelantó que se evaluara la ley dada por el Congreso con respecto a los cambios de la legislación universitaria. La espada de Damocles que también pende sobre la SUNEDU parece más cerca de su cuello. ¿Será este el primer acuerdo alcanzado en esta tregua? Lo sabremos más temprano que tarde.

¿Pero qué hay de la guerra de fondo? Una tregua no es lo mismo que el completo cese de hostilidades. Echenique pensó que con su abrazo acabaría la guerra, pero eso no fue lo que sucedió. Lo que ocurrió fue que cada bando tuvo tiempo y posibilidades para recomponerse y meses más tarde se reanudó la guerra con nuevos protagonistas.

Lo más probable es que esta tregua, tras el abrazo, nos traiga resultados parecidos. Esta guerra insana por el poder solo terminará cuando una reforma evite que volvamos a elegir a este tipo de combatientes.

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